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divendres, 26 de febrer del 2010

Imperialismo popular, imperialismo patricio: Catalunya y el colonialismo español (1869-1896)

2ª sessió del curs "Els orígens del futur".

Curs sobre pensament republicà i democràtic

Dimecres 3 de març de 2010

Imperialismo popular, imperialismo patricio: Catalunya y el colonialismo español (1869-1896)

A càrrec de Martín Rodrigo (Universitat Pompeu Fabra)

A la segona meitat del segle XIX Barcelona es va convertir en la capital del colonialisme espanyol. A l'era de l'imperialisme, les principals empreses i iniciatives que procuraren treure'n profit econòmic de l'imperi insular espanyol (tant a Cuba, com a Puerto Rico, les Filipines i la Guinea espanyola) foren companyies catalanes com ara la Companyia Trasatlàntica, el Banc Hispano Colonial i la Companyia General de Tabacs de Filipines. Però la capital catalana fou també un gran escenari per a la mostra d'un imperialisme de masses, popular, que es mostrava orgullós de la vessant imperial espanyola tant a les Antilles com a África o al mar de la Xina.

dissabte, 20 de febrer del 2010

La forma de gobierno más barata y perfecta

El curs, que a més té valor acadèmic per als estudiants de la UAB, està dirigit a la ciutadania de Sabadell i la seva comarca, que pot assistir lliure i gratuïtament a cadascuna de les seves sessions.

La primera conferència anirà a càrrec de MANUEL SANTIRSO, i es titula:

“La forma de gobierno más barata y perfecta”. Prehistòria del republicanisme a Espanya (1820-1856”).

Tot i que la idea de República va ser present des dels inicis del liberalisme espanyol, passarien unes quantes dècades abans no s’associés amb la de democràcia i totes dues juntes donessin lloc a un corrent polític ben definit. Durant aquesta prehistòria del republicanisme que va de les Corts de Cadis a la fi del bienni progressista, sovintejaren les formulacions extravagants, els successos enigmàtics i els personatges tèrbols. No podia ser d’una altra forma en un temps tan intens i fluït com aquell, quan es va enderrocar el vell ordre senyorial i en el seu lloc es posaren els fonaments de l’Espanya i l’Europa del present.

MANUEL SANTIRSO (Barcelona, 1962) és professor d’història contemporània a la Universitat Autònoma de Barcelona, on es va doctorar el 1994 amb una tesi sobre la revolució liberal i la guerra civil de 1833-1840 a Catalunya. Editorial Pagès en publicaria una part el 1999. A aquest llibre l’han seguit una edició dels Acords reservats de la Junta de Berga, 1837-1839 (Berga, Institut de Cultura de Berga-Diputació de Barcelona, 2005); una crònica contemporània de l’ensenyament a la seva ciutat, Rubí las pupitres(amb Jaume Parras, Tarragona, El Médol, 2007); un estudi comparatiu de l’Europa liberal de 1830 a 1870, Progreso y libertad(Ariel, 2008) i diversos articles en revistes científiques. El seu autor continua indagant en la mateixa època, així com en els mètodes que s’apliquen al seu estudi o al de qualsevol altra.

dijous, 18 de febrer del 2010

Comença el curs "Els orígens del futur. Curs sobre pensament republicà i democràtic"

Els representants de les tres entitats organitzadores, Guillermo Lusa (Associació Sabadell per la República), Sébastien Bauer (Aliança Francesa) i Francisco Morente (Departament d'Història Moderna i Contemporània de la UAB) han presentat als mitjans de comunicació el Tercer Curs sobre Pensament Republicà i Democràtic.

Es tracta d'un conjunt de 18 conferències (una per setmana), impartides per prestigiosos especialistes. El curs té validesa acadèmica per als estudiants de la UAB, però està obert a la ciutadania de Sabadell, que pot assistir lliure i gratuïtament a cadascuna de les seves sessions.

En aquesta ocasió els ponents seran Manuel Santirso, Martín Rodrigo, Eduard Masjuan, Ferran Gallego, Miquel Izard, Francisco Morente, Josep Lluís Martín Ramos, Ramon Alquézar, Xavier Domènech, Martí Marin, Francesc Espinet, Pere Ysàs, Francisco Fernández Buey, Joaquín Miras, Josep Casol, José Manuel Bermudo, Hourya Bentouhami i Carlos Jiménez Villarejo.

El curs, que s'estendrà al llarg de quatre mesos, comença el proper dimarts 23 de febrer, a les 19 hores, en el Casal Pere Quart, i conclourà l’ 1 de juny.


dimecres, 17 de febrer del 2010

Materiales de Le Monde Diplo sobre Haití


http://www.monde-diplomatique.es/isum/

HUMILLACIÓN IMPERDONABLE

En 1803 los negros de Haití propinaron tremenda paliza a las tropas de Napoleón Bonaparte, y Europa no perdonó jamás esta humillación infligida a la raza blanca. Haití fue el primer país libre de las Américas. Estados Unidos había conquistado antes su independencia, pero tenía medio millón de esclavos trabajando en las plantaciones de algodón y de tabaco. Jefferson, que era dueño de esclavos, decía que todos los hombres son iguales, pero también decía que los negros han sido, son y serán inferiores. La bandera de los libres se alzó sobre las ruinas. La tierra haitiana había sido devastada por el monocultivo del azúcar y arrasada por las calamidades de la guerra contra Francia, y una tercera parte de la población había caído en el combate. Entonces empezó el bloqueo. La nación recién nacida fue condenada a la soledad. Nadie le compraba, nadie le vendía, nadie la reconocía.
[...] Estados Unidos reconoció a Haití recién sesenta años después del fin de la guerra de independencia, mientras Etienne Serres, un genio francés de la anatomía, descubría en París que los negros son primitivos porque tienen poca distancia entre el ombligo y el pene. Para entonces, Haití ya estaba en manos de carniceras dictaduras militares, que destinaban los famélicos recursos del país al pago de la deuda francesa: Europa había impuesto a Haití la obligación de pagar a Francia una indemnización gigantesca, a modo de perdón por haber cometido el delito de la dignidad. La historia del acoso contra Haití, que en nuestros días tiene dimensiones de tragedia, es también una historia del racismo en la civilización occidental.
Eduardo Galeano "Los pecados de Haití" (15 de enero de 2010, http://www.argenpress.info/)


UN MEDIOAMBIENTE DEGRADADO

[...] Viajando a bordo de una de las avionetas que comunican Santo Domingo con Puerto Príncipe, la capital de Haití, es ocioso que el piloto anuncie la frontera: para comprender que se comienza a volar sobre paisaje haitiano, basta percatarse del momento en que los árboles desaparecen bruscamente. En cosa de minutos, Haití apenas ofrece otra cosa que una sucesión de montes pelados: esta parte de la isla que apenas tiene el tamaño de Bélgica y suma 8 millones de habitantes y que fue otrora conocida como "la perla de las Antillas" se ve desde aire como un mundo lunar surcado por cauces carente de agua cuando no llueve.
El penoso estado de la mitad de la antigua Española viene a añadirse al sinnúmero de desdichas, a los miles de muertos, a los millares de exilados generados por los Duvalier, dictador padre y dictador hijo. Les sucedió Jean-Bertrand Aristide, el cura secularizado que, antes de ser depuesto, llegó a acumular con su abogada y esposa cerca de 850 millones de dólares de fortuna personal, sin duda para "sus pobres" de la Ciudad del Sol, los que le llevaron al poder en los años 80. Haití sufre uno de los medioambientes más degradados de las Américas: uno de los pocos estados del planeta
en los que la historia del país se confunde totalmente, y de continuo, con la degradación de la naturaleza y del medio ambiente, porque los sucesores de los chiflados y de los dictadores no lo han hecho mejor. [...] Cada año, lluvias más y más devastadoras a causa de las alteraciones climáticas que multiplican la violencia de huracanes y ciclones se precipitan sobre una superficie incapaz ya
de retener tierra cultivable. Las tierras transportadas ni siquiera se detienen ya en los llanos, y ganan la costa: cada año, entre 37 y 40 millones de toneladas de tierra van a dar en la mar, y sólo el 10% del agua de lluvia penetra en el suelo. El resto discurre rápidamente sobre unos suelos encallecidos en la imposibilidad de que la retenga cualquier vegetación. Múltiples consecuencias: la irremediable alteración de los microclimas de la isla, el agostamiento de mantos freáticos vitales, 400 ríos o desaparecidos o con caudales que fluyen apenas unas semanas al año. Como en el caso de la leña, unas hostilidades pseudopolíticas enfrentan entre sí a los campesinos y a los campesinos con los grandes propietarios por el control del agua subsistente: se forman bandas que matan por el control de un simple canal de irrigación. Esta sequía progresiva ha llegado a un nivel inquietante en la segunda mitad de los 90, trayendo consigo la desaparición de los abundantes peces de agua dulce que constituían el alimento básico de muchos habitantes. En la llanura de la Arbonita, hacia el norte, los propios risicultores ya no tienen agua bastante para sus cultivos de arroz.
Una paradoja para un país en el que llueve desde luego mucho durante la mayor parte del año. Y año tras año desaparecen risicultores, porque los EEUU exportan a Haití 250.000 toneladas de arroz norteamericano públicamente subvencionado, y por lo mismo, menos caro que el arroz local que se compra en los mercados.
Cada año, millares de personas pierden la vida a causa de las inundaciones que transforman la menor pendiente en un torrente furioso. Decenas de veces al año, un pequeño viento huracanado que dure media hora basta para que Puerto Príncipe, rodeado de colinas, se vea invadido desde las alturas de la capital por toneladas de detritus que se acumulan en las calles de la baja ciudad, en donde viven los más pobres. En la Ciudad del Sol, el suburbio costero más miserable, el bastión desde el que Aristide lanzó su carrera como sacerdote y luego como político, la densidad demográfica es de 10 personas por metro cuadrado: algunas familias llegan incluso a turnarse para dormir en las chabolas que uno de cada dos huracanes o destruye o inunda. [...]
Claude-Marie Vadrot "Haití : el terremoto afecta a un país que está siendo social y ecológicamente destruido desde hace décadas" (13 de enero de 2010, http://www.politis.fr/)


LOS EXCLUIDOS RECLAMAN SU PARTICIPACIÓN

En Haití se codean dos mundos, dos modos de vida, articulados sin embargo entre sí en la dinámica de funcionamiento del sistema social. La existencia de uno se explica por la presencia del otro. Sin embargo, por vez primera, los excluidos pretenden su inclusión no sólo social sino también política. Esta pretensión, muy novedosa en el panorama político, dificulta sobremanera la transición.
Las dos reivindicaciones que atraviesan esta época, dignificar al hombre y cambiar el Estado, aunque utilizadas de manera confusa, acarrean un contenido claro. Por una parte, el respeto de la dignidad del hombre y el derecho a la ciudadanía para todos y, por la otra, la exigencia de un sistema político donde las reglas del juego y las leyes sean respetadas y de una nueva institucionalidad que permita la realización de un proyecto nacional y favorezca la participación real de todas las capas sociales.
Los sectores de la burguesía y la clase política tradicional no llegan a vislumbrar las mutaciones que se están operando en el seno de la sociedad. En este contexto de una permanente y casi unánime contestación, los métodos de contención, de cooptación, de dominio y aun de represión de la elite dominante pierden su eficacia. Frente a las demandas de estos nuevos actores colectivos, el régimen político se debilita y pone al desnudo su incapacidad de gobernar, de responder a las exigencias de participación y de bienestar de la población, así como de mantener la cohesión social y su propia legitimidad.
La marcada polarización de esta etapa que nace de las contradicciones y confrontaciones que sacuden esa sociedad de carencia se caracteriza por una lucha política sumamente aguda que no deja de ser pacífica y está marcada por la prioridad de lo político. Sin embargo, los incontables asesinatos políticos o de carácter colectivo, el constante desplazamiento interno de población, la emigración masiva de boat people o de profesionales explican la gran polarización social que caracteriza al país.
El arcaísmo del sistema y la incapacidad del Estado para cumplir con sus funciones nacionales promueven, de manera cada vez más evidente, la búsqueda de una solución a una crisis total. Esta, precisamente por su carácter histórico-estructural y su grado de madurez, dificulta toda tentativa de recomposición. En efecto, se da, por una parte, la difícil renovación del sistema socioeconómico y político por parte de la vieja oligarquía y la muy reciente clase política. Por la otra, pese a las luchas sociales renovadas, con avances notorios y retrocesos no menos considerables, el movimiento social, potente en su esencia pero débil en lo organizativo y en sus manifestaciones, carente de recursos, sin el motor de partidos políticos y agrupaciones estructuradas de la sociedad civil, no llega todavía a dar el paso para una nueva estructura capaz de brindar una solución. Ningún sector social o político llega todavía a consolidar una dirección política y económica capaz de llevar adelante un proyecto nacional ni tampoco de resolver la cuestión de la hegemonía.
Suzy Castor "La transición haitiana: entre los peligros y la esperanza". Revista OSAL Año VIII, Nº 23, abril de 2008 (Buenos Aires, CLACSO).

dimarts, 16 de febrer del 2010

La maldición blanca

Charlemagne Péralte asesinado en Haiti en 1919 por los marines USA.

Eduardo Galeano.

El primer día de este año, la libertad cumplió dos siglos de vida en el mundo. Nadie se enteró, o casi nadie. Pocos días después, el país del cumpleaños, Haití, pasó a ocupar algún espacio en los medios de comunicación; pero no por el aniversario de la libertad universal, sino porque se desató allí un baño de sangre que acabó volteando al presidente Aristide. Haití fue el primer país donde se abolió la esclavitud. Sin embargo, las enciclopedias más difundidas y casi todos los textos de educación atribuyen a Inglaterra ese histórico honor. Es verdad que un buen día cambió de opinión el imperio que había sido campeón mundial del tráfico negrero; pero la abolición británica ocurrió en 1807, tres años después de la revolución haitiana, y resultó tan poco convincente que en 1832 Inglaterra tuvo que volver a prohibir la esclavitud. Nada tiene de nuevo el ninguneo de Haití. Desde hace dos siglos, sufre desprecio y castigo. Thomas Jefferson, prócer de la libertad y propietario de esclavos, advertía que de Haití provenía el mal ejemplo; y decía que había que “confinar la peste en esa isla”. Su país lo escuchó. Los Estados Unidos demoraron sesenta años en otorgar reconocimiento diplomático a la más libre de las naciones. Mientras tanto, en Brasil, se llamaba haitianismo al desorden y a la violencia. Los dueños de los brazos negros se salvaron del haitianismo hasta 1888. Ese año, el Brasil abolió la esclavitud. Fue el último país en el mundo.
Haití ha vuelto a ser un país invisible, hasta la próxima carnicería. Mientras estuvo en las pantallas y en las páginas, a principios de este año, los medios trasmitieron confusión y violencia y confirmaron que los haitianos han nacido para hacer bien el mal y para hacer mal el bien. Desde la revolución para acá, Haití sólo ha sido capaz de ofrecer tragedias. Era una colonia próspera y feliz y ahora es la nación más pobre del hemisferio occidental. Las revoluciones, concluyeron algunos especialistas, conducen al abismo. Y algunos dijeron, y otros sugirieron, que la tendencia haitiana al fratricidio proviene de la salvaje herencia que viene del Africa. El mandato de los ancestros. La maldición negra, que empuja al crimen y al caos.
De la maldición blanca, no se habló. La Revolución Francesa había eliminado la esclavitud, pero Napoleón la había resucitado:
—¿Cuál ha sido el régimen más próspero para las colonias?
—El anterior.
—Pues, que se restablezca.
Y, para reimplantar la esclavitud en Haití, envió más de cincuenta naves llenas de soldados. Los negros alzados vencieron a Francia y conquistaron la independencia nacional y la liberación de los esclavos. En 1804, heredaron una tierra arrasada por las devastadoras plantaciones de caña de azúcar y un país quemado por la guerra feroz. Y heredaron “la deuda francesa”. Francia cobró cara la humillación infligida a Napoleón Bonaparte. A poco de nacer, Haití tuvo que comprometerse a pagar una indemnización gigantesca, por el daño que había hecho liberándose. Esa expiación del pecado de la libertad le costó 150 millones de francos oro. El nuevo país nació estrangulado por esa soga atada al pescuezo: una fortuna que actualmente equivaldría a 21,700 millones de dólares o a 44 presupuestos totales del Haití de nuestros días. Mucho más de un siglo llevó el pago de la deuda, que los intereses de usura iban multiplicando. En 1938 se cumplió, por fin, la redención final. Para entonces, ya Haití pertenecía a los bancos de los Estados Unidos. A cambio de ese dineral, Francia reconoció oficialmente a la nueva nación. Ningún otro país la reconoció. Haití había nacido condenada a la soledad. Tampoco Simón Bolívar la reconoció, aunque le debía todo. Barcos, armas y soldados le había dado Haití en 1816, cuando Bolívar llegó a la isla, derrotado, y pidió amparo y ayuda. Todo le dio Haití, con la sola condición de que liberara a los esclavos, una idea que hasta entonces no se le había ocurrido. Después, el prócer triunfó en su guerra de independencia y expresó su gratitud enviando a Port-au-Prince una espada de regalo. De reconocimiento, ni hablar. En realidad, las colonias españolas que habían pasado a ser países independientes seguían teniendo esclavos, aunque algunas tuvieran, además, leyes que lo prohibían. Bolívar dictó la suya en 1821, pero la realidad no se dio por enterada. Treinta años después, en 1851, Colombia abolió la esclavitud; y Venezuela en 1854. En 1915, los marines desembarcaron en Haití. Se quedaron diecinueve años. Lo primero que hicieron fue ocupar la aduana y la oficina de recaudación de impuestos. El ejército de ocupación retuvo el salario del presidente haitiano hasta que se resignó a firmar la liquidación del Banco de la Nación, que se convirtió en sucursal del Citibank de Nueva York. El presidente y todos los demás negros tenían la entrada prohibida en los hoteles, restoranes y clubes exclusivos del poder extranjero. Los ocupantes no se atrevieron a restablecer la esclavitud, pero impusieron el trabajo forzado para las obras públicas. Y mataron mucho. No fue fácil apagar los fuegos de la resistencia. El jefe guerrillero, Charlemagne Péralte, clavado en cruz contra una puerta, fue exhibido, para escarmiento, en la plaza pública. La misión civilizadora concluyó en 1934. Los ocupantes se retiraron dejando en su lugar una Guardia Nacional, fabricada por ellos, para exterminar cualquier posible asomo de democracia. Lo mismo hicieron en Nicaragua y en la República Dominicana. Algún tiempo después, Duvalier fue el equivalente haitiano de Somoza y de Trujillo. Y así, de dictadura en dictadura, de promesa en traición, se fueron sumando las desventuras y los años.
Aristide, el cura rebelde, llegó a la presidencia en 1991. Duró pocos meses. El gobierno de los Estados Unidos ayudó a derribarlo, se lo llevó, lo sometió a tratamiento y una vez reciclado lo devolvió, en brazos de los marines, a la presidencia. Y otra vez ayudó a derribarlo, en este año 2004, y otra vez hubo matanza. Y otra vez volvieron los marines, que siempre regresan, como la gripe.Pero los expertos internacionales son mucho más devastadores que las tropas invasoras. País sumiso a las órdenes del Banco Mundial y del Fondo Monetario, Haití había obedecido sus instrucciones sin chistar. Le pagaron negándole el pan y la sal. Le congelaron los créditos, a pesar de que había desmantelado el Estado y había liquidado todos los aranceles y subsidios que protegían la producción nacional. Los campesinos cultivadores de arroz, que eran la mayoría, se convirtieron en mendigos o balseros. Muchos han ido y siguen yendo a parar a las profundidades del mar Caribe, pero esos náufragos no son cubanos y raras veces aparecen en los diarios.Ahora Haití importa todo su arroz desde los Estados Unidos, donde los expertos internacionales, que son gente bastante distraída, se han olvidado de prohibir los aranceles y subsidios que protegen la producción nacional. En la frontera donde termina la República Dominicana y empieza Haití, hay un gran cartel que advierte: El mal paso. Al otro lado, está el infierno negro. Sangre y hambre, miseria, pestes.En ese infierno tan temido, todos son escultores. Los haitianos tienen la costumbre de recoger latas y fierros viejos y con antigua maestría, recortando y martillando, sus manos crean maravillas que se ofrecen en los mercados populares.
Haití es un país arrojado al basural, por eterno castigo de su dignidad. Allí yace, como si fuera chatarra. Espera las manos de su gente.