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diumenge, 8 de febrer del 2009

La utopía en Fénelon (II)


Salento.

 

Robespierre afirmará. “Queremos fundar Salento”[1]. Salento es la ciudad de la utopía Feneloniana, descrita en el libro XII del Telémaco. Con el precedente la descripción de la Bética en el libro XIII, hago ahora algunos extractos del Libro XII de "Las aventuras de Telémaco, hijo de Ulises"[2].

En la imagen, Minerva ( Mentor) muestra el camino de la virtud a Telémaco. Edición de Paris, 1717.

Salento, gobernada por Idomeneo, logra evitar la guerra con los mandurienses merced a las sólidas negociaciones establecidas por Mentor, el encargado de la educación de Telémaco. Se trata de una colonia griega en territorio de    , que una vez salvada de la guerra debe establecer una nueva contitución que refleje los resultados de esa guerra.

Idomeneo establece una nueva legislación en Salento que le permite, por decirlo de un modo anacrónico, refundar la ciudad. La legislación es producto de un consejero que se dirige a él sin ningún tipo de rodeos ni de subterfugios. El buen rey escucha el análisis crítico de su reino y recoge y aplica los consejos de Mentor. En el terreno literario, Fénelon encuentra un rey que se deja criticar y aconsejar sin ningún tipo de altanería u orgullo innecesario. En Idomeneo, Fénelon encuentra el rey que reconoce que su finalidad no es servirse a sí mismo si no al pueblo.

La primera medida adoptada consiste en legislar la libertad de comercio, regulando la actividad de los comerciantes con el fin de evitar la excesiva codicia que lleva a negocios temerarios y a la quiebra. Prohibe a los comerciantes arriesgar capital extraño y nunca más de la mitad del capital propio. Hace todo lo posible para aumentar el comercio a excepción de los productos de lujo:

 

“Prohibió las mercancías de los países extranjeros que pudieran introducir el lujo y la molicie. Ordenó trajes, comidas muebles, y la capacidad y adorno de las casas para las diversas condiciones”[3].

 

Regula el establecimiento de siete condiciones o clases de los ciudadanos, además de la existencia de los esclavos. La distinción entre esas diversas condiciones consiste en el vestido que, siendo todos de sencilla elegancia, se distinguen los unos de los otros por su color y por sus bordados. Ello iba aparejado con la abolición del lujo, medida que, sin embargo, comportaba la reconversión productiva de todos aquellos que vivían de esa industria:

 

“Los que hoy se emplean en estas artes perniciosas, se dedicarán a las necesarias, que son, en corto número, a la agricultura o al comercio”[4].

 

Idomeneo, por consejo de Mentor reforma sus hábitos de comida, la música que queda reducida a la música de los templos y festividades, simplificó la arquitectura para desterrar el lujo y la magnificiencia.

 

“Expulsó a los mercaderes que vendían caras telas tejidas en países lejanos, bordaduras de alto precio, vasijas de oro y plata con efigies de dioses, de hombre y de animales, y licores y perfumes. Quiso que los muebles caseros fuesen sencillos y construidos de manera que durasen largo tiempo. De modo que los salentinos, que se lamentaban de su pobreza, comenzaron a experimentar las muchas riquezas engañosas que los emprobrecían, y se hacían efectivamente ricos a medida que tenían alor para desprenderse de ellas. “Enriquecerse es –decían- despreciar unas riquezas que consumen al estado, y disminuir sus menesteres reduciéndolos a las verdaderas necesidades de la naturaleza”[5].

 

Esa reducción del lujo y de la industria que vive de él solo podía sustentarse en una reforma agraria que permitiera establecer en el campo a los numerosos artesansoq eu quedarían en paro:

 

“Verdaderamente es una desgracia que estos hombres dedicados a las artes que requieren una vida sedentaria, no estén ejercitados en el trabajo; pero he aquí los medios de remediarlo. Dividiremos entre ellos los terrenos incultos, y llamaremos en su auxilio a los pueblos vecinos, que bajo su dirección harán los más penosos trabajos Estos pueblos lo harán con tal que se les ofrezca recompensas proporcionadas en frutos de las mimas tierras que pngan en cultivo; podrán más tarde poseer aprte de ellas, y ser incorporados por este medio a vuestro pueblo, que todavía no es bastante numeroso. Con tal que sean laboriosos y dóciles a las leyes, no tendréis mejores vasallos, y acrecentarán vuestro poder. Vuestros artesanos de la ciudad, trasplantados al campo, criarán a sus hijos en el trabajo y en el amor a la vida campestre. Los albañiles extranjeros que vinieron para edificar la ciudad se obligaron a desmontar cierta poricón de tierra, y también a cultivarla, agregadlos a vuestro pueblo cuando hayan acabado su trabajo. Estos operarios se complacerán en pasar su vida bajo una dominación que hoy es tan suave. Siendo robustos y laboriosos, servirá su ejemplo para excitar al trabajo a los artesanos de la ciudad, con quienes se mezclarán. En los sucesivo estará poblado todo el país de familias robustas y dedicadas a la labranza”[6].

 

 

La idea de Fénelon es que la riqueza y la defensa de un país es su población cuyo crecimiento debe estimularse con medidas como las anunciadas y con el estímulo a los matrimonios y a las familias. El monarca no debe agobiar a la población con duros impuestos. Por el contrario debe dar facilidades fiscales a aquellos que aumenten sus familias y la producción de sus tierras.

Es una especie de igualitarismo rural en que se reivindica la condición del campesino y la agricultura se convierte en la ocupación más honrosa del pais, poniéndola a la par con la defensa de la patria:

 

“En breve se multiplicarán las familias y se animarán todos al trabajo, el cual llegará a ser honroso. Dejará de ser menospreciada la profesión de labrador, luego que no esté agobiada por tantos males. Volverá a honrarse el arado  manjándole la mano que haya defendido la Patria. No será menos bien visto el cultivar, durante una dichosa paz, el patrimonio de los ascendientes que haberlo defendido con valor durante la guerra. Flocrecerán los campos; lo coronará Ceres con doradas espigas, y hollando Baco con su planta la uva, hará correr de las faldas de los montes raudales de vino más dulce que el néctar; resonarán los hondos valles al concierto de los pastores, que unirán sus instrumentos, a orillas de cristalinos arroyos, en tanto que los ganados se apacentarán sonre la yerba, entre las flores, sin temor de los lobos”[7].

 

Vemos pues los ejes de la nueva sociedad propuesta por Fénelon: aumento de población, igualitarismo rural, enaltecimiento del trabajo agrícola manual prohibición del lujo, reforma de las costumbres. Tanto Jean Touchard como Roland Mousnier han caracterizado esta utopía feneloniana como una expresión de la reacción aristocrática frente al absolutismo burgués de Luis XIV. Así pues, Fénelon es transformado por estso autores en literalmente “un reaccionario” y en partidario de un régimen aristocrático. Si esa teoría fuera cierta, sorprendre que Fenelon influyera, como lo hizo, en la Ilustración posterior y en la algunos de los principales actores de la revolución francesa.

Quizás estos autores debieron leer a Fénelon con las gafas deformantes de paradigmas reduccionistas. Veamos si es cierto: sigamos con la descripción de Salento  por parte de Fenelon. Ante la objeción planteada por Idomeneo en el sentido de que la paz, el trabajo y el pan asegurado podrían hacer del pueblo un elemento levantisco e incontrolable, Mentor muestra cómo Salento se puede asentar sobre unas leyes y costumbres que harán que los pueblos sean sumisos y apacibles:

« Las leyes que acabamos de establecer para la gricultura harán su vida laboriosa; en medio de la abundacia sólo tendrán lo necesario, poruqe hemos proscrito las artes que suministran lo superfluo. Esta misma abundancia  será disminuida por la facilidad delos matrimonios y por la multiplicación de las familias. Siendo cada familia numerosa, y poseyendo un terreno corto, tendrán precisión de cultivarlo con un trabajo asiduo. La ociosidad y la molicie son las que hacen a los pueblos rebeldes e insolentes. Verdaderamente, ellos tendrán pasn, y con abundacia; pero tendrán solo pan y frutos de su propio suelo adquiridos con el sudor de su rostro » [8].

 

No es posible determinar si esta forma de exponer las cosas se debe a una convicción íntima de Fénelon o a una forma de convencer al príncipe a quien van dirigidas de la conveniencia de establecer una estructura igualitaria de la propiedad agraria y de basar la propiedad en los frutos arrancadas de la tierra con el sudor de la frente. Quizás la imagen de unos pueblos sumisos se ofrecía al Delfín con el fin de convencerle de la bondad de una sociedad con consumo estacionario y con reparto de la propiedad agraria. Una sociedad que Fénelon pretende que será una sociedad “natural”.

Que el reparto de la tierra es igualitario lo podemos leer con nuestros propios ojos. Para contrastar la idea de que las siete clases o condiciones en que divide a la sociedad establezcan o justifiquen una sociedad aristocrática sobre la base dela propiedad feudal de la tierra y por tanto de que el Telémaco sea una expresió ideológica estrecha de la reacción feudal, como pretenden Touchard y Mousnier, saquémonos las gafas reduccionistas y leamos:

 

« A fin de mantener vuestro pueblo en esta moderación, ha de fijarse desde ahora la poricón de terreno que pueda poseer cada familia. Ya sabeis que hemos dividido todo vuestro pueblo en siete clases, según las diferentes condiciones : no se ha de permitir que cada familia, en cada clase, pueda poseer más que la porción de terreno absolutamente necesaria para la subsistencia del número de personas de que conste. Siendo invariable esta regla, no podrán hacer los nobles adquisiciones sobre los pobres ; todos tendrán terreno, pero cada uno no tendrá sino muy poco, y será excitado conesto a cultivarlo bien. Si despues de una larga serie de tiempo faltasen aquí las tierras, se fundarían colonias que acrecentarían el poder del estado »[9].

 

Estamos lejos de la caricatura trazada por Touchard y Mousnier. Cuando leemos el Telémaco, estamos conociendo los elementos contitutivos de una ideología corriente en el siglo XVIII por parte de los defensores de los campesinos y que refleja, sin duda el pensamiento de los propios campesinos. Características generales de ese pensamiento son:

a.- Cada familia debe tener su propia porción de tierra, la suficiente para proporcionarle las subsistencias necesarias y no más que la que pueda trabajar con sus manos;

b.- Las buenas costumbres ( mœurs), la modestia, la auteridad, la honradez, permitirán que esa sociedad se mantenga y se reproduzca;

c.- El comercio de las subsistencias no es ni mencionado: en esta sociedad las subsistencias no circulan ni son mercancía, son consumidas “in situ”;

d.- Los nobles no pueden comprar tierras de los pobres, basándose en la necesidad de éstos; esa via de expropiación de la tierra, frecuente durante los  siglos XVII y XVIII, es inviable si el pequeño campesino no tiene necesidad de vender a “vil prix” su tierra acuciado por el hambre.

e.- La pequeña propiedad garantiza el buen cultivo, cuidado y mejora de la tierra; la pequeña propiedad garantiza una mejor producción que la gran propiedad.

Esos cinco elementos, que podemos detectar claramente en las líneas del Telémaco que venimos de citar, y en el conjunto del libro XII, no pueden ser considerados de ninguna manera como “utopía reaccionaria justificadora de la reacción feudal y de la refeudalización” coetánea de las mismas, como ha sido caracterizada.

Queda clara la perspicacia de Gramsci cuando analiza el Telémaco, como utopía precursora del jacobinismo y de la revolución francesa.


[1] Citado por TOUCHARD, Jean, Historia de las Ideas políticas. Editorial Tecnos, Madrid 1970, primera edición en francés 1961, p. 284. Salento , como se explicará más adelante, es la ciudad imaginaria que da nombre a la utopia de Fénelon.

[2] Fénelon, Aventuras de Telémaco, hijo de Ulises, Madrid, Espasa-Calpe, 1932, Tomo II, pp. 19- 52.

[3] FÉNELON, Ob. cit., p. 36.

[4] FÉNELON, Ob. cit., p. 39.

[5] FÉNELON, Ob. cit. p. 43.

[6] FÉNELON, Ob. cit. pp. 44-45.

[7] FÉNELON, Ob. cit. pp. 48-49.

[8] FÉNELON, Ob. cit. p. 49.

[9] FÉNELON, Ob. cit. pp. 49-50.

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