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divendres, 19 de juliol del 2019

Extractos de la biografía de Rosa Luxemburg de Paul Frölich referentes a la cuestión nacional.

Rosa Luxemburg i la cuestión nacional (II)

Paul Frölich, Rosa Luxemburg. Vida y obra, presentación de Andrea D’Atri, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2013.


“El movimiento socialdemócrata nació en Polonia en 1887. En 1882 se creó el partido Proletariat. En el apartado sobre la independencia de Polonia en el “Llamamiento Programático” se dice:
“No queremos ni una Polonia de la antigua nobleza ni una Polonia de la democracia. No solamente no queremos, sino que consideramos que esta pretensión es absurda. (…) “Como los intereses de los explotados son irreconciliables con los intereses de los explotadores y como bajo ningún pretexto pueden emprender el mismo camino hacia una ilusoria unidad nacional, y como, por el contrario, los intereses de los trabajadores industriales coinciden con los de la población trabajadora del campo, el proletariado polaco se aparta completamente de las clases privilegiadas y toma parte en la lucha como una clase diferente en sus aspiraciones económicas, políticas y morales”. (citado por Frölich, p. 54)
(…) 
“Es en este partido, en el que Rosa ingresó en 1886, que ella se inició en la política. Siempre permaneció fiel a este posicionamiento del “Proletariat”. El partido quedó prácticamente destruido tras una dura represión a finales de 1885 i principios de 1886”.
En 1888 surge la Federación de Trabajadores Polacos. De la Unión entre ésta y “Proletariat” y otros dos pequeños grupos se formó en 1893 el Partido Socialista Polaco. Su periódico se llamaba Sprawa Robotnicza (La causa obrera). Rosa era según Frölich la “cabeza intelectual” del periódico.
Rosa participa en 1893 en el Congreso Internacional Socialista de los Trabajadores reunido en Zurich, donde presentó un amplio informe en nombre del PSP. (Frölich, p. 56-57)


La cuestión nacional como problema estratégico.
Transcripción de este apartado del libro de Frölich ( p. 57-68) 

“Rosa tenía que superar una segunda prueba de fuerza. El movimiento obrero debía resolver la cuestión nacional polaca. El partido Proletariathabía rechazado la independencia de Polonia como un fin inmediato de la lucha socialista. Por en medio de la crisis que atravesaba el movimiento obrero polaco en estos años, los antiguos compañeros de Warinsky, Mendelsohn, Janowska, Daszynski y otros enarbolaban de nuevo el estandarte de la independencia del país. No cabe duda de que el partido Proletariat no había fundamentado suficientemente su postura; su concepción se apoyaba más en una visión cosmopolita que en los principios marxista-internacionalistas. Rosa Luxemburg había desechado ya la idea de que la cuestión nacional polaca sería resuelta accesoriamente por la inminente revolución socialista, desde el momento en que consideraba insoslayable la etapa de la revolución burguesa. Había que decidir entonces si el movimiento socialista debía rechazar hacer de la liberación nacional del país uno de los puntos de apoyo de su actividad. Pero si se mostraba la justeza de este principio táctico, se rompía con la política que Marx i Engels, los viejos maestros del socialismo científico, las máximas autoridades a los ojos de Rosa Luxemburg, habían preconizado hasta la muerte de Marx, política que aún en estos días (1893) era defendida por Engels y que se había convertido en un dogma de la socialdemocracia europea.
En el documento del congreso de Zurich antes citado, Rosa reprodujo su postura en unas pocas frases que recogían los elementos de su concepción general de la cuestión nacional polaca. Pero ella no rechazaba retomar el problema, volvía una y otra vez sobre éste, examinaba bajo diferentes aspectos las relaciones de las luchas por la emancipación de los trabajadores y la lucha nacional, y defendía sus conclusiones en numerosos y amplios trabajos polémicos. Para resolver esta cuestión se había sumergido en estudios de largo aliento. Durante decenas de años, ella trabajó en una historia de Polonia, que probablemente terminó, aprovechando su estancia en la cárcel, durante la guerra. Pero este manuscrito se perdió, junto con otros escritos importantes en la confusión de la Revolución Alemana. Puede que haya sido destruido por la salvaje soldadesca. De este trabajo poseemos solamente el esqueleto. Franz Mehring había, en efecto, utilizado el manuscrito de Luxemburg para el comentario de su edición de los trabajos de Marx y Engels durante los años 1848-1849[1]y es fácil extraer la aportación de Rosa a este trabajo de Mehring. Además, nos ha llegado nos ha llegado un estudio suyo sobre el capitalismo en Polonia[2]que plantea los principios para una investigación ulterior sobre la historia económica polaca. Con él consiguió el grado de doctor en Ciencias Políticas en la universidad de Zurich. Rosa Luxemburg utilizaba fundamentalmente estos estudios históricos para elaborar su propio punto de vista en lo concerniente a la cuestión nacional polaca.
Después del levantamiento polaco de1830-31, era evidente para los demócratas occidentales la necesidad de sostener el movimiento de liberación nacional polaco. Y para el movimiento socialdemócrata la restauración de la soberanía polaca había tenido, hasta el momento de la intervención de Rosa Luxemburg, la fuerza de un artículo de fe, frente al cual la postura de Warinsky y sus amigos adquiría el carácter de una incomprensible herejía. Este artículo de fe se apoyaba en la política que Marx i Engels habían sostenido consecuentemente desde 1848. El movimiento nacionalista polaco era para ellos el arma que debía derribar la fortaleza de la reacción europea, la Rusia zarista. El zarismo había constituido el núcleo de la Santa Alianza que durante siglos había reprimido cualquier movimiento de liberación en el continente. Era el apoyo de todas las potencias feudales que reinaban en Europa central. La oleada revolucionaria de 1848 se había quebrantado en las fronteras del imperio zarista. Era el poder de los zares el que inspiraba a Prusia a tomar todas sus medidas contrarrevolucionarias. La presión reaccionaria del zarismo había llegado tan lejos que en 1844 obligó a un Humboldt a reclamar ante el gobierno de Guizot la extradición de Karl Marx  de Francia. Las tropas rusas liquidaron al ejército de liberación húngaro en la revolución de 1849. Un año más tarde, el propio zar intervenía en los asuntos internos de Alemania para obligar a Federico Guillermo IV a renunciar a sus proyectos de unificar Alemania, amenazándole en el Tratado de Olmütz con utilizar la fuerza si fuese necesario. Toda reforma democrática de envergadura parecía imposible realizarla en el continente mientras subsistiese este coloso con sus legiones de cosacos dispuestas a intervenir.
Es por ello que Marx i Engels fijaban su mirada en Rusia. Su rechazo y debilitamiento era la condición necesaria de todo progreso político decisivo al oeste. En 1848, proclamaban la guerra contra Rusia como única garantía de victoria de la democracia en Alemania. Tras la derrota de la revolución, la reunificación de Polonia se convirtió para ellos en un postulado de la política democrática y proletaria. En las instrucciones dadas a los delegados del Congreso Internacional de la Haya de 1872, Marx contestaba a la pregunta, ¿por qué los trabajadores de Europa se interesan en la cuestión polaca?:
            
            Porque tanto los aristócratas como la burguesía consideran a la            tenebrosa potencia asiática que está detrás de todo esto como su último refugio ante el avance de la clase trabajadora. Esta potencia solamente puede ser vencida con el restablecimiento de  la soberanía polaca sobre la base democrática. El cambio de la situación actual en Europa central y en especial en Alemania hace más necesario que nunca la lucha por una Polonia democrática. Sin ella Alemania se convertirá en una puesto avanzado de la Santa Alianza, con ella será la aliada de la Francia republicana. Mientras esta gran cuestión no sea resuelta el movimiento obrero se verá permanentemente hostigado,  frenado y postergado”.[3]


Marx estaba también convencido también de que ninguna nación que oprima a otras podía gozar de libertad ella misma. Pero su postura en la cuestión polaca no obedecía a consideraciones sobre la cuestión nacional de tipo general. Al igual que Engels, era muy escéptico sobre el derecho de los pueblos a la autodeterminación; consideraba que el movimiento nacionalista checo no era más que un subproducto del reaccionario paneslavismo. Su intervención a favor de una Polonia independiente y democrática obedecía exclusivamente a su estrategia política.
Rosa Luxemburg abordó también la solución del problema desde el punto de vista de la estrategia política. Atacó en primer lugar los postulados de la política exterior de Marx y Engels, que entretanto habían arraigado de tal forma en las mentes de los marxistas, que eran tenidos por leyes naturales y jamás eran sometidas a revisión. Los cambios en las relaciones de fuerza, en los agrupamientos europeos y en los procesos sociales moleculares habían modificado radicalmente las premisas de la política de Marx. Precisamente en los años en que Rosa clarificaba su posición sobre este problema, la República francesa firmaba un tratado con el absolutismo ruso. Basta esto para demostrar que Francia había dejado de ser el altar en el que se guardaba el fuego sagrado de la revolución y que Rusia no era ya el baluarte de la rección tal y como se entendía antaño. Es cierto que todas las fuerzas reaccionarias de Europa intentaban apoyarse en Rusia. Pero su influencia estaba ya basada en la inmediata amenaza de las bayonetas rusas, sino en la diplomacia, y en este caso de nada serviría un estado-tapón, la única solución era el derrocamiento del zarismo. Los rublos rusos no corrían por las cancillerías europeas; por el contrario, los marcos y los francos pagaban el armamento ruso. El apoyo de la reacción debía ser apoyado, a su vez, por todas partes. Precisamente en el momento en que el zarismo estaba mortalmente amenazado por Narodnaia Volia, Bismark firmó con el un tratado de mutua protección que ofreció a la diplomacia rusa una cobertura en la política internacional. Cuando, tres años más tarde, se negó a prorrogarlo fue sustituido por el pacto con Francia. El zarismo reponía sus fuerzas a expensas de Francia y Alemania para enfrentarse a la revolución que lo amenazaba.
El motivo más profundo de la política preconizada por Marx estaba basado en el carácter aparentemente inquebrantable del absolutismo ruso, donde las relaciones sociales parecían inmutables después de varios siglos. El Zarismo se apoyaba fundamentalmente en la economía natural del país y en la servidumbre que estaba ligada a esta. Mientras esta economía natural permaneciese intacta, los levantamientos campesinos estaban llamados al fracaso. Pero, para dentro del cuadro de su política de gran potencia europea, el zarismo tenía que hacer lo posible para impulsar el desarrollo capitalista. La sociedad rusa se descomponía y la emancipación de la servidumbre en 1861 fue su inevitable consecuencia. El campesinado fue arrastrado a la economía mercantil. Al mismo tiempo que era arruinado con la política fiscal. Cuando la competencia americana irrumpió en el mercado europeo de cereales, provocando la primera crisis agraria internacional, la situación de los grandes terratenientes se hizo más precaria. La terrible hambruna y la peste de los años 1891-93 revelaron el proceso de descomposición del régimen absolutista. La fortaleza se derrumbaba. Nacía una nueva clase, el proletariado, que, aunque no jugaba un rol activo, era, en opinión de los marxistas y también de Rosa Luxemburg, el llamado a derribar el absolutismo. No existía en toda Europa occidental ninguna potencia burguesa democrática que pudiese sacudir el yugo de la reacción rusa. Pero estaban naciendo fuerzas que, en la propia Rusia, iban a dar el golpe de gracia a esta tenebrosa potencia. Por estos motivos era necesario reorientar la estrategia.
No solamente el fin de la estrategia preconizada por Marx, sino también los medios decisivos de esta estrategia, la revolución nacional polaca, ya no existían más. La nobleza había sido el alma de los levantamientos nacionales. Especialmente la pequeña nobleza polaca, había estado muy influida por las ideas democráticas de Occidente y sus representantes más avanzados habían combatido como valerosos oficiales en todos los frentes revolucionarios del siglo XIX hasta la Comuna de Paris. Pero no hay que confundir a una clase con los individuos que la representan. No puede saltar sobre su propia sombra. Su meta no estaba en el futuro, sino en el pasado. Si se orientaba hacia el anticapitalismo es porque, en el fondo, perseguía restaurar su antigua dominación feudal y por esto fracasaban sus levantamientos. Solamente hubiesen podido conseguir la victoria de haberse sabido ganar el incondicional apoyo de los campesinos. Solamente una revolución agraria era capaz de conseguirlo. Los dirigentes demócratas del partido de la nobleza la estaban prometiendo desde 1846, pero jamás la llevaron a cabo. Esta revolución agraria fue realizada por el zarismo después del levantamiento de 1863 al abolir los últimos restos de servidumbre en Polonia. Con esto quedó definitivamente destruida la base natural de la economía polaca. La nobleza perdió su posición dominante y el capitalismo se desarrolló sobre un terreno fértil.
La burguesía tomó la dirección de la sociedad polaca. También tomó la herencia del programa nacionalista, para quitarle el alma primero y enterrar luego su cadáver. Porque esta burguesía debía su existencia a la vigorosa promoción que el zarismo estaba haciendo del capitalismo. Solamente el imperio de los zares podía ofrecerle el magnífico mercado que necesitaba. La separación de Rusia y el restablecimiento de la soberanía e independencia  polaca le parecía su sentencia de muerte. De manera que su objetivo no era, como la burguesía de todos los países, la unidad y la independencia nacional. Deseaba dominar el absolutismo sometiéndose a él. Es cierto que miles de burgueses polacos eran contrarios a la rusificación, pero no lo era la clase burguesa polaca. Cuando más aumentaban las ganancias y más se reforzaba la clase trabajadora, más la burguesía se sometía frente a los opresores de la nación. Solamente había un sector de la población en el que perduraba la idea nacional: los intelectuales. Pero no constituían una fuerza; podía ofrecer oficiales, pero no tropas, y su impotencia los precipitó hacia la pura aventura política.
¿Y la clase trabajadora?¿Cómo podía asumir la herencia nacionalista, mientras la burguesía, que se reconocía como “dirigente de la nación”, era su enemigo mortal, aquella con la que tenía que luchar para arrancar cada palmo de espacio vital?¿Y cómo la clase obrera polaca podía crear un Estado nacional burgués polaco en contra de los intereses de la propia burguesía y a partir de una Polonia dividida en tres pedazos y sometida a una triple dominación extranjera? 

Para conquistar la independencia de Polonia, el proletariado deberá no solo destruir el dominio de los tres gobiernos más poderosos de Europa, sino que deberá además ser bastante fuerte para superar las condiciones de vida material de su propia burguesía. En otras palabras, deberá, a pesar de su situación de clase sometida, asumir el mismo tiempo una posición de clase dirigente y servirse de su propia dominación para construir conscientemente, a través de la creación de un nuevo Estado de clases que se convertirá en el instrumento de su futura opresión.[4]

En este caso si tuviese la fuerza necesaria para esto, también la tendría para la revolución socialista, y ésta es la única que ofrece una solución a la cuestión nacional polaca capaz de movilizar a la clase trabajadora.
Por ello para Rosa Luxemburg la independencia nacional no podía ser el objeto inmediato del proletariado polaco. Porque la clase trabajadora no podía proponerse metas según sus deseos, sino metas que correspondan a la marcha objetiva de la evolución social y para las cuales existan los correspondientes presupuestos materiales. La clase trabajadora no debe correr tras una utopía, debe llevar a cabo una política realista; no una política realista en sentido tradicional, limitada y estrecha en el sentido pequeñoburgués, sino una política que, siendo rigurosamente situada, tienda al objetivo último de la revolución.
La primera vez que Rosa Luxemburg expuso estos pensamientos en público chocó con la airada oposición de los elementos nacionalistas polcaos y, entre la clase trabajadora en general, con todos los que se aferraban a la tradiciones de Marx. Karl Kautsky, que por aquel entonces era considerado como la máxima autoridad marxista, estaba de acuerdo con ella en algunos puntos esenciales, pero no con sus conclusiones. La tendencia antinacional de la burguesía que Rosa constataba era para Kautsky solamente una fase pasajera. Precisamente en los años 90 había comenzado una violenta pugna entre las industrias rusa y polaca, y el Estado había comenzado a intervenir en esta última con todos los medios que la Economía Política ponía a su disposición. A través de esta lucha, la burguesía iba a verse, en su opinión, obligada a reemprender la lucha nacional e iba a agrupar a su alrededor a la pequeña burguesía urbana, a los campesinos y a los intelectuales. “Sobre la tumba del antiguo movimiento feudal por la restauración de la soberanía polaca, comienza a nacer, tras una breve pausa, un nuevo movimiento nacional polaco que brota de la moderna evolución, lleno de vitalidad y de futuro”.[5]Esta esperanza fue minuciosamente examinada por Rosa en su tesis doctoral y llegó a la conclusión de que solamente se trataba de un sueño. Señaló que los fuertes lazos de intereses comunes unían al capitalismo ruso y al capitalismo polaco, que dependían el uno del otro y que también se beneficiaban recíprocamente. Naturalmente que aquí como en toda economía capitalista imperaba la guerra de todos contra todos. La rivalidad entre los barones textiles del fustán de Lodz y los reyes textiles del calicó de Moscú – en el que naturalmente “el objeto banal de la disputa, el algodón, está recubierto del velo ideológico nacional”[6]– era solo un aspecto de esta guerra generalizada. Pero las medidas que demostraban la existencia de una política económica antipolaca por parte de los zares iban dirigidas a romper las relaciones de la industria polaca con los proveedores extranjeros de materias primas para asegurar sus relaciones con proveedores rusos. Y, finalmente, la política expansionista rusa ligaba a la industria polaca al zarismo con los lazos más fuertes que los que ligaban a la propia  industria rusa, porque aquélla estaba mejor preparada para la expansión del mercado. Con esto se esfumaban las últimas esperanzas de una regeneración del ideal nacional en Polonia.
Existía, de todas formas, un medio que podía transformar la restauración de Polonia dejando de ser una utopía para pasar a ser una realidad política. Esta oportunidad era la guerra. Pero Rosa Luxemburg no tenía en cuenta esta posibilidad al determinar sus objetivos políticos. Y no hacía esto movida por razones pacifistas. Sabía demasiado bien que la guerra era inevitable mientras subsistiese la dominación de clase. Pero ella explicó en primer lugar que resultaba imposible prever qué reagrupamientos provocarían una guerra futura, y que por ese motivos había ciertas expectativas que podían determinar la táctica durante la guerra, pero de ninguna forma el programa previsto para la acción cotidiana en tiempos de paz. Más tarde, en la época de los conflictos imperialistas entre las grandes potencias, consideraba que las especulaciones sobre la guerra eran la más peligrosa de las aventuras, ya que podía convertir al proletariado polaco en mercenarios en uno de los frentes imperialistas.
Cuando Rosa Luxemburgo se oponía con todos estos argumentos a la consigna de la restauración de la soberanía polaca, daba la impresión que la liberación del pueblo polaco no le importaba y que aceptaba serenamente la opresión nacional. Este reproche de hecho fue esgrimido, y algunas expresiones exageradas como consecuencia del cruce de fuegos en la en la polémica parecían corroborarlo. Pero ¿cómo era posible que pensase ella cuando su espíritu de rebeldía había nacido como consecuencia de la política rusificadora del zarismo? Nunca se cansaba de combatir la opresión a la que estaba sometida Polonia, tanto por Rusia como por Alemania y Austria. Pero en ella la revolución polaca estaba incluida en un fin más elevado. La tarea no era arrancar Polonia de las manos de Rusia sino derrocar al mismo absolutismo. La mirada se elevaba del nivel nacional al internacional y social. En 1905, resultaría claro que el fin estrecho de la unidad polaca ponía en peligro el fin superior, la derrota del zarismo. A la unidad aparente, y en realidad imposible, entre el proletariado y la burguesía de Polonia, Rosa oponía la unidad de los trabajadores de todas la naciones de Rusia. Sería a través de la República democrática rusa, con la integración voluntaria en una comunidad en una comunidad de pueblos liberados de Rusia que se realizaría la liberación de Polonia. La revolución victoriosa aportaría a todos los pueblos hasta ese momento oprimidos por Rusia la autonomía cultural y administrativa: eso permitiría una escuela polaca, el reconocimiento del polaco como lengua nacional, la justicia se ejercería en Polonia; es decir la supresión de todos los prejuicios causados al pueblo polaco por la dominación extranjera y el libre desarrollo de la cultura polaca. La solución de la cuestión nacional polaca estaba de esta manera incluid en el gran fin estratégico fijado por Rosa Luxemburg para la clase obrera polaca. La solución de la cuestión nacional polaca estaba de esta manera incluida en el gran fin estratégico fijado por Rosa Luxemburg para la clase obrera polaca, y es esta estrategia la que después ha sido asumida por todos los grandes teóricos marxistas.
En aparente contradicción con su “negación de los intereses nacionales polacos”, Rosa emprende otra revisión de la tradición marxista en la misma época que le valió el reproche de ser verdaderamente enemiga obstinada del pueblo polaco. Cuando en 1896 los griegos se insurreccionaron en Creta, generando una reactualización de la cuestión turca, Rosa Luxemburg se hace resuelta defensora de la liberación nacional de los pueblos sometidos al yugo turco: los griegos, los serbios, los búlgaros, los armenios. ¿No había en ello en realidad una desconcertante contradicción respecto de su posición en la cuestión polaca? ¿Cómo esta contradicción podía ser resuelta?
Era el anverso de la misma contradicción contenida en la política de Marx y Engels, y que en uno y en otro caso encuentra su solución en una política estratégica global. También en los Balcanes y en las fronteras rusas de Asia Menor la creación o la mantención de una muralla protectora contra el absolutismo dictaría a Marx su apreciación política sobre las cuestiones nacionales. Turquía custodiaba el sector sudeste europeo y el oriente próximo. Un interés vital la obligaba a resistir todo intento de penetración rusa.. En la concepción de Marx, el interés común de la democracia europea consistía en el mantenimiento del imperio turco, tanto más cuanto las tendencias nacionalistas balcánicas estaban impregnadas de la reaccionaria idea del paneslavismo, y los pequeños estados que iban a formarse no iban a ser más que fortificaciones externas y los involuntarios instrumentos de la potencia zarista. Por este motivo, durante la guerra de Crimea, Marx se puso decididamente al lado de Turquía y denunció la pusilánime dirección de la guerra por parte de Francia e Inglaterra. En 1878 luchó a favor de la integridad de Turquía “porque la derrota de los rusos habría acelerado notablemente el cambio radical y social en Rusia, país donde todos los elementos necesarios están reunidos de forma abrumadora y llevan dentro de sí una transformación política en toda Europa”.
En la concepción de Rosa Luxemburg, ya no era necesario que las potencias extranjeras jugaran el rol de parteras de la revolución rusa. Confiaba en las fuerzas revolucionarias internas, y éstas necesitaban solamente tiempo para desarrollarse. Turquía suponía un peligro creciente en Europa. Su presencia como potencia opresora mantenía con vida el decadente imperio austro-húngaro. La dominación turca atenazaba el desarrollo de los pueblos balcánicos culturalmente superiores y económicamente más avanzados, y la burguesía de estos pueblos representaba las auténticas aspiraciones nacionales de libertad. ¿Y la influencia del zarismo en los Balcanes? Rosa Luxemburgo estaba segura de que no iba a aumentar por el hecho de que se sacudiesen el yugo turco. Al contrario, seguiría teniendo fuerza mientras los pueblos balcánicos permaneciesen oprimidos; en cuento se formasen estados libres, su propio interés nacional y estatal les llevaría a formar un frente contra Rusia.
Rosa Luxemburg no reconocía la existencia de un dogma único, una solución de la cuestión nacional a todos los casos. “El Estado nacional y el nacionalismo son vacías envolturas en las que cada época histórica y las relaciones de clase en cada país vierten su contenido material peculiar”, diría más tarde.[7]Todos los movimientos nacionalistas en Alemania o en Italia en tiempos de la revolución burguesa, en Polonia o en los Balcanes, en Irlanda o en la India, requerían un minucioso examen por separado. Su carácter histórico progresista o reaccionario dependía en cada caso de las relaciones sociales y delas relaciones de fuerza internacionales, así como de la naturaleza y los intereses de la clase que animaban el movimiento nacional. Esto suponía que los partidos socialistas adoptarían diferentes posturas frente a las corrientes nacionalistas. En cada caso el interés de la revolución proletaria debía tener prioridad sobre cualquier otra consideración. Este era el motivo por el que Rosa Luxemburg rechazaba bajo el capitalismo el principio general del derecho de autodeterminación de los pueblos.
Posteriormente, Rosa Luxemburg sostuvo un violento conflicto con Lenin a propósito de la cuestión de la autodeterminación de los pueblos, y este conflicto impidió durante mucho tiempo el cumplimiento de una de sus esperanzas en relación con la lucha contra el zarismo: la fusión del partido polaco con la socialdemocracia rusa. En el fondo, la controversia estaba motivada por la diferencia de posturas a que los dos habían sido llevados por las circunstancias. Rosa Luxemburg trabajaba para la clase obrera de un pueblo oprimido y tenia que cuidar de que la lucha de clases emprendida por el proletariado no resultase falseada y absorbida por las aspiraciones nacionalistas, tenía que poner énfasis en la lucha común de la clase trabajadora rusa y polaca. Por el contrario, Lenin actuaba en el medio ruso como miembro de un pueblo que oprimía a “cientos de pueblos”. Si quería unir las fuerzas revolucionarias de todos estos pueblos en contra del absolutismo tenía que reconocer inequívocamente los intereses nacionales de estos pueblos oprimidos por los rusos, además de su derecho a una completa separación política de Rusia. Por este motivo insistía reiteradamente en el derecho de los pueblos a la autodeterminación, derecho que jamás fue reconocido por Marx y Engels y que Rosa Luxemburg tenía serios motivos para considerar como inviable en la práctica inmediata, pero que iba a convertirse  en factor psicológico de enrome importancia para la socialdemocracia rusa. Rosa Luxemburg había comprendido este aspecto psicológico de la cuestión. Y en su preocupación por defender una orientación general de una estrategia socialista en Polonia había subestimado el papel que puede desempeñar la cuestión nacional en los grandes movimientos populares. Hasta que punto Lenin estaba de acuerdo con Rosa Luxemburg sobre la estrategia a seguir en Polonia se puede apreciar en el debate que sostuvo en 1916 con los adversarios del derecho de autodeterminación (Radek, Gorter, Henriette Roland-Horst). Estas eran sus opiniones sobre la cuestión polaca: 
Desear que estalle una guerra solamente para la liberación de Polonia supondría ser un nacionalista de la pero clase y anteponer los intereses de unos pocos polacos a los de cientos de millones de hombres que padecerían la guerra. Y así piensan, por ejemplo, los miembros del ala derecha del PPS que solamente son socialistas de palabra y contra los cuales esta vez los socialdemócratas polacos tienen mil veces razón. Establecer ahora la consigna de la independencia de Polonia, en la situación actual de las relaciones entre los Estados imperialistas vecinos, supone verdaderamente ir tras de una utopía, caer en un nacionalismo minúsculo y olvidar los requisitos de la revolución europea e incluso de las revoluciones rusas y alemana…
No es una paradoja sino un hecho que el proletariado polaco solo puede servir al socialismo y a la libertad y con ellos al socialismo polaco y a la libertad polaca si, junto con el proletariado de los países vecinos, combate a los nacionalistas polacos. No pueden ocultarse los logros de los socialdemócratas polacos en su lucha contra estos últimos…
La situación es, indudablemente, muy confusa, pero una forma de salir de ella que permitiría que todos los implicados siguiesen siendo internacionalistas: y sería que los socialdemócratas rusos y alemanes reconociesen el derecho de Polonia a la separación Incondicional y los socialdemócratas polacos luchasen por la unidad de la causa proletaria en los pequeños y grandes país sin poner por delante en la época actual la consigna de la liberación de Polonia.[8]


A pesar de las restricciones que se pueden oponer a algunos argumentos aislados de Lenin en sus consideraciones sobre el derecho de autodeterminación, tiene razón cuando afirma que los adversarios nacionalistas de Rosa Luxemburg repetían las palabras de Marx sin haber captado su espíritu y que la propia Rosa tenía razón al proponer su política, pero que el error de Rosa era que generalizase exageradamente una solución que era correcta para el caso del nacionalismo polaco. Este es un destino al que los innovadores en el terreno teórico rara vez pueden escapar.
Pero ¿era correcta la solución que proponía?¿No fue refutada por la historia? Había dicho que mientras perdurase la situación capitalista, la independencia de Polonia era una utopía, y Polonia es actualmente independiente. A pesar de todo, tenía razón. Porque solamente le parecía utópica y funesta para la clase trabajadora polaca la idea de intentar conseguir la independencia de Polonia a través de la revolución. No podía prever cuáles serían las nuevas relaciones estatales que iban a resultar del derrumbamiento de media Europa y estaba obligada a rechazar esta solución y los medios que conducían a ella. Tenía razón cuando predecía que la tendencia nacionalista del movimiento socialista polaco resultaría desmoralizadora a causa de su actitud política. Esto quedó claro en la revolución de 1905 y en la dictadura reaccionaria de Pilsudski y sus “coroneles” a partir de 1921. Y tenía razón, por cuanto la estrategia revolucionaria internacional no podía proponerse ningún objetivo que convirtiese a Polonia en un muro de contención para la Europa  capitalista contra el Este revolucionario. Fue “refutada” por la historia de la misma forma que los demócratas radicales de 1848, que pretendían crear la república de la Gran Alemania mediante la anexión de Austria, fueron “refutados” por Bismarck, que creó una Prusia semiabsolutista que impidió el progreso histórico de Europa central durante medio siglo y condujo a la guerra mundial y a la derrota alemana.
A través de su solución a la cuestión nacional polaca y a la de los pueblos sometidos por Turquía, Rosa Luxemburg derribó varios postulados de Marx en política exterior. Esto demuestra que fue una auténtica discípula de Marx. Porque la diferencia entre los epígonos y los seguidores creativos de los grandes pensadores radica en que mientras aquéllos recogen crédulamente los resultados del pensamiento de su maestro y los encierran en rígidas fórmulas y las defienden a pesar de que hayan cambiado las circunstancias, los otros captan verdaderamente el espíritu de sus mentores, pero conservando frente a ellos una actitud crítica y libre que les permite aplicar el método a las cambiantes circunstancias. Por lo que respecta a este método, era esencial la renuncia, en este caso, a los meros deseos y esperanzas, la captación del proceso histórico objetivo y la acción de la clase trabajadora sobre este proceso, de la misma forma que el físico intenta domar la naturaleza investigando sus leyes y sometiéndose a ellas. Este primer trabajo político importante de Rosa Luxemburgo fue tanto más importante por cuanto que no solamente odiaba con toda su alma al absolutismo ruso, sino que, además, estaba ligada a la cultura del pueblo polaco a través de todas las fibras de su ser. Internacionalista por excelencia, en ella aparecía siempre la patriota polaca, pero, claro está, no en el limitado sentido nacionalista. Por este motivo su revisión de la cuestión polaca fue una victoria del insobornable sentido crítico sobre el sentimiento.


Sobre el apartado dedicado a la cuestión nacional del folleto de Rosa “La Revolución rusa”dice Frölich:

“ Rosa Luxemburg, nos parece, se equivoca completamente en su temperamental ataque a la consigna del derecho de autodeterminación de los pueblos. Combatió este punto del programa de la socialdemocracia rusa con la irrefutable afirmación de que este derecho no puede ser realizado en el mundo capitalista, sino en el mundo socialista. Pero en este caso estaba siendo proclamado en una revolución que se fijaba como meta el socialismo. Y Lenin tenía en la práctica razón cuando explicaba que un partido revolucionario que pertenece a una nación opresora de otros pueblos debe establecer este principio si pretende la unidad revolucionaria de todos los pueblos. Y en aquel momento, como la clase trabajadora rusa había conquistado el poder estaba obligada a proclamar este principio al interior del ámbito territorial de la revolución. Este era el único medio que podía impedir el desmembramiento del territorio soviético y que, al mismo tiempo, permitía recuperar cuando menos una parte de lo perdido durante la guerra (Ucrania). Es precisamente la política nacional de los bolcheviques la que ganó millones de hombres para la revolución y les abrió al mismo tiempo las puertas de la cultura” (p. 278).


Es sorprendente el paralelismo de esta observación con lo que Joaquín Miras y Joan Tafalla escribieron en su artículo del año 2005 Rosa, Vladimir y la democracia

La cuestión nacional 

“Arrastrada por su lucha contra el nacionalismo en Polonia, Rosa Luxemburgo ha olvidado el nacionalismo de los Grandes-Rusos aunque este nacionalismo sea más temible actualmente, por que es menos burgués y más feudal, aunque sea el principal freno a la democracia y a la lucha proletaria”   Vladimir, 1914. 

En su crítica al folleto de Junius ( Vladimir, 1916) había advertido sobre el párrafo donde Rosa afirmaba que en el periodo imperialista no podían haber ya guerras nacionales: “ Una guerra nacional puede ser transformada en imperialista y viceversa. Un ejemplo: las guerras de la gran Revolución Francesa se iniciaron como guerras nacionales y lo fueron. Fueron guerras revolucionarias, porque tenían como objetivo la defensa de la gran revolución contra la coalición de monarquías contrarrevolucionarias. Pero cuando Napoleón fundó el Imperio francés sojuzgando a varios Estados nacionales europeos grandes, viables y constituidos desde hacía mucho tiempo, esas guerras nacionales francesas se convirtieron en imperialistas y a su vez provocaron guerras de liberación nacional contra el imperialismo de Napoleón” . 
Sobre las causas del 4 de agosto de 1914 Vladimir reprocha a Rosa no haber criticado suficientemente el oportunismo fruto según él de la llamada aristocracia obrera alemana. Sin embargo, esta teoría de la aristocracia obrera tiene un carácter excesivamente economicista y no explica bien el fenómeno que comentamos: los mismos obreros que el 4 de agosto desfilaban por las calles con “ y de amor patrio henchido el corazón” ( como dice el himno de la infantería española), serían los que en noviembre de 1917 una vez, hecha la experiencia de la guerra y (sobretodo) de la derrota, derrocarían el régimen militarista de Luddendorf y Hinderburg, echarían y establecerían la república. 
La polémica entre Rosa y Vladimir sobre el tema nacional venía de lejos. Básicamente, en Vladimir existe una compresión de la importancia del factor nacional como elemento que actúa en los procesos de lucha por la hegemonía. Sabe distinguir entre nacionalismos opresores o imperialistas y nacionalismos de las naciones oprimidas. Sobre la base de un internacionalismo por encima de toda sospecha, Lenin no considera el imperio ruso como una conquista y un avance hacia una centralización entendida como preludio del socialismo. Por el contrario, piensa que la única forma en que las nacionalidades no rusas, oprimidas por el zarismo, pueden unirse a la revolución es sobre la base del reconocimiento democrático de su derecho a decidir por sí misma. ( Lenin, 1913,1914, 1916, 1922). 
Por el contrario, Rosa consideraba que la centralización de los estados nación era, en sí misma en todas partes, un elemento de avance hacia el socialismo. En ocasión de la revolución de octubre y de sus medidas a favor de las nacionalidades alógenas, Rosa muestra su desacuerdo y su desconcierto: “En primer lugar sorprende la testarudez y la obstinación con las que Lenin y consortes se han unido a una consigna ( el derecho de las naciones a la autodeterminación) en contradicción flagrante, no solamente con el centralismo por otra parte manifiesto en su política, sino también con la actitud que ellos han adoptado hacia los otros principios democráticos. Mientras ellos profesaban un desprecio glacial por la asamblea constituyente, el sufragio universal, las libertades de prensa y de reunión, en resumen por todo el arsenal de libertades democráticas fundamentales de las masas populares, cuyo conjunto constituía el “derecho de autodeterminación” en Rusia propiamente dicha, ellos hacían del derecho de las naciones a disponer de ellas mismas el núcleo (noyeau) de la política democrática al cual todos los aspectos prácticos de la critica realista debían ceder el paso” ( Rosa, 1918). 
De nuevo vemos aquí una inversión de papeles. El “ultra centralista” Lenin se muestra como el demócrata radical defensor de las aspiraciones nacional-populares de las naciones oprimidas, mientras que la Rosa democrática, observadora atenta de las masas populares y de sus movimientos espontáneos, se convierte en esclava de una concepción del “marxismo” según la cual, la centralización capitalista, la reducción de los idiomas y de las naciones, la homogeneización cultural impuesta desde las necesidades de desarrollo del capitalismo serían la antesala del socialismo ante las cuales, los comunistas y los revolucionarios deberían inclinarse sin discutir. 

Se puede leer el artículo de Miras y Joan Tafalla Rosa, Vladimir y la democracia, escrito en el año 2005  en: 





[1]Franz Mehring, Aus dem Literarischen Nachlass vom Karl Marx, Friedrich Engels und Ferdinand Lassalle, Tomo III, Stuttgart, 1902 [De la herencia literaria de Karl Marx, FriedrichEngels y Ferdinand Lassalle, NdE].
[2]Rosa Luxemburg, Die industrielle Entwicklung Polens, 1898 [El desarrollo industrial de Polonia y otros escritos sobre el problema nacional, México D.F., Pasado y Presente, 1979, NdE].
[3]Karl Marx y Friedrich Engels, Werke, XVI, Berlín, 1962, p. 168. [Los textos sobre el Congreso de la Haya se encuentran en Obras Escogidas,Tomo II, Moscú, Progreso, 1974. NdE].
[4]Rosa Luxemburg, Neue Strömungen in der polnischen Bewegung in Deutschland und Österreich, Die Neue Zeit, Nª XIV, 2 vol., pp. 176-206 [“Nuevas corrientes del movimiento socialista polaco en Alemania y Austria”…, en El desarrollo industrial en Polonia…, ob. cit., p. 179, NdE]
[5]Karl Kautsky, Finis Poloniae?, Die Neue Zeit,nº XIV, 2 vols., p. 519.
[6]Rosa Luxemburg, Die Industriele..., p. 69 [ El desarrollo industrial de Polonia..., ob.cit.. NdE].
[7]Rosa Luxemburg, Die russische Revolution,Europäische Verlagsanstalt, Frankfurt am Main, 1963, p. 83 [Crítica de la Revolución Rusa, Bs. As., La Rosa Blindada, 1969, NDE]
[8]N. Lenin y G. Zinoviev,Gegen dem Strom, Hamburgo, 1921, pp. 407-09.