Pep Traverso
Me gustaría recomendar la lectura de Encyclopédie, el libro de Philipp Blom editado por Anagrama. Se trata del mundo apasionante de l’Encyclopédie francesa, de una aventura intelectual, política y humana que llegó a tener trabajando para sus páginas a más de mil personas y a una extensísima nómina de libreros, editores, escritores, artistas, grabadores, impresores, dibujantes… L’Encyclopédie fue uno de los polos de lucha política y de ideas más importante de la Francia pre-revolucionaria. Una aventura que fue más allá, mucho más allá de la redacción de un diccionario enciclopédico y que Blom relata de forma deliciosa.
La primera línea de intelectuales que participaron en su redacción es impresionante; D. Diderot, Ch. de Jaucourt, D’Alambert, J. J. Rousseau, Grimm, D’Holbach, Voltaire…pero es que tras ellos se despliega una segunda (y desconocida) lista de doctores, físicos, cirujanos, botánicos, naturalistas, físicos…y a continuación todo el mundo (inmenso) del artesanado y la manufactura que se vio reflejado en los volúmenes de láminas (¡¡unas 2.500!!)
Blom afirma que los grabados de l’Encyclopédie reflejaban distorsionadamente el mundo artesanal, que en las planchas, los talleres aparecían pulcros, ordenados, (“cartesianos”, nos dice) cuando en la realidad no eran nada de eso en absoluto:
“…el espacio era escaso en el densamente habitado Faubourg Saint Antoine, donde la mayoría de los impresores (los legales, al menos) ejercían su oficio, de forma que las prensas y las personas que trabajaban en ellas estaban apiñadas y se veían obligadas a trabajar en condiciones tan infernales que los propios profesionales se veían a sí mismos como una ruda hermandad secreta, una sociedad con sus propias reglas y leyes.”(p.333)
No es el tema central del libro pero sí que aparece como una cuestión interesantísima la de las relaciones que los enciclopedistas tuvieron con el mundo del trabajo y la del enciclopedismo en general con el posterior movimiento revolucionario; quizás sea en estos aspectos donde el libro muestra claras limitaciones. Seguramente los colaboradores de l’Encyclopédie no visitaron tantos talleres como afirmaban pero me cuesta creer que alguien tan enganchado al terreno como Diderot no se hubiera impregnado de alguna manera de ese “submundo” emergente y tan cargado de significaciones.
Son sus propias palabras: “Recuerdo a un artista al que, después de haberle explicado exactamente lo que quería saber acerca de su oficio (o eso pensaba yo), me trajo, en lugar de la solicitada página de texto manuscrito y media hoja de ilustración sobre la técnica de empapelado mural, diez o doce láminas con gran cantidad de dibujos y tres gruesos fajos de folios, suficientes para llenar uno o dos volúmenes.”(p. 326)
El nombre propio que recorre todo el libro como protagonista es, sin duda, el de Denis Diderot; y a medida que uno se va acercando a él, se nos desvela como el más valioso de todos ellos; frente a los desplantes de D’Alambert, la lejanía de Voltaire y las manías de Rousseau, Diderot aguantó el tipo ante los constantes problemas a que se vio sometida la redacción del diccionario, rechazó tanto el abandono del proyecto como su expatriación y buscó una tercera posición nada grandilocuente pero tenaz y, a la larga, eficaz.
Su obra es mal conocida y poco traducida entre nosotros; se trata de un escritor ágil y profundo a la vez; brillante, de aquellos que “donde menos te lo esperas, hace saltar la liebre”; así, en cualquier carta “intranscendente” de amor a su querida Sophie, allí, de pronto, aparece un diamante, por ejemplo, una definición de la experiencia humana de hondo calado; obligando al lector a una atención máxima, hable de lo que hable.
El cómo se planteaba su trabajo queda reflejado en un par de citas sacadas de la Encyclopédie; “el filósofo no actúa guiado por sus pasiones, sino después de reflexionar; viaja en la noche, pero lo precede una antorcha” y en ese vagar de noche “sólo tengo una luz para guiarme. Aparece un extraño y me dice:”Amigo…, deberías extinguir tu luz para encontrar el camino con más claridad.” Este extraño es un teólogo.” (p.117)
La primera línea de intelectuales que participaron en su redacción es impresionante; D. Diderot, Ch. de Jaucourt, D’Alambert, J. J. Rousseau, Grimm, D’Holbach, Voltaire…pero es que tras ellos se despliega una segunda (y desconocida) lista de doctores, físicos, cirujanos, botánicos, naturalistas, físicos…y a continuación todo el mundo (inmenso) del artesanado y la manufactura que se vio reflejado en los volúmenes de láminas (¡¡unas 2.500!!)
Blom afirma que los grabados de l’Encyclopédie reflejaban distorsionadamente el mundo artesanal, que en las planchas, los talleres aparecían pulcros, ordenados, (“cartesianos”, nos dice) cuando en la realidad no eran nada de eso en absoluto:
“…el espacio era escaso en el densamente habitado Faubourg Saint Antoine, donde la mayoría de los impresores (los legales, al menos) ejercían su oficio, de forma que las prensas y las personas que trabajaban en ellas estaban apiñadas y se veían obligadas a trabajar en condiciones tan infernales que los propios profesionales se veían a sí mismos como una ruda hermandad secreta, una sociedad con sus propias reglas y leyes.”(p.333)
No es el tema central del libro pero sí que aparece como una cuestión interesantísima la de las relaciones que los enciclopedistas tuvieron con el mundo del trabajo y la del enciclopedismo en general con el posterior movimiento revolucionario; quizás sea en estos aspectos donde el libro muestra claras limitaciones. Seguramente los colaboradores de l’Encyclopédie no visitaron tantos talleres como afirmaban pero me cuesta creer que alguien tan enganchado al terreno como Diderot no se hubiera impregnado de alguna manera de ese “submundo” emergente y tan cargado de significaciones.
Son sus propias palabras: “Recuerdo a un artista al que, después de haberle explicado exactamente lo que quería saber acerca de su oficio (o eso pensaba yo), me trajo, en lugar de la solicitada página de texto manuscrito y media hoja de ilustración sobre la técnica de empapelado mural, diez o doce láminas con gran cantidad de dibujos y tres gruesos fajos de folios, suficientes para llenar uno o dos volúmenes.”(p. 326)
El nombre propio que recorre todo el libro como protagonista es, sin duda, el de Denis Diderot; y a medida que uno se va acercando a él, se nos desvela como el más valioso de todos ellos; frente a los desplantes de D’Alambert, la lejanía de Voltaire y las manías de Rousseau, Diderot aguantó el tipo ante los constantes problemas a que se vio sometida la redacción del diccionario, rechazó tanto el abandono del proyecto como su expatriación y buscó una tercera posición nada grandilocuente pero tenaz y, a la larga, eficaz.
Su obra es mal conocida y poco traducida entre nosotros; se trata de un escritor ágil y profundo a la vez; brillante, de aquellos que “donde menos te lo esperas, hace saltar la liebre”; así, en cualquier carta “intranscendente” de amor a su querida Sophie, allí, de pronto, aparece un diamante, por ejemplo, una definición de la experiencia humana de hondo calado; obligando al lector a una atención máxima, hable de lo que hable.
El cómo se planteaba su trabajo queda reflejado en un par de citas sacadas de la Encyclopédie; “el filósofo no actúa guiado por sus pasiones, sino después de reflexionar; viaja en la noche, pero lo precede una antorcha” y en ese vagar de noche “sólo tengo una luz para guiarme. Aparece un extraño y me dice:”Amigo…, deberías extinguir tu luz para encontrar el camino con más claridad.” Este extraño es un teólogo.” (p.117)