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dissabte, 28 de setembre del 2019

Rosa Luxemburgo: De la “cuestión nacional”
y el imperialismo a la dialéctica de la revolución.



De la “cuestión nacional”
y el imperialismo a la dialéctica de la revolución; la relación de espontaneidad y conciencia con la organización en las disputas con Lenin (1904, 1917) 
Raya Dunayevskaya
Fragmento del capítulo IV del libro de Raya Dunayevskaya, Rosa Luxemburgo, la liberación femenina y la filosofía marxista de la revolución. La Habana, Editorial filosofi@.cu, 2017, pp. 131-145. No se incluye la parte dedicada al debate con Lenin sobre la cuestión de la organización,

La causa es la etapa más alta en que la Noción 
concreta como principio tiene una existencia 
inmediata en la esfera de la necesidad; 
pero aún no es un sujeto. 
G. W. F. Hegel: Ciencia de la lógica 

La dialéctica inconclusa: la cuestión polaca y el internacionalismo 
Desde los comienzos de Rosa Luxemburgo en el movimiento marxista, el internacionalismo fue su más distintiva marca revolucionaria cuando ella y Jogiches aparecieron por primera vez en el escenario de los exiliados polacos en Zurich, rompieron con el Partido Socialista Polaco (PSP) y establecieron un nuevo partido, la Socialdemocracia del Reino de Polonia (SDRP). Aunque su oposición tenaz, inflexible, intransigente y porfiada al “derecho de las naciones a la autodeterminación” en general y a la de Polonia, su tierra natal, en particular, iba contra la posición de Marx, Luxemburgo consideró que su actitud constituía la única posición verdadera, proletaria e internacionalista. En su primera aparición en un Congreso Socialdemócrata en 1896, la joven dio una conferencia a los experimentados dirigentes ortodoxos de la Segunda Internacional, los directos continuadores y herederos del marxismo, diciéndoles que no sabían absolutamente nada acerca de la “cuestión polaca”, y que la prueba de ello era su reconocimiento del PSP, que no era más que de “nacionalistas”, si no abiertamente “patriotas sociales”. 
Sostuvo Luxemburgo que la situación objetiva había cambiado completamente desde la época de Marx, cuando casi no había movimiento proletario, mucho menos revolucionario; ahora, en cambio, había un movimiento revolucionario marxista tanto en Rusia como en Polonia. Y Polonia no solo estaba económicamente integrada al imperio zarista, sino que industrialmente estaba más avanzada que la propia Rusia. En los dos años siguientes, Luxemburgo continuó trabajando en su tesis para el doctorado, El desarrollo industrial de Polonia, que había de probar su punto de vista. Aunque nadie convino con su actitud hacia la autodeterminación, la Internacional sí reconoció al SDRP como partido marxista oficial de Polonia. Al cabo de cuatro años, los marxistas lituanos se unieron al SDRP, que así se convirtió en el SDRPIL. 
Rosa Luxemburgo nunca abandonó su oposición a la autodeterminación de las naciones, antes de la revolución ni durante ella. Cuando Jogiches, que había colaborado en la tesis original de oposición a la “cuestión nacional”, sintió, sin embargo, que no era apropiado ni oportuno que ella mostrara tan claramente su oposición a la actitud de Marx ante la cuestión, al estallar la Revolución de 1905 en Polonia ella respondió: “El temor a que yo dé gran importancia a nuestra contradicción con Marx me parece infundado. En realidad, todo debe considerarse como una triunfante reivindicación del marxismo. Nuestra clara ‘revisión’ impresionará tanto más a nuestros jóvenes”. Añadió una posdata: “En el peor de los casos, cualquier impresión de desacuerdo directo con Marx podrá alterarse con unos pequeños retoques”.[1]
Contra la idea de los antileninistas que han escrito voluminosamente que la Gran Separación entre Rosa Luxemburgo y Lenin se centró en la cuestión organizativa, la salida de los partidarios de ella del famoso Congreso Socialdemócrata Ruso no ocurrió por la cuestión organizativa, sino por la cuestión nacional. Cierto es que ella escribió contra Lenin sobre la cuestión de la organización, pero ello fue después del congreso y, nuevamente, durante la Revolución de 1917. Aquí se trata de que, aunque Luxemburgo no asistió al congreso de 1903, ingresó en el partido en 1906, aun cuando el famoso “Punto 9” del programa del partido, hacia la autodeterminación, siguiera siendo exactamente el mismo que en el congreso de 1903. La revolución siempre fue la fuerza vital de las actividades de Luxemburgo, de sus principios, de sus escritos. La revolución era la fuerza unificadora, lo que no quiere decir que ella dejara de escribir críticas; todo lo contrario. En 1908-1909, elaboró su declaración más comprensiva en seis extensos artículos, a los que tituló “El problema de la nacionalidad y la autonomía”. 
Así como algunos antileninistas tratan de hacer que la cuestión organizativa, y no la cuestión nacional, sea el punto de ruptura entre Lenin y Rosa Luxemburgo, otros actúan como si Lenin no hubiese “refutado” la tesis de Luxemburgo de 1908-1909.[2] En realidad una de las más grandes contribuciones de Lenin es precisamente su obra sobre la cuestión nacional antes y después de la guerra, y después de que él mismo había subido al poder. Todo el mundo, desde Marx y Engels hasta Kautsky y Bebel y hasta Plejánov y Lenin (absolutamente todos en el movimiento marxista internacional, fuera del propio grupo de Luxemburgo), se opusieron a su posición. Sin embargo, nada pudo hacer que la abandonara. 
Rosa Luxemburgo comenzó su tesis más comprensiva sobre el “problema de la nacionalidad” atacando la actitud rusa (el “Punto 9” del programa del RSDLP) “de que todas las nacionalidades que forman el Estado tienen el derecho de autodeterminación”. Reconoció que (aunque “a primera vista” pareciera “una paráfrasis del viejo lema del nacionalismo burgués expresado en todos los países y en todos los tiempos: ‘El derecho de las naciones a la libertad y la independencia’”) era cierto que la socialdemocracia rusa también estaba en pro de la lucha de clases y la revolución. Sin embargo, sostuvo Luxemburgo, triunfante, “no ofrece lineamientos prácticos para la política cotidiana del proletariado, ni solución práctica a los problemas de la nacionalidad”. Habiendo reducido el principio marxista de autodeterminación casi a lo mismo que el “nacionalismo burgués”, puesto que “prácticamente” no ofrecía nada, Rosa Luxemburgo procedió a derribar a aquel “hombre de paja”. Concluyó que la autodeterminación era simple “utopía”: bajo el capitalismo es imposible de lograr y ¿para qué la puede necesitar alguien en el socialismo? 
Cuando Rosa Luxemburgo se enfrentó a Marx por la cuestión nacional, solo planteó el punto de que aquello era caduco. La disputa se condujo como si solo se tratara de que “ortodoxo” quería decir que Marx no podía equivocarse. Pero no era cuestión de que Marx pudiera o no pudiera equivocarse, ni se trataba tampoco de que la situación objetiva no pudiera cambiar. Era cuestión de dialéctica, de la metodología al enfocar los opuestos. Toda cuestión de metodología dialéctica y la relación de ella con la dialéctica de la liberación, donde se había planteado, habían parecido “abstractas” a Rosa Luxemburgo. Al buscar una nueva teoría que respondiera a los “nuevos hechos” la dialéctica de la liberación le pasó inadvertida. Por desgracia, lo mismo ocurrió a las nuevas fuerzas de la revolución en la lucha nacional contra el imperialismo
Rosa Luxemburgo no podía ignorar la posición de Marx, expresada innumerables veces y en innumerables lugares, y la atacó con bastante frecuencia; sin embargo, acaso no conocía la carta que el 7 de febrero de 1882 escribió Engels a Kautsky sobre “nacionalismo, internacionalismo y la cuestión polaca”.[3] Tiene especial importancia para nosotros, aquí, porque fue escrita pocas semanas después de que Engels hubiera colaborado con Marx en un nuevo prólogo para la edición rusa del Manifiesto comunista, fechada el 21 de enero de 1882. Es de especial pertinencia para la problemática de todas las discusiones acerca de la Revolución de 1905, no solo por discutirla mientras estaba ocurriendo (1905-1907), sino que reapareció en la disputa de 1910 con Kautsky, cuando se trató de la relación entre la “atrasada” Rusia y la “avanzada” Alemania. En el prólogo de 1882 se había predicho que una revolución podía ocurrir antes en Rusia y triunfar si “se volvía” la señal de la revolución proletaria en Occidente. Desde luego, esto añadió ímpetu a toda la cuestión de Polonia, que por entonces era parte del imperio ruso. 
La carta de Engels a Kautsky dice lo siguiente: 
“Los socialistas polacos que no ponen la liberación de su país a la cabeza de su programa me parecen a mí como los socialistas alemanes que no exigen ante todo la derogación de la ley socialista, la libertad de presa, de asociación y de asamblea [...] No importa si una reconstitución de Polonia es posible antes de la próxima revolución. En ningún caso tenemos la tarea de apartar a los polacos de sus esfuerzos de luchar por las condiciones vitales de su desarrollo futuro, o persuadirlos de que la independencia nacional es cuestión muy secundaria desde el punto de vista internacional. Por el contrario, la independencia es la base de toda acción internacional común [...] Nosotros en particular no tenemos ninguna razón para bloquear su irrefutable esfuerzo por la independencia. En primer lugar, han inventado y aplicado en 1863 el método de lucha [...]; y en segundo lugar fueron los únicos lugartenientes capaces y leales de la Comuna de París.”
Simplemente no era cierto, como había afirmado Rosa Luxemburgo, que la situación objetiva hubiera cambiado tan drásticamente desde la época de Marx que se necesitase una nueva tesis; y tampoco, en ningún caso, que no hubiera absolutos en el marxismo. Desde luego, la autodeterminación nacional no era “un absoluto”, pero tampoco era algo limitado a los decenios de 1840 o 1860. Marx siempre tuvo una visión global y la oposición al zarismo ruso fue lo que fue por entonces: el contrapunto de la reacción europea. Cuando Marx, al pronunciar su discurso clave en la celebración de la Internacional del 4.° aniversario del levantamiento polaco de 1863, llamó a los polacos “veinte millones de héroes entre Europa y Asia”, no solo se trataba de la autodeterminación de la nación, sino que era cuestión de potencial revolucionario. De manera similar, señaló el papel de aquellos en la Comuna de París. 
En una palabra, contraponer la lucha de clases, para no mencionar la revolución, con la “cuestión nacional” como Marx la analizó, es transformar la realidad en una abstracción. No solo no cambió tan drásticamente la situación objetiva en la época de Rosa Luxemburgo, ante la cuestión nacional, de como había sido en la época de Karl Marx, sino que la autodeterminación como potencial revolucionario exigió un ensanchamiento del concepto mismo de una filosofía de la revolución como totalidad. 
Sin embargo, Rosa Luxemburgo continuó desarrollando sus diferencias, tanto en la cuestión de la ideología como en la cuestión de la producción: 
“Cualquier ideología es, básicamente, solo una superestructura de las condiciones materiales y de clase de una época dada; sin embargo, al mismo tiempo, la ideología de cada época contempla hacia atrás los resultados ideológicos de las épocas precedentes, mientras que, por otra parte, tiene su propio desarrollo lógico en cierta área. Esto queda ilustrado por las ciencias, así como por la religión, la filosofía y el arte [...] Como la moderna cultura capitalista es heredera de la continuadora de anteriores culturas, lo que desarrolla es la continuidad y la calidad monolítica de una cultura nacional [...] 
El capitalismo aniquiló la independencia polaca pero al mismo tiempo creó la moderna cultura nacional polaca. Esta cultura nacional es producto indispensable dentro del marco de la Polonia burguesa; su existencia y desarrollo son una necesidad histórica, conectada con el propio desarrollo capitalista”.[4]
Lo que resulta irónico es que, sin cambiar nunca su posición “general” de que la “cultura nacional” era “indispensable” para la burguesía, Rosa Luxemburgo insistiera en la autonomía del SDRPIL, aun después de haberse “fundido” con la socialdemocracia rusa. 
El estallido de la Primera Guerra Mundial no contuvo la oposición de Luxemburgo a la autodeterminación. Antes bien, el escándalo de la traición a la Segunda Internacional hizo más profunda su convicción de que el internacionalismo y el “nacionalismo”, incluso la cuestión de la autodeterminación, eran opuestos absolutos. Al momento ella se movilizó para combatir a los traidores. Con el seudónimo de Junius, produjo el primer gran grito contra la traición. La crisis de la socialdemocracia habló con la mayor elocuencia: 
“El “mundo civilizado” que contempló impasible cómo este mismo imperialismo consignaba decenas de miles de hereros a la destrucción más horrible y llenaba el desierto del Kalahari con los gritos desesperados de quienes perecían de sed y las agonías de los moribundos; mientras en Putumayo, en 10 años, 40.000 seres humanos fueron martirizados por una pandilla de barones industriales europeos, y el resto del pueblo fue mutilado a golpes; mientras en China una antigua cultura era abierta a todas las abominaciones de la destrucción y la anarquía, entre los incendios y los asesinatos de la soldadesca europea; mientras Persia, impotente, se sofocaba bajo el nudo cada vez más estrecho del despotismo extranjero; mientras en Trípoli los árabes habían de inclinarse bajo el yugo del capital, a sangre y fuego, arrasadas por igual su cultura y sus moradas, este “mundo civilizado” solo hoy ha tomado conciencia de que la mordida de la bestia imperialista es fatal, de que su aliento es infamia.[5]
No obstante, la quinta tesis de “Junius” declara: 
“En la época del imperialismo triunfante no puede ha- ber más guerras nacionales. Los intereses nacionales solo pueden servir como medios de engaño para traicionar a las masas trabajadoras del pueblo, ante su enemigo mortal, el imperialismo [...] 
Es cierto que el socialismo reconoce a cada pueblo el derecho de independencia y la libertad de gobernar independientemente sus propios destinos. Pero es una verdadera perversión del socialismo considerar la actual sociedad capitalista como expresión de esta autodeterminación de naciones”. 
Concluye “Junius”: “Mientras existan Estados capitalistas, es decir, mientras la política mundial imperialista determine y regule la vida interna y externa de una nación, no podrá haber ‘autodeterminación nacional’ ni en la guerra ni en la paz”. 
Por grande que fuera la solidaridad que recorrió a los internacionalistas revolucionarios en el exterior (incluyendo a Lenin, desde luego), cuando se recibió aquel escrito antibélico desde Alemania, Lenin (quien no sabía que Junius era Rosa Luxemburgo) se escandalizó al leer en el mismo escrito aquel análisis que se oponía a la autodeterminación nacional y le contraponía la “lucha de clases”. Era precisamente lo opuesto de su propia actitud, no porque él todo el tiempo hubiese defendido el derecho de las naciones a la autodeterminación, sino porque, donde antes había habido solamente un principio, ahora consideraba que también se trataba de la vida misma de la revolución y sostenía firmemente que la lucha por la autodeterminación nacional podía volverse uno de los “bacilos” para una revolución socialista proletaria. Escribió Lenin: 
“Al decir que la lucha de clases es el mejor medio de defensa contra la invasión, Junius solo aplicó a medias la dialéctica marxista, dando un paso por el camino correcto e inmediatamente desviándose de él. La dialéctica marxista pide un análisis correcto de cada situación específica [...] La guerra civil contra la burguesía también es una forma de lucha de clases. 
No hay la menor duda de que los marxistas holandeses y polacos que se oponen a la autodeterminación pertenecen a los mejores elementos revolucionarios e internacionalistas de la socialdemocracia internacional. ¿Cómo es posible, entonces, que su razonamiento teórico sea, como hemos visto, solo un puñado de errores? Ni un solo argumento general correcto; nada más que “economismo imperialista”.[6]
“Economismo imperialista” significa subordinar al nuevo Sujeto (las masas coloniales, que seguramente se levantarían) al poderío abrumador del país imperialista. Para Lenin, todo el punto, siempre, por decirlo así, fue que “Toda la opresión nacional provoca la resistencia de las grandes masas del pueblo; y la resistencia de una población oprimida a nivel nacional siempre tiende a la revuelta nacional”.[7] Era absolutamente imperativo ver la única dialéctica en la revolución y en el pensamiento cuando estalló la rebelión en Irlanda. Como dijo Lenin: “la dialéctica de la historia es tal que naciones pequeñas, impotentes como factor independiente de la lucha contra el imperialismo, desempeñan una parte como uno de los fermentos, uno de los bacilos que ayudan al verdadero poder contra el imperialismo a salir de la escena, a saber, el proletariado socialista”.[8]
Este habría sido precisamente el punto de vista de Rosa Luxemburgo si el proletariado hubiese sido la masa en cuestión; eso fue, precisamente, lo que ella quiso decir con “espontaneidad”; pero habiendo juzgado que la autodeterminación nacional era “burguesa”, habiendo visto los grandes sufrimientos de las masas coloniales, pero no la dialéctica de su creatividad, no modificó su antigua posición. Irlanda había sido el país empleado por Luxemburgo como “prueba” para oponerse a la autodeterminación nacional y desde antes de la Rebelión de Pascua (cuando Lenin pensó que Rosa Luxemburgo no conocía la posición de Marx ante la independencia de Irlanda) Lenin había considerado la actitud de Luxemburgo como de “divertida audacia”, y repitió su con- traste entre ella misma como “práctica” y los que favorecían la autodeterminación nacional como “utópicos”. Escribió Lenin: “Mientras declara que la independencia de Polonia era una utopía, y lo repite ad nauseam, Rosa Luxemburgo exclama irónicamente: ¿por qué no exigir la independencia de Irlanda? Es obvio que la ‘práctica’ Rosa Luxemburgo no conoce la actitud de Karl Marx ante la cuestión de la independencia de Irlanda”.[9]
Ahora que era cuestión, no de conocer la posición de Marx, sino de enfrentarse a la guerra imperialista y la revuelta de las masas coloniales, Lenin atacó a todos, especialmente a los bolcheviques, que se oponían a la autodeterminación nacional diciendo que su posición era nada menos que “economismo imperialista”. 
Los admiradores de Rosa Luxemburgo, de su partido o no por igual, no saben cómo explicar su posición ante la cuestión nacional; ello se ha atribuido a todo, desde “orígenes faccionales” (ella había surgido como revolucionaria internacionalista marxista en la lucha contra el “nacionalismo” del Partido Socialista Polaco) hasta “demencia”. “No hay otra palabra para describir esto”, concluyó George Lichtheim, pidiendo a sus lectores 
“hacer una pausa aquí. El tema está cargado de pasión. Fue la cuestión central de la vida política de Rosa Luxemburgo [...] Fue la única cuestión en que estuvo dispuesta a romper con sus asociados más cercanos y a desafiar a la cara toda autoridad, incluso la de Marx. ¡Polonia había muerto! ¡Nunca podría resucitar! ¡Hablar de una nación polaca, de una Polonia independiente no solo era demencia política y económica! Era una distracción de la lucha de clases, una traición al socialismo [...] Solo una cosa contaba: la fidelidad al internacionalismo proletario como ella lo comprendía (y como el pobre Marx, claramente no lo había comprendido). En este punto y solo en él, Rosa fue intratable [...] Una de las aberraciones más extrañas que jamás poseyeran a tan grande intelecto político”.[10]
El nacimiento del Tercer Mundo en nuestra época nos ha facilitado no caer en la trampa de contraponer “internacionalismo” y “nacionalismo”, como si en todo tiempo fuesen absolutos irreconciliables. En manos de un revolucionario como Frantz Fanon, la relación dialéctica de los dos fue bellamente desarrollada al expresar la idea hasta de un absoluto, como si fuese un lema de batalla. Escribió en Los condenados de la tierra
“La historia nos enseña claramente que la batalla contra el colonialismo no corre a lo largo de líneas rectas de nacionalismo [...] La conciencia nacional, que no es nacionalismo, es la única que nos da dimensión internacional [...] El desafío de los aborígenes al mundo colonial no es una confrontación racional de puntos de vista. No es un tratado sobre lo universal, sino la confusa afirmación de una idea original propuesta como absoluto [...] Por Europa, por nosotros mismos y por la humanidad [...] hay que [...] desarrollar un pensamiento nuevo, tratar de crear un hombre nuevo”.[11]
Aun si no salimos del marco histórico del periodo de Rosa Luxemburgo, la psicologización de Lichtheim no es respuesta. En cambio, hemos de enfrentarnos a la ambivalencia de su posición ante la espontaneidad y la organización, considerándola dentro del marco de su compromiso total, a un mismo tiempo con la acción espontánea de las masas y con el partido de la vanguardia. 
La dificultad de desenredar esto no se reduce fácilmente por la interminable serie de mitos y calumnias acerca de la actitud de Rosa Luxemburgo ante la organización, como si todo lo que estuviera en cuestión fuese Luxemburgo la demócrata contra Lenin el dictador. Donde estos re-escritores de la historia empezaron cambiando el título al tema mismo de la crítica hecha por Luxemburgo en 1904 a Lenin (que ella llamó “Cuestiones organizativas de la socialdemocracia” y que ellos deformaron para decir “¿Leninismo o marxismo?”), es necesario, en cambio, seguir la articulación dada por Luxemburgo al problema.[12] Es bastante claro que Rosa Luxemburgo se opuso al concepto leninista de organización, pero igualmente claro es que estaba criticando a Alemania tanto como a Rusia y sosteniendo que cada una tenía igual “status histórico”. Muy por encima de todas sus críticas, así como de su aprobación, estaba no la cuestión de la organización sino el concepto de revolución. Y al ser así, la cuestión organizativa ocupó un lugar subordinado durante todo el decenio siguiente. Lo que sí predominó, y lo que la acercó a Lenin, fue la verdadera Revolución de 1905. 
(…)
Raya Dunayevskaya


[1] Véase su carta a Jogiches del 7 de mayo de 1905, en Roza Luksemburg Listy do Leona Jogichesa-Tyszki, vol. 2, 1900-1905. 
[2] Véase la introducción de Horace B. Davis a Rosa Luxemburgo: The National Question: Selected Writings by Rosa Luxemburg, p. 9. “El problema de nacionalidad y autonomía”, traducido como “La cuestión nacional y la autonomía”, está incluido en esta obra, junto con otros escritos fundamentales de Rosa Luxemburgo sobre la cuestión nacional. No es porque Estados Unidos esté tan “atrasado” en cuestiones teóricas por lo que no se hizo allí una traducción inglesa de la obra de 1908 de Rosa Luxemburgo, hasta 1976. Antes bien, esta obra fundamental contradecía tan flagrantemente la realidad, que no hubo interés en traducirla a otros idiomas. Como una vez dijo Lenin: “Ningún marxista ruso pensó jamás en censurar a los polacos [...] Los rusos deben cuestionar en favor de su independencia”. 
[3] Fue publicado por primera vez en Moscú, en 1933, en Briefe an A. Bebel, W. Liebknecht, K. Kautsky und Andere. Se ha traducido como parte de The Russian Menace to Europe, pp. 116-120. 
[4] Rosa Luxemburgo: The National Question: Selected Writings by Rosa Luxemburg, pp. 253-255.
[5] Rosa Luxemburgo: Gesammelte Werke, vol. 4, p. 161. Este escrito es universalmente conocido como el panfleto de “Junius”, por la firma empleada por Rosa Luxemburgo. La reproducción de este escrito en Rosa Luxemburg Speaks, editado por Mary-Alice Water, contiene un fantástico error al referirse a los hereros condenados a destrucción como “decenas de miles de héroes” (p. 326). 
[6] V. I. Lenin: Selected Works, vol. 19, pp. 210 y 293, respectivamente.
[7] Ibídem, p. 248.
[8] Ibídem, p. 303.
[9] Ibídem, vol. 4, p. 274.
[10] Véase la crítica de George Lichtheim a la biografía de Rosa Luxem- burgo realizada por Peter Nettl, en Encounter, junio de 1966.
[11] Frantz Fanon: Wretched of the Earth, pp. 121, 198, 233 y 255. 
[12] Se necesitó llegar a 1971 antes de tener una traducción nueva y correcta de este ensayo The Selected Political Writings of Rosa Luxem- burg. El más célebre y presuntuoso es el que fue incluido en el libro de Rosa erróneamente titulado The Russian Revolution and Leninism or Marxism?, al que Bertram D. Wolfe añadió su propia introducción.

divendres, 6 de setembre del 2019

Rosa y la cuestión nacional según Mary-Alice Waters (1970)

Rosa y la cuestión nacional (III) 

Joan Tafalla 

Prosigo acumulando materiales y lecturas para un trabajo sobre Rosa Luxemburg y la cuestión nacional. Mientras leo todos los trabajos de Rosa sobre el tema publicados en castellano que me han llegado a las manos, también voy leyendo a diversos autores que trataron del asunto. Ahora se trata de la introducción que Mary-Alice Waters hizo para una obras escogidas de nuestra autora, publicadas en Bogotá en 1976 y anteriormente en New York, 1970.


Ficha bibliográfica: 
Rosa Luxemburgo, Obras escogidas, 1, Introducción de Rosa Luxemburgo, Obras escogidas, 1, Introducción de Mary-Alice Waters, traducción de Daniel Acosta, Bogotá, Editorial Pluma Ltda, 1976. Edición original: Rosa Luxemburgo Speaks, New York, Pathfinder Press, 1970. 
Rosa Luxemburgo, Obras escogidas, 2, traducción de Daniel Acosta, Bogotá, Editorial Pluma Ltda, 1976. Edición original: Rosa Luxemburgo Speaks, New York, Pathfinder Press, 1970.

Comentario: Estas obras escogidas no contienen los textos principales de Rosa referentes a la cuestión nacional. Sólo se incluyen en esta antología El Folleto de Junius (1916) La Revolución Rusa (1918),que como sabemos contienen fragmentos importantes de la posición de Rosa sobre la cuestión nacional, pero no son sus escritos fundamentales sobre el tema desde el punto de vista teórico. 
En los años en que escribió la introducción a estas obras escogidas, Mary-Alice Waters, formaba parte del Socialist Workers Party de los USA. Coherentemente, la introducción pretende una reivindicación trotskista del conjunto de la obra Rosa Luxemburg. 
A principios de la década de 1980, Waters, junto con Jack Barnes y otros líderes del SWP, comenzaron a rechazar la etiqueta de "trotskismo" y la teoría de la revolución permanente, a favor de establecer vínculos con el Partido Comunista de Cuba y el Frente Sandinista de Liberación Nacional.
Hoy, Waters es el presidente de Pathfinder Press y el editor de la revista New International. Ha escrito varios libros sobre temas políticos.
En el apartado de dicha Introducción dedicado a La cuestión nacional, que reproduzco a continuación (pp. 21-26 de la edición colombiana), se critica las posiciones de RL  sobre el tema nacional recogiendo las opiniones de Lenin y de Trotsky. Reproduzco ese apartado, sin que ello quiera decir que me identifique con él. 
Estos textos forman parte de la recopilación de valoraciones  y comentarios que hechos por diversos biógrafos o comentaristas de Rosa que estoy leyendo y que iré publicando sucesivamente : Paul Frolich ( ya publicado en este blog, también aquí), o de próxima publicación: Bolivar Echeverria, Claudie Weil, Gustau Muñoz, José Mª Vidal Villa, Georges Haupt, María José Aubet, Lelio Basso, Kevin Anderson, José Maria vidal Villa, Raya Dunayevskaya, o más modestamente, Joaquín Miras y Joan Tafalla.

Sabadell, 6 de septiembre de 2019.

Demos la palabra a Mary Alice Waters.
Rosa y la cuestión nacional


“Los errores principales de Rosa Luxemburg se centran en tres problemas: el derecho de autodeterminación; la naturaleza del partido y sus relaciones con las masas; y algunos aspectos de la política bolchevique posterior a la Revolución de Octubre. Sus errores teóricos en el terreno de la economía, desarrollados en La acumulación de capital, también son importantes para la historia del marxismo, pero puesto que su escritos económicos están fuera de los alcances de este libro nos referiremos a ellos al pasar.
Del principio al fin de su vida política, Rosa Luxemburgo fue enemiga acérrima de la posición marxista sobre el significado revolucionario de las luchas de las minorías nacionales oprimidas y de las naciones por su autodeterminación. Publicó sus primeros escritos sobre el tema en 1893 y los últimos pocos meses antes de su muerte, en un folleto sobre la Revolución Rusa. Puede decirse con certeza que no cambió de parecer al respecto antes de su asesinato.
Publicó gran parte de sus escritos sobre las luchas nacionales en polaco, y desgraciadamente pocos han sido traducidos a otros idiomas. Por ejemplo, el más importante, La cuestión de la nacionalidad y la autonomía, escrito en 1908, jamás ha sido publicado en otro idioma que el original polaco. Lenin polemiza contra este escrito en El derecho de las naciones a la autodeterminación, uno de sus trabajos fundamentales. Sin embargo, la esencia de su posición está expresada en el Folleto de Juniusy en la parte de La Revolución Rusadedicada al problema nacional. Ambos figuran en esta colección.
Sin enumerar todos los argumentos y ejemplos en que se apoya, se puede sintetizar su posición de la siguiente manera: un objetivo del socialismo es la eliminación de toda forma de opresión, incluso el sometimiento de una nación a otra. Sin la elminación de toda forma de opresión no se puede hablar de socialismo. Pero Rosa Luxemburgo sostenía que era incorrecto que los revolucionarios afirmaran el derecho incondicional de todas la naciones a la autodeterminación. La autodeterminación era irrealizable bajo el imperialismo; una u otra de las grandes potencias imperialistas la pervertiría siempre. Bajo el socialismo eliminaría todaslas fronteras nacionales, por lo menos en un sentido económico, y los problemas secundarios de idioma y cultura se resolverían sin mayores dificultades.
El abogar por el derecho de las naciones autodeterminación era, en el sentido estratégico, sumamente peligroso para la clase obrera internacional, puesto que fortalecía a los movimientos nacionalistas que inevitablemente quedarían bajo la dirección de su propia burguesía. Opinaba que el apoyo a las aspiraciones separatistas sólo servía para dividir a la clase obrera internacional, no para unificarla en la lucha común contra las clases dominantes de todas las naciones. Abogar por el derecho de las naciones a la autodeterminación que ella calificó de “fraseología y embuste hueco y pequeñoburgués”, sólo sirve para corromper la conciencia de clase y confundir la lucha de clases. En LA Revolución Rusadice que “el carácter utópico, pequeñoburgués de esta consigna nacionalista” (derecho de autodeterminación de las naciones) reside en que en medio de la cruda realidad de la sociedad de clases, cuando los antagonismos de clase están exacerbados, se convierte en otro medio para la dominación de la clase burguesa”.
Lenin y otros defensores de la posición marxista le respondieron clara y tajantemente.
No basta, dijeron, con afirmar que los socialistas se oponen a toda forma de explotación y opresión. Todos los políticos capitalistas dicen lo mismo. Como lo expresó la misma Rosa Luxemburgo con tanta fuerza, la Primera Guerra Mundial se libró bajo la supuesta bandera de garantizar la autodeterminación de las naciones. Los socialistas deben demostrar en la acción a las minorías nacionales oprimidas y explotadas que sus consignas no son huecas y carentes de significado como las de las clases dominantes.
Teóricamente es un error decir que jamáspuede lograrse la autodeterminación bajo el capitalismo. Un ejemplo es la independencia que Noruega obtuvo de Suecia en 1905 con la ayuda de los obreros suecos.
Un gobierno socialista, afirmó Lenin, puede ganar a las minorías oprimidas para su causa sólo si está dispuesto y es capaz de demostrar su apoyo incondicional al derecho de ese pueblo de formar una estado si así lo quiere. Cualquier otra política equivaldría a la retención forzada de distintas nacionalidades dentro de un estado, una opresión nacional en nada distinta de la opresión nacional que practica el imperialismo. La libre asociación de las distintas nacionalidades en una unidad política sólo puede obtenerse garantizando primero el derecho de cada uno de retirarse de esa unidad. Lenin acusó a Rosa Luxemburgo de tratar de soslayar la cuestión de la autodeterminación nacional pasando al terreno de la interdependencia económica.
Paradójicamente, mientras los socialistas deben luchar por el derecho incondicional a la autodeterminación, incluido el derecho a la separación, el único partidoque puede dirigir esa lucha y garantizar la victoria de la revolución socialista es un partido centralista democrático como el que construyeron los bolcheviques, que incluye en sus filas y en su dirección a los sectores más conscientes de la clase obrera, el campesinado y los intelectuales de todas las nacionalidades que existen en las fronteras del estado capitalista. Como dijo Trotsky en la Historia de la Revolución Rusa: “La organización revolucionaria no es el prototipo del futuro estado sino simplemente el instrumento de su creación… Así la lucha centralizada puede garantizar el éxito de la lucha revolucionaria, aun donde la tarea sea la de destruir la opresión centralizada de las nacionalidades.”[1]
Al mismo tiempo, agrega Lenin, el apoyo incondicional al derecho de autodeterminación no significa que los socialistas de la nación oprimida tengan la obligación de luchar por la separación. Ni entraña tampoco el apoyo a la burguesía nacional de la nación oprimida, salvo – como explica Lenin en El derecho de las naciones a la autodeterminación-en la medida en que “el nacionalismo burgués de cualquiernación oprimida posee un contenido democrático general dirigido contrala opresión; a este contenido lo apoyamos incondicionalmente.”[2]Pero solo la clase obrera y sus aliados pueden llevar esta lucha hasta el final y las masas oprimidas jamás deben confiar en su propia burguesía que, dados sus vínculos con la clase dominante de la nación opresora, y el capital internacional, no puede llevar esta lucha hasta su culminación.
Lenin explicó muchas veces que sus desacuerdos con Rosa Luxemburgo y los socialdemócratas polacos no radicaban en la negativa de éstos a exigir la independencia de Polonia, sino en que intentaran negar la obligación de los socialistas de apoyar el derechoa la autodeterminación y especialmente en que intentaran negar la absoluta necesidad de que el partido socialista revolucionario de la nación opresora garantice incondicionalmente ese derecho. Al final de El derecho de la naciones a la autodeterminación Lenin señala que a los socialdemócratas polacos “su lucha contra la burguesía polaca, que engaña al pueblo con sus consignas nacionalistas, los llevó a negar, incorrectamente, la autodeterminación”.[3]
Por último, sostenía que el derecho de es uno de los derechos democráticos fundamentales de la revolución burguesa y que los socialistas tienen la obligación de luchar por los derechos democráticos. “Así como no puede haber socialismo triunfante que no practiques la democracia plena, el proletariado no puede prepararse para triunfar sobre la burguesía sin una lucha coherente y revolucionaria por la democracia”.[4]
El argumento de Rosa Luxemburg de que la consigna de autodeterminación es irrealizable bajo el capitalismo ignora el hecho de que “no sólo el derecho de las naciones a la autodeterminación, sino todaslas consignas fundamentales de la democracia política son parcialmente “realizables” bajo el imperialismo, aunque en forma distorsionada y excepcional”.[5]
“No hay una sola de estas reivindicaciones que no pueda servir, y que no haya servido en determinados casos, de instrumento en manos de la burguesía para engañar a los obreros”.[6]Por ello de ninguna manera exime a los socialistas de la obligación de luchar por los derechos democráticos, denunciar los engaños de la burguesía y demostrar a las masas que sólo la revolución socialista puede llevar a la plena realización de los derechos democráticos proclamados por la burguesía.
Rosa Luxemburgo creía sinceramente que la política bolchevique para la autodeterminación nacional era desastrosa y provocaría la liquidación de la revolución. Pero no podía estar más equivocada.
La Revolución de Febrero de 1917, que instauró una república liberal en Rusia, produjo un gran despertar de las naciones oprimidas del imperio zarista, pero la igualdad formal que les dio la Revolución, sólo sirvió para demostrarles mejor el grado de su opresión. Y la negativa del gobierno liberal burgués a conceder, entre febrero y octubre, el derecho de autodeterminación cimentó la oposición de las nacionalidades oprimidas al gobierno menchevique de Petrogrado, sellando así su destino.
Sólo garantizando la autodeterminación, e inclusiva el derecho a la separación de las pequeñas nacionalidades oprimidas de la Rusia zarista, el Partido Bolchevique se ganó su confianza indestructible. Esta confianza resultó en última instancia decisiva en la batalla contra la contrarrevolución y no condujo a la desintegración de las fuerzas revolucionarias, como temía Rosa Luxemburgo, sino a su victoria en las naciones oprimidas al igual que en la Gran Rusia.
Rosa subestimó totalmente al tremenda fuerza del nacionalismo que despertó en Europa Oriental recién a comienzos del siglo XX. No comprendió que estos movimientos estaban destinados a estallar con toda su furia despuésde la Revolución Rusa, y no porque los bolcheviques los alentaran sino en virtud de la dinámica interna generada por el despertar de las masas oprimidas.
Una de las declaraciones de Rosa Luxemburgo que más se suelen citar está tomada de La revolución Rusa; describe el nacionalismo ucraniano como un “simple capricho, la ilusión de unos cuantos intelectuales pequeñoburgueses sin el menor arraigo en las relaciones económicas del país”. Trotsky le respondió en el capítulo “El problema de las nacionalidades” de Su Historia de la Revolución Rusa.
“Cuando Rosa Luxemburgo, en su polémica postura contra el programa de la Revolución de Octubre, afirmó que el nacionalismo ucraniano, que antes había sido una mera diversión de la intelligentsiapequeñoburguesa, fue inflado artificialmente por la levadura de la consigna bolchevique de autodeterminación cayó, pese a su lucidez, en un serio error histórico. El campesinado ucraniano, que no había formulado consignas nacionales en el pasado por la simple razón de que no había alcanzado el nivel de ente político. El gran aporte de la Revolución de Febrero –quizás el único pero ampliamente suficiente- fue precisamente el haberles dado a las clases y naciones oprimidas de Rusia, por fin, la oportunidad de expresarse. Sin embargo, este despertar político del campesinado no se podría haber manifestado de otra manera que a través de su propio lenguaje, con todas sus consecuencias en los aspectos de la educación, la justicia, la autoadministración, etcétera. Oponerse a ello hubiera significado tratar de liquidar la existencia del campesinado.”[7]
No pocos historiadores han querido demostrar que la oposición de Rosa al movimiento nacionalista fue puesta en práctica años después por Stalin. Con su cruel persecución a las naciones oprimidas y todos los horrores que le fueron inherentes. Pero las acciones de Stalin fueron una perversión del programa de Rosa Luxemburgo como el de Lenin. Un editorial de la revista New Internationalde marzo de 1935 planteaba: “Puede imaginarse a Rosa en compañía de quienes estrangularon la Revolución en China otorgándole a Chiang Kai-shek y a la burguesía china la dirección del movimiento para “liberar a la nación del yugo del imperialismo extranjero”?¿Puede imaginarse a Rosa en compañía de aquellos que saludaron, después de un golpe de estado, al mariscal Pilsudski como el “gran demócrata nacional” que instauraba “la dictadura democrática del proletariado y el campesinado” en Polonia?¿Puede imaginarse a Rosa en compañía de aquellos que durante años canonizaron y glorificaron a cada demagogo nacionalista que tenía la amabilidad de enviar tarjeta al Kremlin...? [Unos años más tarde podía haberse preguntado: ¿Puede imaginarse a Rosa en compañía de aquellos que asesinaron prácticamente a todo el Comité Central del Partido Comunista Polaco?]
El artículo concluye: “¡Qué despreciables son los que tachan a Rosa Luxemburgo de ‘menchevique’, cuando se han demostrado incapaces de legar a la suela de sus zapatos!”.[8]

Rosa Luxemburgo se equivocó en la cuestión nacional, pero su oposición a la autodeterminación no surgía de la hostilidad hacia la acción revolucionaria de las masas que conduce a la lucha por la abolición del capitalismo. Antes bien, no supo comprender los aspectos complejos y contradictorios de la dinámica revolucionaria de las luchas de las nacionalidades oprimidas en la época del imperialismo.”






[1]León Trotsky, History of the Russian Revolution, University of Michigan Press, 1957, Vol. III, p. 38.
[2]V. I. Lenin, The Right of Nations to Self Determination[El derecho de las naciones a la autodeterminación], Moscú, Progress Publishers,1968, p. 54.
[3]Ob. cit., p. 110.
[4]Ob. cit., p. 98.
[5]Ob. cit., p. 99.
[6]Ob. cit., p. 103.
[7]Trotsky, ob. cit. p. 45.
[8]Max Shachtman, “Lenin and Rosa Luxemburg” [Lenin y Rosa Luxemburgo], en New International, año 2, nº 2, marzo de 1935, p. 64.

dimecres, 28 d’agost del 2019

“¿Puede echarse en cara a los checos que no quieran unirse a una nación que, al liberarse a sí misma, oprime y maltrata a otras naciones?”, Friedrich Engels, 17 de junio de 1848.

Un antecedente del dicho marxiano “Un pueblo que oprime a otro pueblo forja sus propias cadenas” (1870).

Barricadas en Praga, junio de 1848
Marx escribió la frase “Un pueblo que oprime a otro pueblo forja sus propias cadenas” el día 28 de marzo de 1870 (Extracto de una comunicación confidencial, in: Obras Escogidas de Marx y Engels en Tres Tomos, Moscú, Progreso, 1976, Tomo II, pág. 187).

Esta idea, de raíces jacobinas estuvo presente en la obra tanto de Marx como de Engels, a lo largo de su vida. ( Robespierre: "Quien oprime a una nación, se declara enemigo de todas", artículo XXXVI de la Declaración de los derechos del hombre i del ciudadano propuesta per Maximilien Robespierre, impresa por la Convención Nacional, 24 de abril de 1793, se puede leer en Por la felicidad y por la libertad. Discursos (2005), p. 202.)  

Encontramos un antecedente claro del dicho marxiano en un artículo de Engels escrito en junio de 1848 tras la derrota de la insurrección de Praga. El artículo fue publicado en la Nueva Gazeta Renana nº 18, 18 de junio de 1848.

Tema para otro post será la discutida y discutible tesis engelsiana sobre los pueblos sin historia. Una tesis que tiene un origen de carácter geo-político claro: Marx y Engels consideraban que el peor enemigo de la revolución europea era el zarismo. Y no les faltaba razón. 

No es ésta cuestión de este post, pero puede encontrarse alguna reflexión sobre la cuestión de "los pueblos sin historia" en una  reciente ponencia mía: 

Sin embargo, puede colegirse por el último párrafo del artículo que publico a continuación  que para Engels, la responsabilidad de que los checos se lanzaran en manos del zarismo era enteramente de la opresión del pueblo checo por parte de los alemanes y de debilidad de la revolución en los diversos países alemanes de la época. 

Recomiendo la lectura completa del artículo, aquí me limito a publicar un extracto. La letra destacada en azul es de mi cosecha.

Joan Tafalla
Sabadell ,  28 agosto 2019 

Primer número de la Neue Rheinische Zeitung, 1 de junio de 1848


“Colonia, 17 de junio, En Bohemia se prepara una nueva carnicería a la manera de la de Posen. La soldadesca austríaca ha ahogado en sangre checa la posibilidad de que permanezcan pacíficamente unidas Bohemia y Alemania.
(…)
De cualquier modo que la insurrección termine, la única solución posible parece ser, ahora, una guerra de exterminio de los alemanes contra los checos. 
Los alemanes tienen que expiar en su revolución los pecados de todo su pasado. Los han expiado en Italia. En Posen han vuelto a atraer sobre sí las maldiciones de toda Polonia. A todo esto se añade ahora Bohemia. 
Los franceses han sabido cosechar respeto y simpatías incluso allí donde se presentan como enemigos. Los alemanes no son respetados ni conquistan simpatías en parte alguna. Son rechazados con befa y escarnio aun en los sitios en que se hacen pasar por magnánimos apóstoles de la libertad. 
Y así debe ser. Una nación que se ha prestado a ser en todo el pasado instrumento de opresión en contra de todas las otras naciones tiene que empezar por demostrar que se ha operado en ella una verdadera revolución. Tiene que demostrarlo con algo más que con un par de revoluciones a medias cuyo único resultado es dejar en pie bajo nuevos rostros la vieja indecisión, debilidad y desunión; revoluciones que mantienen en sus puestos a un Radetzky en Milán, a un Colomb y un Steinácker en Posen, a un Windischgrátz en Praga y a un Hüser en Maguncia, como si no hubiera pasado nada.
La Alemania revolucionaria tendría que romper con todo su pasado, sobre todo en lo que se refiere a su actitud ante los pueblos vecinos. Tendría, al mismo tiempo, que proclamar con su propia libertad la libertad de los pueblos a quienes hasta ahora ha venido oprimiendo.
¿Pero, qué ha hecho, en vez de eso, la Alemania revolucionaria? Ratificar enteramente la vieja opresión, de Italia, Polonia y ahora de Bohemia por la soldadesca alemana. Kaunitz y Metternich se hallan plenamente justificados. 
Y, en estas condiciones, ¿exigen los alemanes que los checos confíen en ellos? 
¿Puede echarse en cara a los checos que no quieran unirse a una nación que, al liberarse a sí misma, oprime y maltrata a otras naciones?
¿Puede tomárseles a mal que no quieran enviar diputados a un Parlamento como nuestra “Asamblea Nacional” de Francfort, triste, lánguida y que tiembla ante su propia soberanía? 
¿Puede reprochárseles que se desentiendan del impotente gobierno austriaco, que en su perplejidad y cobardía sólo parece existir para no impedir, o por lo menos organizar, la separación de Austria, sino simplemente para tomar nota de ella? ¿De un gobierno que es incluso demasiado débil para liberar a Praga de los cañones y los soldados de un Windischgrátz? 
Pero la suerte más deplorable de todas es la de los valientes checos. Lo mismo si triunfan que si son derrotados, están condenados a perecer. Los cuatro siglos de opresión bajo los alemanes, que ahora tiene su secuela en los combates de las calles de Praga, los echan en brazos de los rusos. En el gran encuentro entre el Este y el Oeste de Europa que se producirá pronto — tal vez en unas cuantas semanas— los checos se verán empujados por un sino fatal a luchar al lado de los rusos, al lado del despotismo, en contra de la revolución. La revolución triunfará y los checos serán los primeros en verse arrollados por ella. 
La culpa de este desastre que aguarda a los checos recae una vez más sobre los alemanes, ya que son ellos quienes traidoramente los han entregado en manos de Rusia”. 


Último número de la Neue Rheinische Zeitung, 19 de mayo de 1849




Intervention de Cécile Obligi, conservatrice à la Bibliothèque nationale (Société des études robespierristes) sur le thème : Robespierre.


Robespierre. La fabrication d’un monstre


dijous, 22 d’agost del 2019

Karl Marx: "únicamente por medio de una revolución logrará la clase que derriba salir del cieno en que está hundida y volverse capaz de fundar la sociedad sobre nuevas bases" ( 1845)


1845
Karl Marx & Friedrich Engels
La ideología alemana
Crítica de la novísima filosofía alemana en las personas de sus representantes Feuerbach, B. Bauer y Stirner y del socialismo alemán en las de sus diferentes profetas.

Traducción al castellano de Wenceslao Roces. Primera edición en castellano : 1968 , Ediciones Pueblos Unidos (Montevideo). La paginación entre paréntesis que figura al final de cada cita se corresponde a la quinta edición en castellano: Ediciones Pueblos Unidos (Montevideo) y Ediciones Grijalbo S.A. ( Barcelona), 1974, 686 páginas.

Contexto: 

La ideología alemana constituye un paso muy importante en la elaboración de la concepción del mundo que nos proponen Marx y Engels.

En 1845 ambos autores habían dado grandes pasos adelante en el desarrollo de su concepción del mundo. Engels había publicado ya su obra “La situación de la clase obrera en Inglaterra” ( Barmen, 1845). Marx había escrito ya sus “Manuscritos de Paris” (1844).

En la primavera de 1845 Marx y Engels se encontraron en Bruselas y decidieron según Engels: “… elaborar en detalle y en las más diversas direcciones la nueva concepción que acababa de ser descubierta”. 

Unos años más tarde (1859) Marx escribió en Londres el prólogo a su “Contribución de la crítica de la economía política”.  En este prólogo Marx resume los hallazgos logrados por ambos, en la construcción de su concepción del mundo a la altura de 1845. Según él, ambos pretendían: “… desentrañar conjuntamente  el antagonismo entre nuestra concepción y la concepción ideológica de la filosofía alemana y en realidad, ajustar cuentas con nuestra conciencia filosófica anterior. Y el propósito se llevó a cabo bajo la forma de una crítica de la filosofía post-hegeliana”. 

Por diversas razones este trabajo conjunto no llegó a publicarse y el manuscrito, según cuenta Marx fue confiado a: “… la crítica roedora de los ratones, muy de buen grado, pues nuestro objetivo; esclarecer nuestras propias ideas, estaba ya conseguido”. [ Karl Marx, Prólogo de la “Contribución a la crítica de la Economía Política”, Obras escogidas de Marx y Engels en tres tomos, Moscú, Editorial Progreso, 1973, p. 519]

 “La ideología alemana” no sólo fue abandonado “ a los ratones” por Marx y Engels. Tras su muerte no fue publicado por la socialdemocracia alemana. La primera edición se produjo en Moscú en 1932 en el volumen V de la Primera Sección de la edición histórico-critica de las  Obras Completas, escritos y cartas de Marx y Engels (MEGA).

La selección de textos que se ofrece a continuación recoge solamente las referencias a la cuestión nacional y deben ser leídas, como el resto de los textos que se proponen en este dossier, como un anillo más de la cadena de desarrollo del pensamiento marxiano en relación al tema.

Edición italiana: Editori Riuniti, Roma, 1972.

“Las relaciones entre unas naciones y otras dependen de la extensión en que cada una de ellas haya desarrollado sus fuerzas productivas, la división del trabajo y el intercambio interior. Es éste un hecho generalmente reconocido. Pero, no sólo las relaciones entre una nación y otra, sino también toda la estructura interna de cada nación depende del grado de desarrollo de su producción y de su intercambio interior y exterior. Hasta dónde se han desarrollado las fuerzas productivas de una nación lo indica del modo más palpable el grado hasta el cual se ha desarrollado en ella la división del trabajo. Toda nueva fuerza productiva, cuando se trata de una simple extensión cuantitativa de fuerzas productivas ya conocidas con anterioridad ( como ocurre, por ejemplo, con la roturación de las tierras) trae como consecuencia un nuevo desarrollo de la división del trabajo.
La división del trabajo dentro de una nación se traduce, ante todo, en la separación del trabajo industrial y comercial con respecto al trabajo agrícola y, con ello, en la separación de la ciudad y del campo y en la contradicción de intereses entre una y otro.”( p. 20)

“De donde se desprende que todas las luchas que se libran dentro del Estado, la lucha entre la democracia, la aristocracia y la monarquía, la lucha por el derecho al sufragio, etc., no son sino las formas ilusorias bajo las que se ventilan las luchas reales entre las diversas clases (…). Y se desprende, asimismo, que toda clase que aspire a implantar su dominación, aunque ésta, como ocurre en el caso del proletariado, condiciones en absoluto la abolición de toda forma de la sociedad anterior y de toda dominación en general, tiene que empezar conquistando el poder político, para poder presentar su interés como el interés general, cosa a que en el primer momento se ve obligada” (p. 35)



“Para nosotros, el comunismo no es un estado que debe implantarse, un ideal al que haya de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual. Las condiciones de este movimiento se desprenden de la premisa actualmente existente. Por lo demás, la masa de los simples obreros – de la fuerza de trabajo excluida en masa del capital o de cualquier satisfacción, por limitada que sea – y, por tanto, la pérdida no puramente temporal de este mismo trabajo como fuente segura de vida, presupone, a través de la competencia, el mercado mundial. Por tanto, el proletariado sólo puede existir en un plano histórico-mundial, lo mismo que el comunismo, su acción, sólo puede llegar a cobrar realidad como existencia histórico-universal. Existencia histórico-universal de los individuos, es decir, existencia de los individuos directamente vinculada a la historia universal.
La forma de intercambio condicionada por las fuerzas de producción existentes en todas las fases históricas anteriores y que, a su vez, las condiciona es la sociedad civil, que como se desprende de lo anteriormente expuesto, tiene como premisa y como fundamento la familia simple y la familia compuesta, lo que suele llamarse la tribu, y cuya naturaleza queda precisada en páginas anteriores. Ya ello revela que esta sociedad civil es el verdadero hogar y escenario de toda la historia y cuán absurda resulta la concepción histórica anterior que, haciendo caso omiso de las relaciones reales, sólo mira, con su limitación, a las acciones resonantes de los jefes y del Estado. La sociedad civil abarca todo el intercambio material de los individuos, en una determinada fase de desarrollo de las fuerzas productivas. Abarca, toda la vida comercial e industrial de una fase y, en este sentido, trasciende de los límites del Estado y de la nación, si bien, por otra parte, tiene necesariamente que hacerse valer al exterior como nacionalidad y vista hacia el interior como Estado. El término sociedad civil apareció en el siglo XVIII, cuando las relaciones de propiedad se habían desprendido de los marcos de la comunidad antigua y medieval. La sociedad civil en cuanto tal sólo se desarrolla con la burguesía; sin embargo, la organización social se desarrolla directamente basándose en la producción y el intercambio, y que forma en todas las épocas la base del Estado y de toda supra-estructura idealista, se ha designado siempre con el mismo nombre.” (pp. 37-38)

Edición cubana, La Habana, Editorial Pueblo y Educación, 1982.

“Cuanto más vayan extendiéndose, en el curso de esta evolución, los círculos concretos que influyen los unos en los otros, cuanto más vaya viéndose el primitivo aislamiento de las diversas nacionalidades destruido por el desarrollo del modo de producción, del intercambio y de la división del trabajo que ello hace surgir por vía natural entre las diversas naciones, tanto más va la historia convirtiéndose en historia universal, y así vemos que cuando, por ejemplo, se inventa hoy una máquina en Inglaterra, son lanzados a la calle incontables obreros en la India y en China y se estremece toda la forma de existencia de estos países, lo que quiere decir que aquella invención constituye un hecho histórico-universal; y vemos también cómo el azúcar y el café demuestran en el siglo XIX su significación histórico-universal por cuanto la escasez de estos productos, provocada por el sistema continental napoleónico, incitó a los alemanes a sublevarse contra Napoleón, estableciéndose con ello la base real para las gloriosas guerras de independencia de 1813. De donde se desprende que esta transformación de la historia en historia universal no constituye, ni mucho menos, un simple hecho abstracto de la “autoconciencia”, del espíritu universal o de cualquier otro espectro metafísico, sino un hecho perfectamente material y empíricamente comprobable, del que puede ofrecernos un testimonio probatorio cualquier individuo, con sólo marchar por la calle y detenerse, comer, beber y vestirse.
Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho en toros términos, la clase que ejerce el poder materialen la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritualdominante. La clase que tiene a su disposición los medios de producción material dispone con ello, el mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual, lo que hace que se le sometan, al propio tiempo, por término medio, las ideas de quienes carecen de los medios necesarios para producir espiritualmente. Las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes, las mismas relaciones materiales concebidas como ideas; por tanto las relaciones que hacen de una determinada clase la clase dominantes son también las que confieren el papel dominante e sus ideas: los individuos que forman la clase dominante tienen también, entre otras cosas, la conciencia de ello y piensan en tono a ello; por eso, en cuanto dominan como clase y en cuanto determinan todo el ámbito de una época histórica, se comprende de suyo que lo hagan en toda su extensión y, por tanto, entre otras cosas, también como pensadores, como productores de ideas, que regulen la producción y la distribución de las ideas de su tiempo; y que sus ideas sean, por ello mismo, las ideas dominantes de su época.” (pp. 50-51)

“ La burguesía misma comienza a desarrollarse poco a poco con sus condiciones, se escinde luego, bajo la acción de la división del trabajo, en diferentes fracciones y, por último absorbe a todas las clases poseedores con que se había encontrado al nacer ( al paso que hace que la mayoría de la clase desposeída con que se encuentra y una parte de la clase poseedora anterior se desarrollen para formar una nueva clase, el proletariado), en la medida en que la propiedad anterior se convierte en capital industrial o comercial. Los diferentes individuos sólo forman una clase en cuanto se ven obligados a sostener una lucha común contra otra clase, pues por lo demás ellos mismos se enfrentan unos con otros, hostilmente, en el plano de la competencia. Y, de otra parte, la clase se sustantiva, a su vez, frente a los individuos que la forman, de tal modo que éstos se encuentran ya con sus condiciones de vida predestinadas, por así decirlo; se encuentran con que la clase les asigna su posición en la vida y, con ello, la trayectoria de su desarrollo personal; se ven absorbidos por ella. Es el mismo fenómeno que el de la absorción de los diferentes individuos por la división del trabajo, y para eliminarlo no hay otro camino que la abolición de la propiedad privada y del trabajo mismo. (pp. 60-61)

Edición portuguesa, 2004.

“La gran industria crea por doquier, en general, las mismas relaciones entre las clases de la sociedad, destruyendo con ello el carácter propio y peculiar de las distintas nacionalidades. Finalmente, mientras que la burguesía de cada nación sigue manteniendo sus intereses nacionales aparte, la gran industria ha creado una clase que en todas las naciones se mueve por el mismo interés y en la que ha quedado ya destruida toda nacionalidad; una clase que se ha desentendido realmente del todo viejo mundo y que, al mismo tiempo, se enfrenta a él. Ella hace imposible al obrero no sólo la relación con el capitalista, sino incluso la relación con el mismo trabajo.
Huelga decir que la gran industria no alcanza el mismo nivel de desarrollo en todas y cada una de las localidades del país. Sin embargo, esto no detiene el movimiento de clase del proletariado, ya que los proletarios engendrados por la gran industria se ponen a la cabeza de este movimiento y arrastran consigo a toda la masa, y puesto que los obreros eliminados por la gran industria se ven empujados por ésta a una situación de vida aun peor que la de los obreros de la gran industria misma. Y del mismo modo, los países en que se ha desarrollado una gran industria influyen sobre los países plus ou moins no industriales en la medida en que éstos se ven impulsados por el intercambio mundial a la lucha universal por la competencia. 
La competencia aísla a los individuos, no sólo a los burgueses, sino más aún a los proletarios, enfrentándoles a unos con otros, a pesar que los aglutine. De aquí que tenga que pasar largo tiempo antes de que estos individuos puedan agruparse, aparte de que para esta agrupación – si la misma no ha de ser puramente local- tiene que empezar por ofrecer la gran industria los medios necesarios, las grandes ciudades industriales y los medios de comunicación rápidos y baratos, razón por la cual sólo es posible vencer tras largas luchas a cualquier poder organizado que se enfrente a estos individuos aislados y que viven en condiciones que reproducen diariamente su aislamiento. Pedir lo contrario sería tanto como pedir que la competencia no existiera en esta determinada época histórica o que los individuos se quitaran de la cabeza aquellas relaciones sobre las que, como individuos aislados no tienen el menor control”. (pp. 69-70)

Edición uruguaya, Montevideo, Ediciones Pueblos Unidos, 1968.

"Resumiendo, obtenemos de la concepción de la historia que dejamos expuesta los siguientes resultados: 1.º En el desarrollo de las fuerzas productivas, se llega a una fase en la que surgen fuerzas productivas y medios de intercambio que, bajo las relaciones existentes, sólo pueden ser fuente de males, que no son ya tales fuerzas de producción, sino más bien fuerzas de destrucción ( maquinaria y dinero); y lo que se halla íntimamente relacionado con ello surge una clase condenada a soportar todos los inconvenientes de la sociedad sin gozar de sus ventajas, que se ve expulsada de la sociedad y obligada a colocarse en las más resuelta contraposición a todas las demás clases; una clase que forma la mayoría de todos los miembros de la sociedad y de la que nace la conciencia de que es necesaria una revolución radical, la conciencia comunista, conciencia que, naturalmente, puede llegar a formarse también entre las otras clases, al contemplar la posición en que se halla colocada ésta; 2.º que las condiciones en pueden emplearse determinadas fuerzas de producción son las condiciones de la dominación de una determinada clase en la sociedad, cuyo poder social, emanado de su riqueza, encuentra su expresión idealista- práctica en la forma de Estado imperante en cada caso, razón por la cual toda clase revolucionaria está necesariamente dirigida contra una clase, la que hasta ahora domina; 3.º que todas las anteriores revoluciones dejaron intacto el modo de actividad y sólo trataban de lograr otra distribución de esta actividad, una nueva distribución del trabajo entre las personas, al paso que la revolución comunista está dirigida contra el modo anterior de actividad, elimina el trabajo y suprime la dominación de las clases al acabar con las clases mismas, ya que esta revolución es llevada a cabo por la clase a la que la sociedad no considera como tal, no reconoce como clase y que expresa ya de por sí la disolución de todas las clases, nacionalidades, etc., dentro de la actual sociedad; y 4.º que tanto para engendrar en masa esta conciencia comunista como para llevar adelante la cosa misma, es necesaria una transformación en masa de los hombres, que sólo podrá conseguirse mediante un movimiento práctico, mediante la revolución; y que, por consiguiente, la revolución no sólo es necesaria porque la clase dominante no puede ser derrocada de otro modo, sino también porque únicamente por medio de una revolución logrará la clase que derriba salir del cieno en que está hundida y volverse capaz de fundar la sociedad sobre nuevas bases. ( pp. 81-82)".

Edición española reciente. Madrid, Editorial Akal, 2014.