Barricadas en Praga, junio de 1848 |
Marx escribió la frase “Un pueblo que oprime a otro pueblo forja sus propias cadenas” el día 28 de marzo de 1870 (Extracto de una comunicación confidencial, in: Obras Escogidas de Marx y Engels en Tres Tomos, Moscú, Progreso, 1976, Tomo II, pág. 187).
Esta idea, de raíces jacobinas estuvo presente en la obra tanto de Marx como de Engels, a lo largo de su vida. ( Robespierre: "Quien oprime a una nación, se declara enemigo de todas", artículo XXXVI de la Declaración de los derechos del hombre i del ciudadano propuesta per Maximilien Robespierre, impresa por la Convención Nacional, 24 de abril de 1793, se puede leer en Por la felicidad y por la libertad. Discursos (2005), p. 202.)
Encontramos un antecedente claro del dicho marxiano en un artículo de Engels escrito en junio de 1848 tras la derrota de la insurrección de Praga. El artículo fue publicado en la Nueva Gazeta Renana nº 18, 18 de junio de 1848.
Tema para otro post será la discutida y discutible tesis engelsiana sobre los pueblos sin historia. Una tesis que tiene un origen de carácter geo-político claro: Marx y Engels consideraban que el peor enemigo de la revolución europea era el zarismo. Y no les faltaba razón.
No es ésta cuestión de este post, pero puede encontrarse alguna reflexión sobre la cuestión de "los pueblos sin historia" en una reciente ponencia mía:
Sin embargo, puede colegirse por el último párrafo del artículo que publico a continuación que para Engels, la responsabilidad de que los checos se lanzaran en manos del zarismo era enteramente de la opresión del pueblo checo por parte de los alemanes y de debilidad de la revolución en los diversos países alemanes de la época.
Recomiendo la lectura completa del artículo, aquí me limito a publicar un extracto. La letra destacada en azul es de mi cosecha.
Joan Tafalla
Sabadell , 28 agosto 2019
Primer número de la Neue Rheinische Zeitung, 1 de junio de 1848 |
“Colonia, 17 de junio, En Bohemia se prepara una nueva carnicería a la manera de la de Posen. La soldadesca austríaca ha ahogado en sangre checa la posibilidad de que permanezcan pacíficamente unidas Bohemia y Alemania.
(…)
De cualquier modo que la insurrección termine, la única solución posible parece ser, ahora, una guerra de exterminio de los alemanes contra los checos.
Los alemanes tienen que expiar en su revolución los pecados de todo su pasado. Los han expiado en Italia. En Posen han vuelto a atraer sobre sí las maldiciones de toda Polonia. A todo esto se añade ahora Bohemia.
Los franceses han sabido cosechar respeto y simpatías incluso allí donde se presentan como enemigos. Los alemanes no son respetados ni conquistan simpatías en parte alguna. Son rechazados con befa y escarnio aun en los sitios en que se hacen pasar por magnánimos apóstoles de la libertad.
Y así debe ser. Una nación que se ha prestado a ser en todo el pasado instrumento de opresión en contra de todas las otras naciones tiene que empezar por demostrar que se ha operado en ella una verdadera revolución. Tiene que demostrarlo con algo más que con un par de revoluciones a medias cuyo único resultado es dejar en pie bajo nuevos rostros la vieja indecisión, debilidad y desunión; revoluciones que mantienen en sus puestos a un Radetzky en Milán, a un Colomb y un Steinácker en Posen, a un Windischgrátz en Praga y a un Hüser en Maguncia, como si no hubiera pasado nada.
La Alemania revolucionaria tendría que romper con todo su pasado, sobre todo en lo que se refiere a su actitud ante los pueblos vecinos. Tendría, al mismo tiempo, que proclamar con su propia libertad la libertad de los pueblos a quienes hasta ahora ha venido oprimiendo.
¿Pero, qué ha hecho, en vez de eso, la Alemania revolucionaria? Ratificar enteramente la vieja opresión, de Italia, Polonia y ahora de Bohemia por la soldadesca alemana. Kaunitz y Metternich se hallan plenamente justificados.
Y, en estas condiciones, ¿exigen los alemanes que los checos confíen en ellos?
¿Puede echarse en cara a los checos que no quieran unirse a una nación que, al liberarse a sí misma, oprime y maltrata a otras naciones?
¿Puede tomárseles a mal que no quieran enviar diputados a un Parlamento como nuestra “Asamblea Nacional” de Francfort, triste, lánguida y que tiembla ante su propia soberanía?
¿Puede reprochárseles que se desentiendan del impotente gobierno austriaco, que en su perplejidad y cobardía sólo parece existir para no impedir, o por lo menos organizar, la separación de Austria, sino simplemente para tomar nota de ella? ¿De un gobierno que es incluso demasiado débil para liberar a Praga de los cañones y los soldados de un Windischgrátz?
Pero la suerte más deplorable de todas es la de los valientes checos. Lo mismo si triunfan que si son derrotados, están condenados a perecer. Los cuatro siglos de opresión bajo los alemanes, que ahora tiene su secuela en los combates de las calles de Praga, los echan en brazos de los rusos. En el gran encuentro entre el Este y el Oeste de Europa que se producirá pronto — tal vez en unas cuantas semanas— los checos se verán empujados por un sino fatal a luchar al lado de los rusos, al lado del despotismo, en contra de la revolución. La revolución triunfará y los checos serán los primeros en verse arrollados por ella.
La culpa de este desastre que aguarda a los checos recae una vez más sobre los alemanes, ya que son ellos quienes traidoramente los han entregado en manos de Rusia”.
Último número de la Neue Rheinische Zeitung, 19 de mayo de 1849 |
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