1844-1845
Friedrich Engels
Extracto de: “La situación de la clase obrera en Inglaterra”:
Contexto:
Como se sabe, el padre de Friedrich Engels (Barmen, 1820-Londres, 1895) era el dueño de una fábrica textil en la localidad alemana de Barmen y era socio de otra empresa textil en Manchester: Ermen & Engels.
El joven Friedrich estuvo erabajando en la fábrica paterna de Manchester entre noviembre de 1842 y agosto de 1844. En estos veintidós 2 meses tuvo ocasión de conocer y estudiar la situación de la clase obrera inglesa. Los resultados de este estudio a los fue publicando en forma de artículos en varias revistas: Gazeta Renana, New Moral World, Le Républicain Suisse, los Anuarios Franco-Alemanesy en Vorwärts(Adelante!).
A finales de agosto de 1844, al pasar por Paris mientras viajaba desde Inglaterra para volver a Barmen, Engels encontró por segunda vez a Marx. Una vez llegado a Barmen Engels escribió “La situación de la clase obrera en Inglaterra” entre mediados de noviembre de 1844 y mediados de marzo de 1845. La obra fue publicada en alemán por primera vez en Barmen el mismo año 1845. la segunda edición en alemán se produjo el año en Stuttgart 1892. el mismo año 1.892 se publicó la primera edición inglesa.
Mapa de Manchester en 180. |
La primera edición en castellano que conozco de Editorial Futuro (Buenos Aires, 1965). Posteriormente fue publicada por Ediciones Akal (Madrid, 1976). Existe otra traducción al castellano a cargo de León Mames para Obras de Marx y Engels (OME) tomo 6, Barcelona-Buenos Aires-México D.F. , Crítica / Grupo editorial, 1978, pp. 249-544. El intento de publicación de OME fue debido al impulso de Manuel Sacristán.
Se puede encontrar una versión castellana en: https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/situacion/index.htm
Desgraciadamente no existe traducción de esta obra al catalán.
Comentario previo:
En esta obra escrita por el joven Engels cuando tenia 24-25 años se hace encuesta / investigación sobre la situación de la clase obrera inglesa en el contexto de la revolución industrial. A partir de un minucioso examen empírico de los hechos se constata la realidad concreta de la lucha de clases. No nos encontramos ante un constructo abstracto, elaborado sobre una mesa de despacho al margen de la realidad concreta sino del estudio en tiempo real clases concreta que se desarrolla como proceso complejo. Estamos ante el registro empírico de una cantidad ingente de datos materiales, sociales, económicas, culturales y políticas a partir del cual se deduce la existencia del fenómeno mencionado.
El lector que se adentre en la lectura del conjunto de esta obra podrá captar como la clase obrera se construye como clase en el transcurso de la lucha de clases.
Es dentro de este contexto, concreto y complejo a la vez, que Engels registra la realidad de los obreros inmigrados irlandeses como fracción de la clase obrera que entra en competencia con otras fracciones de la misma. Engels examina el rol que juegan en esta competencia los fenómenos culturales, étnicos o lingüísticos.
Aún estamos lejos de las posiciones que Marx de acuerdo con Engels adoptará treinta años más tarde respecto del tema de Irlanda y de la unidad de lucha de la clase obrera inglesa e irlandesa en los debates de la AIT. Pero sin duda aquí tenemos un precedente claro.
Leamos sin prejuicios.
(…)
La competencia.
Hemos visto en la introducción que la competencia creó el proletariado en los mismos inicios del movimiento industrial, al acrecentar el salario de los tejedores en virtud del aumento de la demanda de telas, con lo cual indujo a los campesinos que tejían a renunciar a sus actividades agrícolas para poder ganar tanto más trabajando en el telar; hemos visto cómo desplazó a los pequeños campesinos mediante el sistema de explotación en gran escala, los degradó a proletarios y luego los arrastró parcialmente hacia las ciudades; más tarde, arruinó en su mayor parte a la pequeña burguesía y la degradó asimismo a proletarios, centralizando el capital en manos de unos pocos y la población en grandes ciudades. Tales son los diversos medios y vías por los que la competencia, tal como se manifestó con plenitud y tal como desarrolló libremente sus consecuencias en la industria moderna, creó y expandió el proletariado. Tendremos que considerar ahora su influencia sobre el proletariado existente. Y lo primero que hemos que hacer aquí será desarrollar en sus consecuencias la competencia de los obreros individuales entre sí.
La competencia es la expresión más consumada de la guerra de todos contra todos que impera en la sociedad burguesa moderna. Esta guerra - una guerra por la vida, por la existencia, por todo y, por ende, en caso de necesidad, una guerra de vida o muerte- no sólo se plantea entre las diversas clases de la sociedad, sino también entre los integrantes individuales de estas clases; cada cual constituye un obstáculo para su prójimo y por ello trata de desplazar a todos cuantos se interpongan en su camino y de ocupar el lugar de éstos. Los obreros compiten entre sí, tal como compiten los burgueses. El tejedor mecánico compite contra el tejedor manual, el tejedor manual desocupado o mal remunerado lo hace contra el que está ocupado o mejor remunerado y trata de desplazarlo. Pero esta competencia de los obreros entre sí es la peor faceta de la situación actual para el obrero, es el arma más dañina que la burguesía esgrime contra el proletariado. De ahí los esfuerzos de los obreros por eliminar esta competencia mediante asociaciones, de ahí el furor de la burguesía contra esas asociaciones y su regocijo triunfal ante cada derrota infligida a éstas.
El proletariado está desvalido; no puede vivir ni un solo día por sí mismo. La burguesía se ha arrogado el monopolio de todos los medios de subsistencia en el sentido más amplio del término. Cuanto necesita el proletario, sólo puede obtenerlo de la burguesía, protegida en su monopolio por el poder del estado. Por consiguiente, el proletario es, de hecho y de derecho, esclavo de la burguesía; ésta puede disponer de la vida y muerte de aquél. Le ofrece sus medios de subsistencia, pero a cambio de un "equivalente", a cambio de su trabajo; incluso deja al obrero la apariencia de actuar según su libre albedrío, de acordar con ella un pacto con su libre anuencia, sin estar forzado de dar ésta, como hombre emancipado de tutelas. ¡Bonita libertad esa en la cual al proletario no le queda otra opción que allanarse a las condiciones que le impone la burguesía o de lo contrario morir de hambre y de frío, alojarse desnudo entre las fieras del bosque!¡ Bonito "equivalente", cuyo monto se halla por entero al arbitrio de la burguesía! Y si el proletario es tan necio como para preferir morirse de hambre en lugar de allanarse a las "justas" proposiciones de los burgueses, de sus "superiores naturales"... pues bien entonces será fácil hallar algún otro, ya que hay bastantes proletarios en el mundo y no todos están locos, no todos prefieren la muerte a la vida.
Ahí tenemos la competencia de los proletarios entre sí. Bastaría que todos los proletarios manifestasen nada más que la voluntad de perecer de hambre antes que trabajar para la burguesía, para que ésta tuviese que renunciar a su monopolio; pero no es éste el caso y hasta es algo casi imposible, por lo cual la burguesía sigue mostrando buen talante. Esta competencia entre los obreros tiene un solo límite: el de que ningún obrero querrá trabajar por menos de cuanto necesita para su existencia; si de todos modos ha de morirse de hambre, preferirá hacerlo en el ocio que trabajando. Desde luego que este límite es relativo; uno necesita más que el otro, uno está acostumbrado a mayores comodidades que el otro; el inglés que aún es algo civilizado necesita más que el irlandés, que viste harapos, come patatas y duerme en una pocilga. Pero ello no impide al irlandés competir con el inglés, deprimiendo paulatinamente el salario y con él el grado de civilización del obrero inglés al nivel de los del irlandés. Ciertos trabajos requieren un grado de civilización determinado y entre ellos se cuentan casi todos los trabajos industriales; por eso, en estos casos el salario debe ser, siquiera en interés de la propia burguesía, lo suficientemente elevado como para posibilitar al obrero el mantenerse dentro de esa esfera. El irlandés recién inmigrado, que acampa en el primer establo con que se topa y que inclusive, de alojarse en una vivienda tolerable, sería echado a la calle todas las semanas porque se bebería todo su dinero y no podría pagar el alquiler, sería un mal obrero fabril; por ello hay que darles a los obreros fabriles lo suficiente como para poder educar a sus hijos con vistas al trabajo regular, pero tampoco más, a fin de que no puedan prescindir del salario de sus hijos y de que éstos no puedan llegar a ser otra cosa que simples obreros. También en este caso es relativo el límite, el mínimo de salario; si todos los miembros de la familia trabajan, cada cual necesita percibir tanto menos y la burguesía, para deprimir el salario, ha aprovechado como es debido la ocasión -ofrecida por el trabajo de las máquinas - de ocupar a mujeres y niños y de sacarles rendimiento. Naturalmente, no en todas las familias cada cual está capacitado para el trabajo, y mal se vería una de tales familias si hubiese de trabajar por el mínimo de salario calculado para la familia íntegramente capacitada para el trabajo; por eso, en este caso el salario se establece en un término medio, con el cual a la familia íntegramente capacitada para el trabajo le va bastante bien, mientras que a la familia que cuenta con menos integrantes capacitados para el trabajo le va bastante mal. Pero en el peor de los casos, cualquier obrero preferirá sacrificar el poco lujo de civilización al que estaba habituado, con tal de mantener su mera existencia; preferirá una pocilga a ningún techo, harapos a ninguna vestimenta, patatas a la muerte por inanición. Preferirá contentarse con la mitad del salario, esperando tiempos mejores, que sentarse tranquilamente en la calle y morir ante los ojos del mundo, como lo hiciera más de un desocupado. Este poco, pues, este poco más que nada, constituye el mínimo del salario. Y si hay más obreros que los que la burguesía considera conveniente ocupar, es decir si al cabo de la lucha competitiva aún queda un número que no encuentra trabajo, ese número tendrá de morirse de hambre; pues es presumible que el burgués no les dará trabajo si no puede vender los productos de su trabajo con alguna utilidad.
(…)
Mientras tanto, aboquémonos al estudio de otra causa de la degradación a la cual se hallan librados los obreros ingleses, de una causa que aún sigue obrando de continuo en la tarea de deprimir cada vez más profundamente la situación de esta clase.
La inmigración irlandesa
Ya en varias ocasiones hemos mencionado ocasionalmente a los irlandeses que han emigrado a Inglaterra; ahora hemos de considerar más en detalle las causas y los efectos de esta inmigración.
La rápida expansión de la industria inglesa no hubiese podido producirse de no haber tenido Inglaterra, en la población numerosa y pobre de Irlanda, una reserva de la cual pudiera disponer. El irlandés nada tenía que perder en su patria y sí mucho que ganar en Inglaterra, y desde el momento en que se supo en Irlanda que al este del canal de San Jorge podía hallarse trabajo seguro y un buen salario para brazos fuertes, todos los años lo atravesaron multitudes de irlandeses. Se calcula que de este modo han inmigrado, hasta el presente, más de un millón y que anualmente inmigran aún alrededor de cincuenta mil, casi todos los cuales se lanzan sobre los distritos industriales, en especial las grandes ciudades donde constituyen la clase inferior de la población. (...) Esta gente, criada casi sin civilización alguna, habituada desde su infancia a toda suerte de privaciones, tosca, aficionada a la bebida, despreocupada por el futuro, llega así trayendo consigo todas sus brutales costumbres a una clase de la población inglesa que, en verdad, tiene pocos alicientes que la inclinen a la instrucción y a la moralidad. Veamos que nos dice Thomas Carlyle:
( Sigue una larga cita de este autor conservador en la que describe las costumbres de estos immigrados irlandeses. Tras ella, prosigue Engels)
Exceptuando la reprobación exagerada y unilateral del carácter nacional irlandés, Carlyle tiene toda la razón en este aspecto. Estos obreros irlandeses viajan a Inglaterra por cuatro peniques - en la cubierta de los vapores, en las que a menudo van hacinados de pie, como ganado-, anidan en todas partes. Por lo demás, las peores viviendas son bastante buenas para ellos; sus vestimentas les preocupan poco, mientras tengan un hilo que las mantenga unidas, y no conocen el calzado; su alimentación consiste en patatas, y nada más que patatas, y cuanto ganen por encima de esto lo gastan en bebida; ¿para qué necesita un elevado salario semejante estirpe? Los peores barrios de todas las ciudades están habitados por irlandeses; dondequiera que haya un distrito que se distinga por su suciedad y carácter ruinoso peculiares, cabe contar con que uno ha de encontrarse de preferencia con estos rostros célticos, que se distinguen a primera vista de las fisonomías sajonas de los nativos, y que ha de escuchar el cantado y aspirado brogue[1]irlandés, que el auténtico irlandés jamás olvida. A veces hasta he oído hablar irlandés céltico en los barrios más populosos de Manchester. La mayor parte de las familias que habitan en sótanos son, casi por doquier, de origen irlandés. En suma, que los irlandeses han descubierto, al decir del doctor Kay, cuál es el mínimo de necesidades vitales, y se lo están enseñando ahora a los obreros ingleses. También han traído consigo su suciedad y su afición a la bebida. Ese desaseo, que no hace tanto daño en el campo, donde la población vive dispersa, pero que se ha convertido para el irlandés en su segunda naturaleza, resulta en cambio aterrador y peligroso en las grandes ciudades, a causa de la concentración humana. Tal como estaba habituado a hacerlo en su patria, también aquí el milesiano[2] vuelca en la puerta de su casa toda la basura y los desperdicios, con lo cual reúne charcos y montones de basuras que afean los barrios obreros y apestan su aire. Al igual que en su patria construye una pocilga adosada a su casa y, si no puede hacerlo, hace dormir a su cerdo compartiendo con él su habitación. Este nuevo tipo anómalo de ganadería en las grandes ciudades es de origen totalmente irlandés; el irlandés es tan afecto a su cerdo como lo es el árabe a su caballo, sólo que lo vende cuando está suficientemente gordo como para sacrificarlo; pero por lo demás come y duerme con él, sus hijos juegan con él, montan sobre su lomo y se revuelcan con él en el lodo, cosa que puede verse millares de veces en todas las grandes ciudades de Inglaterra. Y resulta imposible imaginar la suciedad e incomodidad que reina dentro de las propias casas. El irlandés no está habituado a los muebles: un montón de paja, algunos harapos, demasiado echados a perder como para poder servirle de vestimenta, le bastan como cama. Un trozo de madera, una silla rota, un viejo cajón en lugar de mesa, y no necesita más; una tetera, algunas ollas y cacharros son suficientes para equipar su cocina, que es, al mismo tiempo su sala y su alcoba. Y si se halla escaso de combustible, va a parar a la chimenea todo cuanto se halle a su alcance y pueda entrar en combustión: sillas, jambas de las puertas, molduras y tablas del piso, si las hubiere. Además, ¿para qué necesita mucho espacio? Allá en Irlanda, en su choza de barro, sólo había un único ambiente interior para todos los fines domésticos; tampoco en Inglaterra necesita la familia más de una habitación. Así es como este hacinamiento de muchos en un sólo cuarto, hacinamiento que hoy en día se encuentra tan a menudo, también ha sido introducido, principalmente, por la inmigración irlandesa. Y puesto que el pobre diablo debe tener por lo menos un disfrute, ya que la sociedad lo ha excluido de todos los demás, entonces va y bebe aguardiente. El aguardiente es lo único que hace que, para el irlandés, la vida valga la pena de ser vivida; el aguardiente y, en todo caso, un temperamento jovial y despreocupado, y por ello se entrega al aguardiente hasta la ebriedad más brutal. El carácter meridional e irreflexivo del irlandés, su tosquedad, que lo sitúa muy poco por encima del nivel de un salvaje, su desdén por todos los disfrutes más humanos, de los cuales es incapaz precisamente a causa de esta tosquedad, su suciedad y su pobreza, todo ello favorece en él el alcoholismo; la tentación es demasiado grande, no puede resistirse a ella, y en cuanto obtiene algún dinero debe echárselo al gaznate. ¿Que otra cosa podría hacer? ¿Cómo esa sociedad, que lo sitúa en una posición en la cual debe convertirse, casi necesariamente en un bebedor, que lo desatiende en todo y permite que se embrutezca, como habría de condenarlo después si se convierte realmente en un beodo?
Éste es el competidor contra el cual debe luchar el obrero inglés: un competidor situado en el peldaño más bajo posible en un país civilizado y que, también, por eso mismo, necesita un salario menor que cualquier otro. Por eso no hay absolutamente otra posibilidad que, como dice Carlyle, la de que el salario del obrero inglés se hunda cada vez más en todos los ramos en los cuales el irlandés pueda competir con él. Y estos ramos del trabajo son muchos. Todos aquellos que requieran poca o ninguna destreza están al alcance del irlandés. Por cierto que los desordenados, veleidosos y bebedores irlandeses están situados en un nivel demasiado bajo para aquellos trabajos que requieren un aprendizaje prolongado o una actividad de duración regular. Para llegar a ser mecánico ( en inglés se denomina mechanica cualquier obrero empleado para confeccionar maquinarias) u obrero fabril, debería adoptar primeramente la civilización y las costumbres inglesas, en suma, tendría ante todo que volverse inglés en su índole. Pero cuando se trata de un trabajo sencillo y de menor exactitud, cuando importa más la fuerza que la habilidad, el irlandés sirve tanto como el inglés. Por eso, estos ramos del trabajo rebosan, sobre todo, de irlandeses: los tejedores manuales, oficiales albañiles, peones de carga y jobbers,[3]y otros por el estilo, cuentan con multitudes de irlandeses y la penetración de esta nación ha contribuido aquí en mucho a la disminución del salario y a la degradación de la propia clase obrera. Y aunque los irlandeses que han irrumpido en otros ramos del trabajo han debido volverse más civilizados, aún les quedó el remanente de bastantes rasgos de su anterior modo de vida, para también contribuir en este terreno - además de la influencia que debía suscitar un entorno de irlandeses en general- a una degradación de sus compañeros de trabajo ingleses. Pero si en casi todas las grandes ciudades, una quinta o cuarta parte de los obreros son irlandeses, o hijos de irlandeses criados en medio de la suciedad irlandesa, no cabe sorprenderse de que la vida de toda la clase obrera, sus costumbres, su posición intelectual y moral, su carácter todo, hayan asumido una parte considerable de esta índole irlandesa, y se podrá comprender como la indignante situación de los obreros ingleses, suscitada ya por la industria moderna y por sus consecuencias inmediatas, haya podido exacerbarse hasta un elevado grado de envilecimiento.
Extractos copiados de La situación de la clase obrera en Inglaterra, traducción al castellano a cargo de León Mames para Obras de Marx y Engels (OME) tomo 6, Barcelona-Buenos Aires-México D.F. , Crítica / Grupo editorial, 1978, pp. 330-349. El intento de publicación de las OME fue debido al impulso de Manuel Sacristán.
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