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diumenge, 28 d’octubre del 2012

Robespierre y el imaginario constituyente



Robespierre, 25 de diciembre de 1793, discurso en la Convención

Parece que el modelo político y económico español se resquebraja. La alianza entre las fuerzas renovadoras del franquismo y los partidos y formaciones de la oposición, que dio paso a la Constitución de 1978, está llegando a su fin. Algunos de los problemas resueltos con prisa de huracán o peor aún, silenciados, reaparecen: auge del nacionalismo periférico y reacción del centralismo (castizo) español; supeditación de la organización política y social a la economía de mercado y sus intereses financieros; pérdida real del valor de la soberanía popular en beneficio de grupos de presión, revisionismo histórico, supresión de derechos adquiridos y merma sustancial de la protección que conlleva el estado del bienestar, entre otros. En este contexto, miles de ciudadanos están reclamando, en foros y asambleas, un nuevo pacto constitucional, es decir, el inicio de un proceso constituyente que finalice con la elección de Cortes Constituyentes y la redacción de una nueva Carta Magna que recoja las aspiraciones y anhelos de una ciudadanía moderna, hija de las identidades múltiples del siglo XXI: una república democrática. Ejecutado en la guillotina el 28 de julio (10 Termidor) de 1794, cerca de Errancis, junto con Saint-Just y veinte revolucionarios más, resulta sorprendente comprobar cómo hoy, más de dos siglos después, la cabeza política de Robespierre -el hombre, junto con el Comité de Salud Pública, que consolidó la Revolución francesa de 1789, salvando los progresos y logros de la República y su esencia democrática- sigue vagando, malherida, vilipendiada, cubierta de cal, por las cloacas de la Historia (neoliberal) cuando debería ser un referente, europeo y solidario, en tiempos de pánico institucional y zozobra ética.
La crisis financiera que arrancó el verano de 2007 está produciendo un bloqueo democrático tanto en los órganos de gobierno, centros locales de toma de decisiones, como en la vida de la comunidad. La libertad y la igualdad, pilares del sistema, están siendo amenazadas por la prevalencia de un supuesto estado de necesidad universal, estado de excepción permanente, por usar la fórmula de G. Agamben, al cual se supeditan todas las aspiraciones de transformación y progreso: “ahora no es el momento”, repiten, mantra de hielo, las instancias superiores. Hasta Juan Carlos I, Rey de España, bisagra entre la católica dictadura militar y la democracia (no es necesario recordar que juró cuantas legislaciones le pusieron delante), entra en escena pidiendo, exigiendo, unidad de acción (unidad de destino) y una devota adhesión inquebrantable al Gobierno, en este caso del PP -hubiera sido igual con el PSOE- frente a la trascendencia del desplome financiero global. Al mismo tiempo, una parte significativa de la población, los más desfavorecidos (parados, trabajadores con salarios bajos, precarizados, pensionistas, mujeres, jóvenes sin futuro), expresa su malestar siendo reprimida por el ejecutivo nacional y por los pintorescos gobiernos autónomos. Manifestaciones, ocupaciones del espacio público y demás actos cívicos de protesta -excesos y provocaciones al margen, que han existido siempre en la confrontación política- son percibidos como un ataque frontal a las instituciones democráticas que se defienden -mandan las superestructuras económicas- con la policía. Parece que la política de los políticos (y sus zafiedades), haya suplantado a la política de los ciudadanos (y sus deseos). “Cuando el gobierno viola derechos, la insurrección es para el pueblo, y para cada sector del pueblo, el más sagrado e indispensable de los deberes”, se recoge en el proyecto de Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1793, superador del canónico texto de 1789 (que ya reconocía, por cierto, “el derecho a resistir a la opresión”).
Sometido a instancias supranacionales -una falaz cesión de soberanía que no ha sido refrendada por la mayoría de los estados miembros de la Unión Europea- el gobierno electo acata dictados contrarios al bienestar y desarrollo integral de la mayoría social, es decir, gobierna contra su pueblo, escuchando más a las instituciones financieras mundiales (FMI, BM) que a su propio cuerpo electoral. Cuando el sistema de garantías creado por la Constitución de 1978 es incapaz de impedir o, cuando menos, frenar el deterioro del consenso y la armonía social, urge un cambio de modelo, acorde con las legítimas demandas de una ciudadanía plural, la multitudo spinozista, que “siente e interpreta” las reivindicaciones de una forma distinta a la conocida hasta la fecha (heredera del siglo XIX), y que expresa su disconformidad -desde el fenómeno del 15M hasta los movimientos que propugnan una entrada pacífica en el Congreso de los Diputados- con procedimientos novedosos. La senda constitucional abierta en 1978, que ha permitido recorrer, no sin cierto éxito, una parte del camino de la dictadura -pese a las infinitas secuelas psicológicas y sociales- a la democracia de mercado, parece que llega a una vía muerta. Los partidos mayoritarios -maquinarias de perpetuación de castas o “clase extractiva”, según terminología (liberal) de moda- se están mostrando incapaces para resolver la crisis e impedir el deterioro de la calidad democrática, y viven este “desbordamiento” democrático, “que no, que no nos representan”, bien con el temor a una pérdida de apoyo electoral (PP), bien como drama psicológico de espera beckettiana (PSOE), cuando sólo debería ser entendido, si interpretaran la realidad con lupa demoscópica, como una llamada de atención emocional, una petición de principio o natural evolución, acorde con la sorprendente naturaleza individual de la vida tecnológica y consumista (la metástasis del sistema-mundo capitalista creado a raíz de los acuerdos de Bretton Woods, 1944), donde la política, la sociedad y las relaciones laborales están mutando, sin saber bien hacia dónde, ni con qué fin, a velocidad de vértigo. Robespierre, el 10 de mayo de 1793, ante la Convención, teoriza la radicalidad democrática, eso que ahora se denomina “desbordamiento”, fijando los principios de acción y el tempo revolucionario: “Un pueblo cuyos mandatarios no deben dar cuenta de su gestión a nadie no tiene Constitución. Un pueblo cuyos mandatarios sólo rinden cuentas a otros mandatarios inviolables, no tiene Constitución, ya que depende de éstos traicionarlo impunemente y dejar que lo traicionen los otros. Si éste es el sentido que se le confiere al gobierno representativo, confieso que adopto todos los anatemas pronunciados contra él por Jean-Jacques Rousseau.” La argumentación de Robespierre, tomada de sus Discursos, editados con el título Por la felicidad y por la libertad (2005), elegante hasta en su formalidad literaria, parece escrita para momentos de déficit de soberanía y vacío de poder. Su reflexión es una mirada limpia al poder constituyente: hacia una estructura firme pero flexible, reticular, que impida, por inoperancia o miedo, la parálisis del sistema nervioso central del Estado. ¿Qué es legítimo hacer cuando los gobernantes dan la espalda a una parte, numerosa, del cuerpo electoral, y reaccionan solo ante las exigencias de las oligarquías financieras? Como sostiene Georges Labica, por debajo del pensamiento de Robespierre discurre una “política de la filosofía”.
La democracia o es virtuosa, justa y excelsa hasta el extremo, diría el abogado de Arrás, o no es democracia. Es más, o favorece el interés de la mayoría, o no merece tal nombre. Robespierre vivía obsesionado con la suerte de los desfavorecidos y el respeto a las decisiones de las mayorías. Pese a la brutalidad e ignorancia de la Historia liberal -parecido al caso de V.I. Lenin- Robespierre procuró contener los excesos jurídicos y políticos de dirigentes como Barère o Danton comportándose, en muchos instantes del proceso revolucionario, con paciencia y moderación: un “centrista” dentro del partido de la Montaña. Georges Lefebvre, uno de los primeros historiadores que desveló el velo de terror sangriento que envolvía su figura afirmó que “fue un hombre magnífico, defendió la democracia y el sufragio universal de 1789 (…) y en circunstancias normales nunca hubiera apoyado la pena de muerte ni la censura de prensa”.
El Proyecto de Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, antes citado, fue presentado ante la Convención el 24 de abril de 1793. Su articulado serviría de base a la Constitución de 1793, texto que, recuerda Albert Soboul en La revolución francesa (1966), “sería para los republicanos de la primera mitad del siglo XIX el símbolo de la democracia política”. Cuando los incesantes recortes del neoliberalismo -Alemania está ganando la guerra mundial que perdió en Stalingrado- afectan de manera indiscriminada a las prestaciones sociales se puede leer el artículo 21, repito la fecha, abril de 1793: “El socorro público es una deuda sagrada. La sociedad debe asistencia a los ciudadanos desgraciados, bien procurándoles trabajo, bien asegurando los medios de existencia para aquellos que no están en situación de trabajar.”  
Frente a la pérdida de aliento del sistema de 1978, el nuevo proceso constituyente, un renovado contrato social, con un fuerte carácter anti-individualista, debería exigir, de entrada, la recuperación de la soberanía perdida (su ser es ser en acción) y la permanente exigencia a los gobernantes de sus responsabilidades públicas. Ante el descrédito del Estado y de las instituciones, y la desconfianza que generan los políticos, minados por abusos y corrupciones, Robespierre sostenía (1793) que “el principio de responsabilidad moral -imperativo mayor de la democracia, podríamos añadir- exige además que los agentes del gobierno rindan, en épocas determinadas y con bastante continuidad, cuentas exactas y circunstancias de su gestión. Que las cuentas sean hechas públicas por la vía de la impresión y sometidas a la censura de todos los ciudadanos. Que sean enviadas, en consecuencia, a todos los departamentos, a todas las administraciones y a todas las comunas.” Cambio 16, una de las publicaciones más influyentes en la Transición, recogía unas declaraciones de Felipe González, Secretario General del PSOE, a la salida del colegio electoral, 6 de diciembre de 1978, la jornada que refrendó la Constitución. Preguntado por la vigencia del texto que se sometía a votación respondió: “Espero que decenios y decenios, y si es posible, de un siglo a dos”. Nada como el desparpajo y el tronío.
En una reciente biografía, Robespierre. Una vida revolucionaria (2012), Peter McPhee narra, a modo de conclusión, las vicisitudes del reconocimiento del revolucionario. El 30 de septiembre de 2009, el pleno municipal de la ciudad de París rechazó la moción de un concejal (socialista) que solicitaba poner el nombre de Robespierre a una calle o a una plaza en la “Ciudad de la Luz”. El concejal, perplejo, argumentó que el dirigente jacobino era “primera y principalmente un revolucionario formado por los ideales de la filosofía de la Ilustración” y no “una caricatura de un verdugo sediento de sangre”. Y un formidable antecedente, se podría añadir, para un dinámico, necesario y urgente proceso constituyente que impulse otra forma democrática de vida en común.  
Publicado en: http://www.eldiario.es/zonacritica/Robespierre-imaginario-constituyente_6_61303876.html#

La libertad pasó como una tormenta

Antologia de textos de Saint Just. Selección, edición y traducción de Carlos Valmaseda


Los jacobinos no han tenido mucha suerte en el imaginario colectivo contemporáneo. Una visión, procedente principalmente del marxismo vulgar, considera el período jacobino de la revolución como una etapa de la denominada "revolución burguesa", una etapa popular pero pequeño-burguesa al fin. Des­de su perspectiva, hasta la llegada de Marx todo es páramo.

La segunda visión, que abunda en los medios de comunicación, procede de los nacionalistas periféricos, quienes, con más ignorancia que maldad, suelen tildar de "jacobinos" a sus oponentes cuando los quieren acusar de centralistas.

Sin embargo, el modelo jacobino es social pero no estatista. Incluso en sus textos se apunta la posibilidad de una sociedad sin estado, o en cualquier caso con un estado mínimo, basada en la comunidad auto-controlada. Y, mien­tras no se pueda prescindir del magistrado, éste debe estar completamente subordinado al legislativo. Ahora bien, para garantizar la independencia del legislativo, es decir, del soberano, cada uno de sus constituyentes, los ciu­dadanos, debe ser independiente. Y no es ésta la situación: cuando alguien se encuentra subordinado por razones políticas, económicas, etc., no es libre y por tanto no es independiente. El proyecto truncado del sector robespierris­ta de los jacobinos se encamina precisamente a dotar de esta independencia a todos los ciudadanos y por eso apunta al corazón del asunto: la propiedad. Nadie puede ser verdaderamente libre en un mundo radicalmente desigual y donde el acceso a la propiedad está reservado en exclusiva a las clases pu­dientes.

El conjunto de textos reunidos en este volumen resume el pensamiento y la acción política de uno de los dirigentes jacobinos más importantes: Louis Antoine de Saint-Just. Diputado a los veintiún años, ejecutado a los 26, Saint­Just desarrolló en este breve período de tiempo una intensa acción política, organizativa e intelectual. Sus planteamientos y propuestas trascienden la época que le tocó vivir, y su lectura sorprenderá al lector inadvertido por su lucidez y vigencia.

Resumen publicado en: http://www.pasajeslibros.com/L9788496356665-la_libertad_paso_como_una_tormenta.html

dimarts, 23 d’octubre del 2012

Lakanal, sa vie, ses travaux à la Convention et au Conseil des Cinq-Cents

 Per Isidore Geoffroy Saint-Hilaire







Sa tombe au Cimitière de Père Lachaise:


divendres, 19 d’octubre del 2012

L'abbé de Mably, moraliste et politique.

Link à l'ouvrage: "L'abbé de Mably, moraliste et politique. Étude sur la doctrine morale du jacobinisme puritain et sur le développement de l'esprit républicain au XVIIIe. siècle", par M.W. Guerrier, professeur de l'Université de Moscou, Paris, F. Vieweg, 1886.






dimecres, 10 d’octubre del 2012

DAVIDE LAZZARETTI

http://www.tages.eu/?page_id=1154























La vicenda umana di David Lazzaretti ha impresso un marchio a fuoco nella storia italiana di fine Ottocento, nonostante i subdoli tentativi di alterarne la memoria da parte dei poteri “forti”, politici ed ecclesiastici. Ma la verità, prima o poi, si impone sempre e oggi la fi gura del “profeta del monte Amiata” è più che mai attuale e maestra di vita.
Di origini umilissime, David era di mestiere “barrocciaio”, un carrettiere.
Partecipe di una vibrante e sincera spiritualità, ebbe visioni e illuminazioni che gli rivelarono il suo speciale destino di guida e ispiratore del popolo amiatino.
Straordinaria fu la sua capacità di fondare una comunità, la Chiesa Giurisdavidica, che trovò aderenti nelle più varie fasce sociali, soprattutto la gran massa di poveri e i piccoli e medi proprietari terrieri. I suoi oppositori furono i grandi latifondisti e le autorità ecclesiastiche che videro in David il concreto
pericolo di un rinnovellamento sociale e spirituale, capace di alterare lo status quo e la disperata sudditanza di un popolo lasciato senza pane né dignità.
Riguardo alla rilevanza dell’azione svolta dai Giurisdavidici, basti indicare due fatti:la comunità fondata dal Lazzaretti fu la prima, in Italia, a dare la possibilità del voto, nelle assemblee, alle donne e fu la prima ad istituire una cassa di mutuo soccorso. Per l’epoca ciò equivalse ai prodromi di una vera rivoluzione …
La limpida trasparenza delle sue azioni aiutò sempre David a superare i processi e le accuse mossegli dai suoi oppositori. Fu solo con un impunito e vigliacco assassinio che la sua opera venne stroncata.
Ma i resti della sua “torre” e la grotta dove meditava e pregava, sulla cima del monte Labbro, ancora oggi echeggiano il suo messaggio, luoghi incontaminati dove l’alito del divino si spande libero, per tutti coloro che vi si recano a cercarlo.
Il testo che segue è il veritiero racconto delle ultime ore di David Lazzaretti (2).
La mattina del 18 agosto 1878, una processione colorita e composita si mosse dal Monte Labbro per recarsi ai santuari mariani di Arcidosso e Castel del Piano. La gente delle campagne di Roccalbegna, Arcidosso e Santa Fiora e dei villaggi abbarbicati intorno ai crinali del monte si assiepava lungo la
strada e ingrossava, via via, il corteo che procedeva salmodiando:

Salve, o Madre di Vittoria
Figlia altissima di Dio
Questo popol santo e pio
Pien di fe’ ricorre a te
….
E quando arrivato
Sarò all’agonia
Ti prego, o Maria,
soccorrimi tu.
Raccogli quell’alma
Nel santo tuo velo
Scortandola in cielo, unita con te.

Davanti a tutti, con portamento maestoso e trasognato, marciava David Lazzaretti, il “santo”  dell’Amiata. Aveva una camicia rossa e i pantaloni bianchi, che ricordavano la divisa militare garibaldina, un elmo sormontato da una piccola croce con tre piume di struzzo e un grande mantello celeste foderato di rosso. Portava in mano una verga realizzata con tre legni diversi, riuniti da una lamina d’argento. Dietro di lui procedeva don Filippo Imperiuzzi, il prete della comunità: la barba nera e fluente, una tunica bianca monastica, stretta ai fianchi da una larga cintura azzurra. Portava sulle spalle un ferraiolo verde e, in testa, una cappello di feltro chiaro a larghe tese, con una croce piumata.
Seguivano tre giovani – fra loro, vestito da collegiale francese con la maglietta rossa, Turpino, figlio di David, che innalzava un drappo, anch’esso rosso, con la scritta La repubblica è il regno di Dio – e dodici bambine avvolte in teli candidi con corone di fi ori freschi tra i capelli. Bianca, la fi glia di David, sorreggeva un labaro con la Madonna della Conferenza. Venivano poi dodici
donne – le matrone – col manto celeste, la tunica fiammeggiante, un velo bianco in testa e con il gonfalone della Madonna della Vittoria; setteCavalieri crociferi con la camicia rossa, i pantaloni chiari e il mantello azzurro, con le policrome bandiere delle Nazioni latine; dodici apostolicon i mantelli rossi e bianche vesti tunicate; dodici discepoli, con i pantaloni bianchi e la camicia rossa.





















Ma né i colori vivaci dei vestiti e dei drappi, né i canti salmodianti potevano nascondere il cupo presagio che serpeggiava tra i poveri fedeli e le centinaia di contadini e artigiani che, un po’ per curiosità, un po’ per speranza della salvezza o forse di un mondo migliore, procedevano uniti e sereni dietro il loro messia e profeta. Cantavano:
Noi siamo di Cristo
Soldati campioni,
tendiamo all’acquisto
dei tristi e dei buoni;
a ogni alma infedele
la fede portiam.
Evviva la Repubblica
Iddio e la libertà.

Noi siamo giurati
Nemici degli empii.
Soldati crociati
Degli ultimi tempi
Che il fi ne portiamo
Ad ogni empietà
Evviva la Repubblica
Iddio e la libertà.
Giunta all’ingresso di Arcidosso, la processione fu fermata da un drappello di carabinieri.
David Lazzaretti si fece avanti, da solo: “Io vado avanti in nome della legge del diritto”, disse e, mentre la tensione saliva e diventava palpabile, aggiunse: “Io vado Avanti in nome di Cristo Duce e Giudice. Se volete la misericordia porto la misericordia, se volete il mio sangue, ecco il mio petto, io sono la vittima”.
Dalla folla assiepata, in un crescendo tragico di tensione, cominciarono a volare dei sassi, non si sa da chi lanciati e perché. Fu come il segnale atteso: un milite si inginocchiò, prese con calma la mira, fece fuoco. David, centrato in fronte, cadde al suolo in fin di vita.
Note
(2) DAVID LAZZARETTI IL RACCONTO DELLA VITA, LE PAROLE DEL “PROFETA” di
Lucio Niccolai edizioni effigi 2006