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dimecres, 20 de desembre del 2023

El momento filosófico determinado por la guerra en la política: Lenin 1914-1916, por Étienne Balibar

Introducción de la revista Période:

La cuestión de si existe o no una “filosofía leniniana” siempre ha sido una cuestión política. En 1968, Althusser cambió los términos al plantear el problema de la relación entre Lenin y la filosofía. Veinte años después, Étienne Balibar introdujo otra opción: hubo un “momento filosófico” en Lenin, desencadenado por la Primera Guerra Mundial y que constituyó un punto de inflexión decisivo en su pensamiento. Rompiendo con cualquier concepción evolucionista de la historia, Lenin sitúa la perspectiva revolucionaria en una temporalidad regida por la complejidad de las circunstancias. Se cuestiona radicalmente la identidad del sujeto revolucionario “proletariado”, que ya no está dada a priori, sino que es el efecto de una construcción política nunca completada. Este punto de inflexión se produce bajo la influencia de una lectura de Hegel y Clausewitz que lleva a Lenin a proponer una concepción dialéctica de la guerra (y bélica de la dialéctica) expresada en la consigna de "transformación de la guerra civil en guerra revolucionaria". Pensando en la guerra no como una catástrofe sino como un proceso, Lenin, en vísperas de la revolución de 1917, demostró que el análisis de lo que es una “situación revolucionaria” es una tarea que debe retomarse perpetuamente.



El momento filosófico determinado por la guerra en la política: Lenin 1914-1916, 

por Étienne Balibar


Elijo este título complicado –y restrictivo– para señalar lo que distingue el lugar de Lenin en esta confrontación de los filósofos “ante la guerra”. Evidentemente al no ser un profesional de la filosofía, no pudo descubrirse a sí mismo ni asignarse una “misión” en esta capacidad (ni siquiera la de “preparar la revolución”). Sin embargo, no podemos considerar la categoría del “aficionado” como adecuada para describir a Lenin. Porque, en su relación con la guerra y la filosofía, llega a la esencia misma de la política a la que se dedica. Esto es lo que me pareció, reflexionando, muy significativo: en el sentido fuerte del término, sólo hay un momento filosófico en Lenin, y es precisamente la guerra, con sus problemas y sus consecuencias inmediatas, la que lo determina. Esto podría ser importante para la filosofía, si es cierto que su objeto no puede aislarse del de la política. Ciertamente lo es, en cualquier caso, para comprender la posición de Lenin en la historia, incluida la historia del movimiento social que llegó a llamarse a sí mismo "leninismo". De hecho, podemos suponer - en principio- que esta etiqueta cubre una contradicción más que una continuidad no problemática.

La diferencia entre el “Lenin” de antes de 1914 y el de después de 1917-18 es, en cierto sentido, un lugar común. Muchos lo notaron inmediatamente y, a su manera, describieron sus efectos[1]. Sin embargo, sigue siendo difícil de interpretar, porque los puntos de referencia no permanecieron fijos en ninguno de los lados de la gran división marcada por la guerra y la revolución. Precisamente, para los contemporáneos, estos dos acontecimientos –entre los cuales el propio Lenin proclamó la existencia de un vínculo necesario– formaron inmediatamente un bloque. El “nuevo Lenin” –el que aparece como inspiración de la Tercera Internacional, el que Sorel saluda en la reedición de Reflexiones sobre la violencia, incluso el que inspira la filosofía “decisionista” de un C. Schmitt o de un Keynes (en el campo opuesto) – está el Lenin de Octubre, visto en el contexto de los desastres de la guerra en los que se ha hundido un mundo, y de los que él emerge como un desafío o como un profeta. Es en torno a la figura así constituida que se organizará el “leninismo”.

¿Sin embargo, es posible realizar un análisis más detallado? Por lo que a nosotros respecta, el período que parece relevante es el que va desde agosto de 1914 hasta los primeros meses de 1917: en términos de textos escritos, desde la Quiebra de la Segunda Internacional (Obras, tomo 21)[2] hasta Las Tesis de abril (Obras, volumen 24). Es durante este período cuando la filosofía entra en juego, pero sólo para desaparecer inmediatamente. Digámoslo mejor: todo sucede como si, en el contexto de la guerra y de su emergencia, Lenin hubiera pasado a su vez por las etapas de un "fin de la filosofía", que se realiza fuera de la misma pero que, para ello, primero debe emerger de ella, en un trabajo especial que se esfuerza por captar su esencia y practicar la escritura.

Remarquemos que antes de 1914-1915 Lenin escribió libros y artículos filosóficos (sin mencionar el uso que hizo de conceptos filosóficos marxistas en todos sus escritos). Se trata, en particular, del estudio de 1894, ¿Quiénes son los amigos del pueblo...?[3], que desarrolla una epistemología del materialismo histórico basada en la doble crítica del “objetivismo” y del "subjetivismo"; y el de 1908, Materialismo y empiriocriticismo[4], dirigido contra la filosofía bogdanoviana, cuyo tecnicismo conceptual es enteramente honorable y que se basa en un amplio estudio de los filósofos (Berkeley, Diderot, Kant, Mach, etc.). Sin embargo, sostendré que, en estos estudios, Lenin no es un filósofo en el sentido fuerte del término. Lo que produce, a su manera, son argumentos ideológicos en un debate filosófico preexistente, al llegar a ocupar una de las posiciones posibles en el campo de las variantes de la “filosofía marxista” que constituye el cemento de la socialdemocracia. Mientras que en los “cuadernos filosóficos” de 1914-1915 - simples notas de lectura, esbozos de la definición de la dialéctica, escritos para fines “privados”, al mismo tiempo que otras notas preparatorias para estudios sobre el imperialismo, la cuestión nacional, etc.- vemos paradójicamente (pero inequívocamente) la cuestión de los “fundamentos” de la metafísica occidental, o el significado de sus categorías constituyentes, confrontados por sí mismos. Pero este ejercicio de lectura crítica (Aristóteles, Hegel) no conduce, ni puede conducir, a un discurso filosófico. Por el contrario, después de 1915, Lenin nunca más volvería a escribir una obra filosófica[5].


En realidad, a través de esta breve experiencia, fue la propia relación de Lenin con el discurso filosófico la que se transformó por completo. En este sentido el momento filosófico determinado por la coyuntura de la guerra no tiene futuro, aunque como veremos está lejos de quedarse sin efectos. Esto es lo que, evidentemente, la ideología “leninista” en sus diferentes variantes ha malinterpretado por completo. Para constituir la figura de una filosofía leninista, tendrá que hacer un uso masivo de las obras de antes de la guerra (en particular, Materialismo y el empiriocriticismo). Cuando se refiere a los “cuadernos filosóficos”, al hacerlos pasar del estatus de notas privadas al de fragmentos de una obra, o de escritos aforísticos, tendrá que hacer de ellos una lectura selectiva y sesgada, negando en la práctica su estatus esencialmente inestable[6]. Esto se aplica también, e incluso particularmente, a la tendencia “dialéctica”, “hegeliana” (Déborine, Lukačs, Henri Lefebvre) que buscará en estos Cuadernos, a riesgo de fetichizarlos, los instrumentos de una alternativa al dogmatismo oficial, contra el “mecanicismo” Materialismo y el empiriocriticismo[7].

Es la existencia misma de este “momento” único lo que primero debe impulsar nuestro cuestionamiento. Una cronología precisa resaltará toda la extrañeza:

1.- Agosto de 1914: es la guerra europea y, en los distintos países beligerantes, la creación en unas semanas o incluso en unos días de la “Unión Sagrada”, lo que rompe la unidad del socialismo europeo y destruye todos sus proyectos. resistir la guerra “imperialista”, incluso “utilizar (...) la crisis económica y política creada por la guerra para (...) precipitar la caída de la dominación capitalista”, de acuerdo con las resoluciones de Stuttgart (1907) y Basilea (1912). Al igual que otros refractarios (un puñado, como sabemos) a lo que le parecía una negación desastrosa, Lenin estaba entonces totalmente aislado en Suiza. La guerra lo excluye: de la propia guerra y de la política.

2.- ¿Qué hizo Lenin en estas condiciones? A finales de 1914 participó en algunas reuniones de refugiados hostiles al “socialpatriotismo”, terminó de escribir un artículo enciclopédico sobre Marx y, sobre todo, comenzó a leer a los metafísicos. Este es también el momento en el que, por primera vez, propone abandonar el nombre de “socialista” para el partido revolucionario y volver al de “comunista”.

3. – En 1915-1916, lo vemos, por el contrario, desbordante de actividad tanto política como teórica. Se trata de las conferencias de Zimmerwald (septiembre de 1915) y Kienthal (abril de 1916), preparadas por la serie de textos sobre la "quiebra de la Segunda Internacional" y la formulación de la consigna de "transformación de la guerra imperialista en guerra civil revolucionaria", que no sólo implica una polémica contra los "socialchovinistas", sino también contra el movimiento pacifista. Este es el escrito de El imperialismo, etapa suprema del capitalismo (que no llego a publicarse hasta abril de 1917)[8]. Y es el debate sobre el “derecho de las naciones a la autodeterminación”.

4.- A finales de 1916 y principios de 1917, una nueva serie de textos (sobre todo el extraordinario estudio Una caricatura del marxismo y sobre el economismo imperialista, publicado después de su muerte en 1924, y El programa militar de la revolución proletaria (Obras, volumen 23) modifica el análisis del imperialismo: dirigidos esta vez contra el radicalismo de “izquierda" que ve en la guerra mundial el anuncio de una eliminación definitiva del problema nacional en favor del antagonismo de clases. Criticando esta idea y mostrando la necesidad de distinguir, desde el punto de vista de causas y efectos, entre el nacionalismo democrático de los pueblos oprimidos (en Europa y fuera de Europa) y el de las potencias que se enfrentan por "compartir el poder" mundo", Lenin lleva a la idea de que toda revolución es "impura", combinando tanto movimientos de clase como demandas políticas nacionales. Este análisis coincide con la denuncia del "pacifismo burgués" a la manera de Wilson: la "paz imperialista" que se perfila en el horizonte de las negociaciones secretas y que se impondrá más allá de la derrota de los Imperios centrales que él denuncia de antemano como una "continuación de la guerra imperialista por otros medios”[9].

Esta cronología permite identificar un punto de inflexión fundamental en el pensamiento político de Lenin, pero que se produjo tarde: el evolucionismo económico –basado en la extrapolación de “tendencias” históricas– que había dominado el pensamiento socialista de la Segunda Internacional (y que no tardaría mucho volver a la de la Tercera Internacional), ya sea en forma progresiva, ya en forma catastrófica (transformación gradual o colapso del capitalismo) todavía inspira, en su mayor parte, los textos de 1915-1916 (incluida la etapa suprema), aunque es cada vez menos consistente con las “tácticas” definidas por Lenin. Con los análisis de finales de 1916 y principios de 1917, inmediatamente anteriores al momento revolucionario, este evolucionismo se rectifica profundamente. No sólo se considera “desigual” todo el desarrollo histórico, sino que la complejidad del campo político parece definitivamente irreductible a una lógica de “tendencias”.

Esto es lo que, siguiendo a Althusser podemos llamar el descubrimiento –en el campo teórico y estratégico– de la sobredeterminación intrínseca de los antagonismos de clase.

La comparación con el pensamiento de Rosa Luxemburgo es aquí particularmente significativa. En 1914, ante la "bancarrota" del socialismo institucional, Lenin y R. Luxemburgo compartían el sentimiento de que la guerra constituía una "prueba de la verdad", disipando la apariencia de evolución pacífica del capitalismo y las ilusiones del parlamentarismo, situando así al socialismo. contra la pared y realizando una auténtica “autocrítica” de su tendencia reformista. R. Luxemburgo exclamó entonces: hemos vuelto a la situación previamente descrita por Marx en el Manifiesto Comunista, la de una crisis final, que no tiene más salida que la revolución, mediante la simplificación radical de los datos de la lucha de clases[10]. Lenin, sin embargo, se separará cada vez más claramente de esta visión apocalíptica, en sentido literal, para inscribir la perspectiva revolucionaria en el elemento de duración y complejidad de las coyunturas. Sin duda, el a priori de una filosofía de la historia (tal como se expresa en particular en el horizonte constantemente mantenido de una revolución comunista mundial) nunca desaparece. Pero, a costa de tensiones extremas, convive e intenta articularse con un "empirismo" estratégico, un "análisis de situaciones concretas" que supone incorporar al concepto mismo de revolución, con la multiplicidad de fuerzas sociales involucradas en el proceso revolucionario, la pluralidad de formas de lucha política proletaria (“pacífica” y “violenta”) y el paso de una forma a otra (de ahí la duración específica y las sucesivas contradicciones de la transición revolucionaria).

Es imposible no poner esta evolución intelectual en relación inmediata con el "momento filosófico" de 1914-1915, porque los temas dialécticos que emergen así son exactamente aquellos cuya insistencia descubrimos en los Cuadernos filosóficos, mediante un sorprendente cortocircuito. Sin duda no se trata de “deducir” o “reflejar” uno de estos aspectos del otro. Pero primero, simplemente, describir la conjunción de esfuerzos mediante los cuales Lenin, simultáneamente, intentó abordar la cuestión de la filosofía y la de la guerra, en beneficio de una nueva política.

También es imposible no subrayar la coincidencia entre esta evolución y el cambio de estilo que, de hecho, caracteriza al Lenin de posguerra respecto al de preguerra. Si bien no es un "dogmático", el Lenin de antes de 1914 no es menos el hombre de una doctrina y una posición filosóficas estables, incluso después de las "lecciones" de 1905 (que aparecen especialmente como confirmación de la posición radical adoptada en los debates internos de la socialdemocracia). Hay una continuidad fundamental, a este respecto, entre el Desarrollo del capitalismo en Rusia y de las Tesis sobre la cuestión nacional de 1913 o incluso de los análisis de la Quiebra, para designar al proletariado como la fuerza homogénea, potencialmente hegemónica, que debe asegurar tanto las tareas de la revolución burguesa en la Rusia atrasada como las de la revolución socialista[11]. Después de 1915, y más aún durante las tres revoluciones sucesivas (las de febrero y octubre de 1917, más tarde la de la N.E.P.) en las que estuvo involucrado - por no decir sacudido-, vemos por el contrario que Lenin no dejó de cambiar, no sólo de "táctica", sino de definiciones y análisis sobre el papel del proletariado y del partido -y sobre su composición misma- y por tanto, en última instancia, sobre la identidad del "sujeto revolucionario". Esto ya no ha dejado de ser un problema, surgiendo como resultado de una construcción política compleja, en lugar de constituir un presupuesto socioeconómico adquirido (incluso en forma de "conciencia", de "traducción» de la clase en sí misma a la clase por sí misma). Podemos considerar que, de hecho este cuestionamiento permanente, que finalmente conducirá (de manera dramática) a la cuestión de una “desaparición del proletariado” en el sentido clásico[12], comienza a afectar al pensamiento de Lenin durante la guerra, bajo el efecto de las cuestiones que ésta plantea, pero también bajo el efecto que el cuestionamiento filosófico realizado en 1914, inmediatamente suscita. En términos filosóficos, diremos que lo que se cuestiona es la relación de aplicación entre “teoría” y “práctica”, en favor de una relación de constitución recíproca que no está predeterminada.

Es preciso realizar aquí un breve recordatorio del contenido de los “Cuadernos filosóficos”, especialmente porque plantea una interesante cuestión de historiografía (o, como decimos más eruditamente hoy, de “recepción”). Quienes han leído el volumen oficial (Obras, volumen 38) saben que allí encontramos: - un resumen de la Lógica de Hegel; - notas sobre la Historia de la Filosofía de Hegel, limitadas a la filosofía griega; - un resumen de la introducción a la Filosofía de la Historia (para el resto del libro, Lenin considera que no contiene nada muy importante, excepto “la idea de historia universal”, que de hecho pasó a la ciencia marxista); - un resumen del libro de Lassalle sobre Heráclito (cuyas presuposiciones hegelianas Lenin critica extensamente); - un breve resumen de la Metafísica de Aristóteles (“los sacerdotes mataban en Aristóteles lo que estaba vivo y eternizaban lo que estaba muerto”); - un resumen del libro de Feuerbach sobre Leibniz; - finalmente un boceto de 5 páginas Sobre la cuestión de la dialéctica. Como vemos, lo esencial gira en torno a una cuestión, la de la contradicción, y en torno a una relación histórica (o un ciclo), la que conecta las formulaciones “lógicas” de Hegel (sobre la identidad de los opuestos, esencia y apariencia, necesidad y el cambio, o lo absoluto y lo relativo, lo universal y lo singular) a los debates internos de la filosofía griega (sobre todo, la oposición entre Aristóteles y Heráclito, prestando un particular interés sobre la filosofía de Epicuro tal como la presenta).

Pero esta edición contiene una laguna sorprendente: no conserva las notas exactamente contemporáneas de Lenin sobre Vom Kriege[13] de Clausewitz (que tampoco encontraremos en los otros volúmenes), mientras que, en los escritos del período siguiente, se hacen referencias explícitas o alusivas a Hegel y Clausewitz que casi siempre van de la mano. ¿Por qué entonces esta disociación, por qué este trato desigual por parte del editor? Quizás por la censura ideológica: hay otras en la constitución del “corpus” leninista. Ciertamente por una total incomprensión, y del significado de las reflexiones de Lenin sobre el "fondo de la dialéctica", que se expresan a través de la lectura selectiva de los propios filósofos "fundamentales", y del uso que Lenin de hecho hizo a continuación[14].

¿Qué busca realmente Lenin al leer a Hegel? Aunque la crítica inmediatamente contemporánea del "ultraimperialismo" de Kautsky y la del pacifismo que lo extiende se refieren ambas a una refutación del cosmopolitismo kantiano (Kant es el blanco número uno de los ataques de Lenin en los Cuadernos), el Hegel que le importa sobre todo no es el de “Weltgeschichte ist Weltgericht”. El lugar que el propio Hegel supo asignar a la guerra en la historia, en relación con su filosofía del Estado, no juega un papel decisivo. Por eso, en particular, no se produce aquí ningún encuentro, ni siquiera verbal, con el hegelianismo que reivindicaba el historicismo alemán (y que los críticos franceses del "pangermanismo filosófico", precursores de la teoría del totalitarismo, han querido refutar)[15]. Y tampoco es - como muestra claramente Raymond Aron en su libro sobre Clausewitz- en el sentido de una teoría de la “guerra total”, de la cual la lucha de clases sería una realización, como Lenin esbozó la combinación de fórmulas hegelianas y clausewitzianas[16]. Esta combinación es de hecho lo esencial (Lenin la proyecta retrospectivamente en la historia al apoyar en diferentes ocasiones esta opinión materialmente falsa de que Clausewitz habría sido un “discípulo de Hegel”[17]). Pero en realidad tiene el significado de una doble cosificación: de la especulación hegeliana (o de la razón, “Vernunft”) por el pragmatismo clausewitziano, y de este último (como aplicación de una comprensión analítica: “Verstand”) por la dialéctica hegeliana.

Lo que Lenin corrige en Clausewitz es la idea de una estrategia o técnica militar como instrumentos de una “política” de Estado sustancialmente invariante o que permanece autónoma en su evaluación de la coyuntura. La guerra (o más bien las guerras, cuyas características cambian con las épocas históricas) son formas en las que pasa la esencia de la política y que se convierten así en la forma misma de su realización, de acuerdo con la dialéctica de las "de la génesis inmanente de las diferencias" y la "objetividad de la apariencia". Al continuar la política “por otros medios”, según la famosa expresión, la guerra no sólo la expresa: también transforma su curso, las condiciones y los actores.

Lo que, simétricamente, Lenin corrige en Hegel es la idea de una contradicción dialéctica que permitiría inscribir "lo absoluto en lo relativo" independientemente de las coyunturas, y de la forma "contingente" que adopta la propia movilización de las masas: así, la traducción práctica de la dialéctica histórica no implica sólo leer a Hegel a través de Marx, sino también a través de Clausewitz[18]. Lo que podríamos decir, muy brevemente, de la siguiente manera: no sólo hay primacía de la política sobre la guerra en la guerra misma (lo que significa que la lucha de clases no deja de producir sus efectos allí, aunque "por otros medios", "en otras formas"), no sólo la complejidad de la lucha de clases excede siempre a la "simplificación" impuesta por el momento militar, sino que también siempre excede una representación simplificada y "dual" de la lucha de clases misma. Pensar en la coyuntura (para intervenir en ella) es rechazar una doble simplificación del proceso histórico: la que la guerra impone (o más bien lo que parece lograr) al "aplastar" temporalmente la política de clases, y la que idealmente oponerse a los marxistas “ortodoxos” (incluidos aquellos que, como Rosa Luxemburgo, no han traicionado a su bando) proponiendo simplemente sustituir una vez más la guerra nacional por la guerra de clases. 

Podemos observar la implementación de esta dialéctica en los textos de 1914-1915. La primera "aplicación" que hace Lenin de la fórmula clausewitziana consiste en vincular la división del socialismo europeo determinada por la guerra (entre "chovinistas", partidarios de la Unión Sagrada e internacionalistas) a las tendencias preexistentes de la política socialista: es decir, convertirla en una continuación del conflicto entre el ala reformista y el ala revolucionaria del marxismo (independientemente de cuestiones personales)[19]. Esta “explicación” constituye en realidad una racionalización retrospectiva, como si la Sagrada Unión hubiera sido predecible. En este sentido sigue siendo evolucionista. Va de la mano con la idea de que la "traición" señala la presencia en el movimiento obrero de un "cuerpo extraño" subordinado a la burguesía, y con la teoría de las "migajas" de la explotación imperialista que sirven para corromper a la aristocracia obrera. Por lo tanto, presupone implícitamente que existe una masa proletaria “pura”, intrínsecamente hostil a la guerra, aunque el cambio de dirección política y sindical y las limitaciones de la movilización la han atomizado temporalmente y la han reducido a la impotencia.

Con la elaboración sistemática de la consigna de “transformación de la guerra imperialista en una guerra civil revolucionaria”, surge un argumento significativamente diferente. Lejos de ser un último recurso[20], lo veremos más bien como la aplicación rigurosa de la idea fundamental de que la guerra no es una catástrofe, sino un proceso cuyas consecuencias es importante analizar. La comparación con Marx o Engels es instructiva: Lenin no estaba interesado (como lo habían hecho sus predecesores) en los detalles de las operaciones militares, sino en el hecho de que las masas están en la guerra. A partir de la idea de guerra “total” o “popular”, sostiene que la guerra es obra de una sociedad, y no puede reducirse al enfrentamiento de Estados. Esto nos permite afirmar que la guerra tiene inmediatamente un doble carácter: enfrentamiento entre potencias imperialistas, pero también “uso” por parte de cada beligerante de las fuerzas del adversario para someter a “su” propio proletariado. Pero estas fuerzas están compuestas en última instancia por masas proletarias o proletarizadas. La duración de la guerra es un factor decisivo, que conduce no sólo al agravamiento del sufrimiento, sino a la transformación de los datos objetivos y subjetivos del conflicto. Si, como en cualquier guerra, el conflicto exacerba los odios nacionales, ocurre en un período de “madurez” del capitalismo. La guerra tendrá, por tanto, un doble resultado: involucrar a las masas en la guerra, no como un simple “objeto” que puede ser manipulado, sino como un poder que resultará incontrolable a largo plazo. La coacción militar y la impotencia de estrategias de aniquilación rápida despertarán a su vez una formidable aspiración democrática de masas, que hará imposible el puro y simple restablecimiento de la “disciplina” social y burguesa. Pero, al mismo tiempo, la tendencia del imperialismo a transformarse en “capitalismo de Estado”, mediante la centralización y militarización de la producción, cruzará el umbral decisivo. Notemos que se introducen así los dos aspectos que constituirán la unidad de los opuestos de la dictadura del proletariado tal como Lenin la redefinirá en los años 1917-1923[21]. Observemos también que es, en última instancia, este análisis de la "productividad" histórica de la guerra en términos de fuerzas sociales y de conflictos sociales lo que justifica la convicción de Lenin de que es posible prácticamente hacer una guerra contra la guerra. (y, en lo que le concierne personalmente, "entrar" en él como un factor de ruptura de su lógica puramente militar), aunque la ideología pacifista (o la versión pacifista del internacionalismo) ha demostrado su impotencia.

Si volvemos a la inquietante pregunta: ¿cómo podría la guerra ¿“producir” el socialismo, ya que el socialismo era incapaz de prevenir la guerra? Vemos que incluye una respuesta abierta. La socialización de las economías y la revuelta latente de las masas en el frente o detrás sólo determinan una situación revolucionaria, que puede evolucionar o no en dirección a una ruptura. Aquí es donde el hecho de que la guerra tenga una historia se vuelve crucial. Para saber qué tipo de "conciencia de clases" puede la guerra suscitar a partir de su contrario, necesitamos un análisis diferencial de las divisiones internas del proletariado y la forma en que evolucionan. También debemos tener en cuenta los efectos ambivalentes del “sentimiento nacional” en Europa. La posición (democrática) de principios a favor del "derecho de las naciones a la autodeterminación" (incluido el llamado a desmantelar, al menos temporalmente, los imperios multinacionales que se basan en los privilegios de casta de una nación dominante) aparece como un momento políticamente esencial en la transformación de la situación revolucionaria en una guerra civil anticapitalista[22].

Para determinar si hay algo aquí en Lenin más que una negación del nacionalismo como fenómeno de masas, no podemos simplemente observar su crítica brutalmente reduccionista del “patriotismo” (presentado como la máscara ideológica de los intereses imperialistas) y su negativa a entrar en la casuística de “agresores” y “agredidos”; debemos seguir de cerca la transformación progresiva del concepto mismo de imperialismo. Particularmente en la discusión con los defensores de tesis pacifistas y proyectos de desarme que surgieron durante la propia guerra. Obviamente, la principal objeción de Lenin a estos proyectos se basa en su "parcialidad" eurocentrista. Lo cual se manifiesta a plena luz en las consignas wilsonianas. Los Estados Unidos de Europa, muestra Lenin, son en el momento actual “o imposibles o reaccionarios”, es decir, representan la idea de una transformación de la guerra imperialista en “paz imperialista”[23], o una nueva división del mundo: continuación del proceso iniciado, bajo la apariencia (que él llama “metafísica”) de una antítesis absoluta entre paz y guerra. De hecho, la guerra europea no es puramente “europea”, sino determinada por una estructura total o global, que diferencia irreversiblemente los nacionalismos. En la propia Europa podemos, desde este punto de vista, identificar situaciones de tipo colonial (véase la revolución irlandesa de 1916).

Es cierto, sin embargo, que sólo cuando regresó a Rusia (después de la revolución de febrero) Lenin intentó realmente un "análisis de clase" del nacionalismo de masas -en particular del nacionalismo campesino en Rusia-, es decir, hablar de la relación de dependencia que se establece entre las masas y el Estado nacional en una situación de necesidad. Sin embargo, no lo hizo desde un punto de vista “psicológico” - sin duda por falta de conceptos que nos permitan romper el cara a cara simétrico de las ideologías de “raza” o “carácter nacional”, y las de “conciencia de clase”, - pero sólo, de manera aporética, en términos de la composición social del bloque campesino o pequeño burgués. Por esta razón, la cuestión finalmente no recibió ninguna solución teórica, sino sólo sucesivas soluciones tácticas (empezando por la que Lenin aplicó en 1917, contra los partidarios del "extremismo revolucionario" y los del "golpe de Estado proletario”[24]).

En conclusión, parece que la guerra transformó profundamente la noción misma de situación revolucionaria. Ya no es un postulado, ligado a la idea de una "madurez" del capitalismo (y del que la guerra sería síntoma), sino el resultado de un análisis de los efectos de la propia guerra sobre una estructura mundial diferenciada, en la que países "avanzados" y "atrasados" coexisten y se compenetran (lo que es particularmente el caso en Rusia). Por eso, al mismo tiempo, Lenin mantenía constantemente la tesis de una revolución mundial, intentaba concebir la utilización de una "paz separada" decretada unilateralmente por el país en el que las contradicciones habían llegado al punto de ruptura, como medio para actuar sobre todas las relaciones de poder; y, sin embargo, nunca admitió, pese a todo, la idea del “socialismo en un solo país”. Es más, dejó de identificar la revolución, en estas condiciones, con "el establecimiento del socialismo". La revolución en tanto que resultado de la guerra fue en un sentido menos que el socialismo (expresión de una revuelta democrática de masas, un movimiento nacional, incluso una extensión del capitalismo de Estado), y en otro sentido más: inmediatamente vinculada al proyecto comunista (incluso en la forma de un “comunismo de guerra”). En resumen: ruptura históricamente sobredeterminada, y punto de partida de una nueva dialéctica, que concuerda con la lección aprendida de una lectura “práctica” de Hegel y Clausewitz.

Sin embargo, debemos admitir que esta mutación intelectual es sólo una tendencia, que no ocurre sin movimientos contrarios. Para convencerse de ello, basta releer El Estado y la Revolución[25] desde esta perspectiva, por ejemplo: un intento de reinscribir la singularidad de la revolución rusa en una lógica de lo universal, que sin embargo podemos considerar como sintomático que ella continúa inacabada, no sólo a causa de las circunstancias y su urgencia (“es mejor hacer revoluciones que teorizarlas”), sino quizás también como resultado de la imposibilidad interna del proyecto. Lenin “filósofo” avanza, desde 1914, sobre el Lenin revolucionario, pero el Lenin “teórico” de la revolución no deja de ir a la zaga de su propia práctica.

 

Traducción al castellano de Joan Tafalla, 14 de diciembre de 2033. Las obras de Lenin vienen citadas según la versión francesa citada por Etienne Balibar, queda pendiente buscar las mismas citas en su versión en castellano.

Fuente: http://revueperiode.net/le-moment-philosophique-determine-par-la-guerre-dans-la-politique-lenine-1914-1916/#footnote_20_4486

 




[1] 1. Cf., por último, la contribución de Moshe LEWIN (« Léninisme et bolchévisme à l’épreuve de l’histoire et du pouvoir ») en el volumen colectivo Les aventures du marxisme, bajo la dirección de René Galissot, ed. Syros, París 1984. También en la recopilación Moshe LEWIN, La formation du système soviétique, Paris, Gallimard, 1985, pp. 285-309. El estudio de Georges Haupt, “Guerra y revolución en Lenin”, del que tomo prestados elementos esenciales, señala inmediatamente que “se estableció una división en el pensamiento de Lenin antes y después de 1914» (en G. HAUPT, El historiador y el movimiento social, Siglo XXI, Madrid1986, p. 146-179).

[2] Citaré las Obras de Lenin según la traducción francesa actual: Œuvres, Éditions Sociales, París – Éditions en langue française, Moscú, 1958 a 1976, 45 volúmenes más dos volúmenes de índices.

[3] Œuvres, volumen 1.

[4] Œuvres, volumen 14

[5] No considero como tales los artículos escritos por Lenin después de la revolución para fomentar el estudio de la dialéctica y del materialismo, tomando posición en los debates vinculados al Proletkult, a los últimos estallidos del conflicto menchevique-bolchevique, a los primeros episodios de la discusión sobre ciencia y tecnología, que desempeñaron un papel en la formación de la filosofía soviética. Cf. el libro de antología de René ZAPATA, Luttes philosophiques en U.R.S.S., 1922-1931, P.U.F., 1983.

[6] Cf. el prefacio del Instituto de Marxismo-Leninismo al Comité Central del PCUS. para el volumen de Œuvres,  (que contiene los “Cuadernos Filosóficos” de 1914-1915), p. 12: “Hasta donde podemos juzgar, los materiales de trabajo de los Cuadernos filosóficos atestiguan que Lenin pretendía escribir una obra especial sobre la dialéctica materialista, pero no pudo realizar su intención (... ) El estudio de esta gran obra ( sic) es de gran importancia para asimilar adecuadamente la filosofía marxista-leninista, base teórica del comunismo científico”.

[7] Cf. la importante Introducción (fechada en 1935) de H. LEFEBVRE y N. GUTERMAN a su edición de Cahiers sur la dialétique de Hegel, reed. Gallimard 1967 (coll. “Idées”), cuyos temas se retoman en H. LEFEBVRE, Pour connaître la pensée de Lénine, Bordas, París 1957. Parece que H. L. desconoce la existencia de las notas sobre Clausewitz.

[8] Œuvres, volumen 22.

 

[9] “Sobre la consigna del desarme”; “Pacifismo burgués y pacifismo socialista”; “Un punto de inflexión en la política mundial”, Œuvres, volumen 23.

[10] Cf. el “Folleto de Junius”: Rosa LUXEMBURG, Die Krise der Sozialdemokratie, 1916, en Gesammelte Werke, Dietz Verlag Berlin 1974, Band 4, p. 49 sigs. (tr. fr. R.L., La crise de la social-démocratie, Editions La Taupe, Bruxelles 1970). Cf. Lenin, La situación y las tareas de la Internacional Socialista, Obras, volumen 21, p. 29 sv. La crítica de Lenin a Rosa Luxemburgo, “Acerca del folleto de Junius”, aparece en Obras, volumen 22. En castellano: R.L., La crisis de la socialdemocracia, V-I. Lenin Crítica del folleto de “Junius”, prólogo de Clara Zetkin e introducción de Ernest Mandel, Barcelona, Editorial Anagrama, 1976.

[11] El desarrollo del capitalismo en Rusia, 1899, Œuvres, volumen 3; Tesis sobre la cuestión nacional, 1913, Obras, tomo 19; La quiebra de la Segunda Internacional, 1915, Obras, tomo 21.

[12]  Cf. mi comentario en E. BALIBAR, Sur la dictature du prolétariat, Maspero, Paris 1976, p. 131 sv., [En castellano: E.B., Sobre la dictadura del proletariado, Madrid, Siglo XXI de España, 1977] y especialmente el de Robert LINHART, Lénine, les paysans, Taylor, Ed. du Seuil, París 1976.

 

[13] Karl von Clausewitz, De la guerra, Barcelona, Labor/punto Omega, 1984.

[14] Las notas de Lenin sobre Clausewitz se publicaron en 1930 en Leninskij sbornik (Colección Lenin), volumen 12. Edición en alemán de Otto BRAUN (ex delegado del Komintern en China durante la Larga Marcha): W.I. LENIN, Clausewitz' Werk “Vom Kriege”, Verlag des Ministeriums für Nationale Verteidigung, Berlín 1957. Raymond ARON (Penser la guerre, Clausewitz, Gallimard 1976, volumen 2, p. 62 y siguientes) cita una traducción francesa que no pude obtener: en Berthold C. FRIEDL, Les Fondements théoriques de la guerre et de la paix en U.R.S.S., Paris, Ed. Médicis, 1945).

[15] Cf. Charles ANDLER, Le Pangermanisme philosophique, Paris 1913.

[16] En su comentario, Raymond Aron señala el estrecho vínculo de las anotaciones de Lenin sobre Clausewitz con una reflexión sobre la dialéctica, pero él mismo restringe su alcance al considerar que la “fusión” llevada a cabo por Lenin de temas marxistas y clausewitzianos equivale a hacer de la guerra el instrumento de la revolución, al que se aplica una “flexibilidad” de uso táctico. La lectura que propongo es diferente. Dicho esto, R. Aron plantea con razón la cuestión de los límites del análisis leninista del nacionalismo. Y refuta claramente las asimilaciones de la interpretación de Clausewitz por Lenin y por los precursores del nacionalsocialismo, en particular Ludendorff, estupidez siempre desarrollada bajo formas más o menos eruditas (Cf. Ch. ROIG, La grammaire politique de Lénine, L’Âge d’Homme, Lausanne, 1980).

[17] “Aplicada a las guerras, la tesis fundamental de la dialéctica (...) es que “la guerra es una simple extensión de la política por otros medios” (más precisamente, por la violencia). Ésta es la fórmula de Clausewitz, uno de los más grandes historiadores militares, cuyas ideas fueron fertilizadas por Hegel. Y este ha sido siempre el punto de vista de Marx y Engels, que consideraban toda guerra como la extensión de la política de las potencias –y de las diversas clases dentro de ellas– que se encontraban interesadas en ella en un momento dado” (LENIN, La quiebra de la Segunda InternacionalOeuvres, tomo 21, páginas 222-223). Otras referencias explícitas a Clausewitz se pueden encontrar en Oeuvres, volumen 21, p. 314; volumen 24, pág. 408-409, pág. 412 (Guerra y Revolución, mayo de 1917).

[18] Cf. Bertolt BRECHT, Me-Ti, Mè Ti, Livre des retournements (tr. fr. París 1978) p. 53: “Tomando como base el Gran Método enseñado por los maestros Hü Yeh y Ka Meh, se habla demasiado sobre la caducidad de todas las cosas”, dijo Me-Ti suspirando. “Muchos consideran que este lenguaje ya es bastante subversivo. Amenazan a los gobernantes con esta caducidad. Pero esto es aplicar mal el Gran Método que exige hablar de cómo se pueden hacer desaparecer ciertas cosas». [Edición en castellano: Bertolt BRECHT, Narrativa completa, 3, Historias del señor Keuner Me-Ti, Libro de los cambios, Traducción Juan J. del Solar, Madrid, Alianza Editorial, 1991).

[19] Cf. La quiebra de la Segunda Internacional, cit., p. 243 y sigs.; El oportunismo y la quiebra de la Segunda InternacionalŒuvres, tomo 22, p. 115 sv.

[20] Esta es, entre otros, la interpretación de Marc Ferro: “Lenin, incapaz de oponerse a la corriente (= patriótica), propone (sic) la transformación de la guerra europea en una guerra civil” (artículo Première Guerre Mondiale, Encyclopaedia Universalis). Preferiremos el análisis detenido de Georges Haupt (art. citado p. 251 y ss.) de la génesis de esta consigna a partir del doble análisis de la coyuntura y de las transformaciones estructurales del imperialismo en la guerra.

[21] Resumo aquí el significado de los análisis contenidos en el volumen 23 de las Œuvres, en particular la p. 20 y sigs.; p.84 y sigs.; p.150 y sigs.; pág. 193 y sigs.; p. 226 y sigs.; p.288 y sigs. Es preciso remarcar hasta qué punto, en el uso “dialéctico” que hace de De la guerra (o más bien de su famosa “fórmula”) Lenin es aquí más verdaderamente clausewitziano que los estrategas (Foch, Schlieffen) que afirman serlo (cf. R Aron, ob. cit., p. 28 y sigs.).

[22] Cf. mi libro citado, Sobre la dictadura del proletariado, y para una actualización reciente, mi artículo “Dictadura del proletariado” en el Dictionnaire critique du marxisme, dir. G. Labica y G. Bensussan, P.U.F., 2.ª edición, 

1985.

[23] Cfr. Oeuvres, volumen 21, p. 351 y sigs. (Sobre el lema de los Estados Unidos de Europa); volumen 23, pág. 212 (Pacifismo burgués y pacifismo socialista).

[24] Esta doble crítica está en el centro de las “tesis de abril” (cf. Œuvres, volumen 25., tomo 24, p. 9 y ss., y p. 47 y ss.: Las tareas del proletariado en nuestra revolución; así como p. 156 y siguientes...: Proyecto de resolución sobre la guerra.).

[25] Œuvres, volumen 25.

dimarts, 28 de novembre del 2023

La República a Espanya


                                                   Friedrich Engels[1]


És difícil dir quina de les dues, la república o la monarquia, s'ha deteriorat més en els darrers tres anys. La monarquia -almenys al continent europeu- es va transformant arreu, cada cop més ràpidament, en la seva forma definitiva, el cesarisme. Un constitucionalisme fals amb sufragi universal, un exèrcit proliferant com a suport governamental, la compra de  voluntats i la corrupció com a mitjans de govern i l'enriquiment per corrupció i frau com a únic objectiu que el govern,  es colen arreu irresistiblement sota totes les belles garanties constitucionals, sota aquest equilibri artificial de poders, que els nostres burgesos somiaven en els temps idíl·lics de Louis-Philippe, quan fins i tot els més corruptes de tots eren encara àngels de la innocència en comparació amb els “grans homes” d'avui. 

En la mesura que la burgesia perd dia rere dia el seu caràcter de classe temporalment indispensable en l'organisme social, abandona les funcions socials pròpies, es transforma en pura banda de defraudadors, el seu Estat es transforma en un institut de protecció, no de producció, sinó del pur i simple robatori de productes. Aquest Estat, no content de portar en si la seva pròpia condemna, fins i tot ja ha estat condemnat per la història en la persona de Lluís Napoleó. Però, al mateix temps, és la darrera forma possible de monarquia. Totes les altres formes de monarquia estan gastades i obsoletes. Després d'ell, l'única forma d'estat possible és la república.

Però a la república no li va millor. Del 1789 al 1869, va ser l'ideal d'entusiastes lluitadors per la llibertat, sempre desitjada, aconseguida després d'una lluita dura i sagnant i, amb prou feines aconseguida, de nou fugitiva. Des que un rei de Prússia va aconseguir crear una república francesa, tot ha canviat[2]. Des del 1870 -i aquí hi ha progrés- no són els republicans els que creen repúbliques (precisament perquè ja no hi ha republicans purs), sinó els reialistes que desesperen de la reialesa. Els burgesos d'opinió reialista van consolidar la república a França i la van proclamar a Espanya, per fugir de la guerra civil; aquí, perquè hi ha massa pretendents, allà perquè l'últim rei possible està en vaga[3].

Hi ha un doble progrés en això.

En primer lloc, es destrueix la màgia que envoltava el nom república. Després dels fets de França i Espanya, només Karl Blind encara pot aferrar-se a la superstició dels efectes màgics de la república. La república apareix finalment a Europa també com el que és en la seva essència, el que és realment a Amèrica, com la forma més aconseguida de dominació burgesa. Jo dic: finalment també a Europa, perquè repúbliques com Suïssa, Hamburg, Bremen, Lübeck i l'antiga ciutat lliure de Frankfurt -Déu les tingui al seu si- no en parlarem ara i aquí. La república moderna, de l'única de la qual parlem, és l'organització política d'un gran poble, no l'institut polític parroquial d'una ciutat, d'un cantó o d'un club de cantons que, transmesos històricament des de l'edat mitjana, han pres formes menys o menys democràtiques i, en el millor dels casos, van substituir la dominació patrícia per la dominació camperola que no era pas millor. Suïssa viu meitat de la seva gelosia, meitat de la gràcia dels seus grans veïns,; ha de deixar de banda aquests grans discursos republicans i obeir les instruccions tan bon punt estiguin d'acord entre ells. Aquests països només existeixen mentre no intenten intervenir en el curs de la història; per això els prohibeixen neutralitzant-los. 

L'era de les autèntiques repúbliques europees datarà del 4 de setembre[4], o més aviat del dia del Sedan[5], encara que fos possible un breu retorn cesarista, sense importar amb quin pretendent. I és en aquest sentit que podem dir que la república de Thiers és l'assoliment definitiu de la república de 1792; la república dels jacobins, sense les il·lusions que tenien els jacobins. A partir d'ara, la classe obrera ja no pot fer-se cap il·lusió sobre què és la república: la forma d'estat on la dominació de la burgesia pren la seva expressió definitiva, realment aconseguida. A la república moderna, finalment s'estableix la pura igualtat política, igualtat encara subjecta en totes les monarquies a determinades restriccions. I aquesta igualtat política, a cas és altra cosa que declarar que els antagonismes de classe no afecten de cap manera a l'Estat, que els burgesos tenen tant dret a ser burgesos com els treballadors proletaris?

Però els mateixos burgesos només estableixen amb extrema repugnància aquesta forma última i realitzada de dominació burgesa que és la república; és ella qui s'imposa a ells. D'on ve aquesta estranya contradicció? Perquè establir la república vol dir trencar amb tota la tradició política; de que, en una república, qualsevol institució política ha de poder demostrar el seu dret a l’existència; per tant, perquè totes les influències tradicionals que, sota la monarquia, donaven suport al poder existent, s'esfondren. 

En altres paraules: si és la forma complerta de dominació de la burgesia, la república moderna és alhora la forma d'Estat on la lluita de classes es desempallega dels seus últims obstacles i on es prepara el seu terreny per a la lluita. La república moderna no és precisament res més que aquest terreny de lluita. I aquí teniu el segon progrés. 

D'una banda, la burgesia sent que va cap al seu final, tan bon punt desapareix sota els seus peus el sòl de la monarquia i, amb ell, tot el poder conservador vinculat a la sobirania principesca en la superstició de les masses populars incultes. , particularment el camp (si aquesta superstició es prostra davant la reialesa per dret diví, com a Prússia, o davant el llegendari emperador camperol, com a França). D'altra banda, el proletariat considera que el rèquiem de la monarquia és alhora el senyal que demana la batalla decisiva contra la burgesia. La república moderna no és altra cosa que el teatre aclarit per a la darrera gran lluita de classes de la història mundial: aquest és precisament el seu formidable abast.

Però perquè aquesta lluita de classes entre la burgesia i el proletariat tingui un resultat decisiu, ambdues classes han d'estar prou desenvolupades al país en qüestió, almenys a les grans ciutats. A Espanya això només és el cas en determinades parts del país. La gran indústria està relativament desenvolupada a Catalunya; a Andalusia i en algunes altres comarques predominen els grans terratinents i el conreu extensiu -propietaris i treballadors; per la major part del territori, petita pagesia al camp, artesania i petit comerç a les ciutats. Les condicions per a una revolució proletària hi són encara relativament poc desenvolupades, i és precisament per això que encara queda molt per fer a Espanya per a una república burgesa. La República té, doncs, sobretot la tasca de netejar el teatre per a la lluita de classes que vindrà.

En primer lloc, amb aquesta finalitat, cal abolir l'exèrcit i instal·lar una milícia popular. Geogràficament, Espanya està tan afortunadament situada que només pot ser atacada seriosament per un únic veí, i fins i tot només a l'estret front dels Pirineus; un front que ni tan sols fa una vuitena part del seu perímetre total. A més, les condicions topogràfiques són tals que presenten tants obstacles a la guerra mòbil dels grans exèrcits com faciliten la guerra popular irregular. Ho vam veure sota Napoleó que de vegades va enviar fins a 300.000 homes a Espanya, que sempre van fracassar davant la tenaç resistència popular; ho hem vist innombrables vegades des d'aleshores i ho tornem a veure avui en la impotència de l'exèrcit espanyol contra les poques bandes de carlins de la muntanya. Un país així no té pretext per a un exèrcit. Paral·lelament, des del 1830, l'exèrcit a Espanya només ha estat la palanca de totes les conspiracions de generals que cada dos o tres anys enderroquen el govern per una revolta militar, per substituir nous lladres als vells. Dissoldre l'exèrcit espanyol significa alliberar Espanya de la guerra civil. Aquesta seria, doncs, la primera demanda que els treballadors espanyols haurien de fer al nou govern.

Un cop suprimit de l'exèrcit també desapareix el principal motiu pel qual els catalans en particular reclamen una organització federal de l'Estat. La Catalunya revolucionària, per dir-ho així la gran conurbació obrera d'Espanya, ha estat, fins ara, sempre oprimida per fortes concentracions de tropes, com Bonaparte i Thiers oprimien París i Lió. Per això els catalans reclamaven la divisió d'Espanya en estats federals amb administració autonòmica. Si l'exèrcit desapareix, desapareix el motiu principal d'aquest requisit; L'autonomia es pot obtenir fonamentalment sense la destrucció reaccionària de la unitat nacional i sense la reproducció d'una Suïssa més gran.

La legislació financera espanyola va en contra del sentit comú de principi a fi, tant pel que fa a la fiscalitat interna com als drets duaners. Aquí, una república burgesa podria fer molt. La mateixa observació pel que fa a la confiscació dels béns de la terra de l'Església, béns sovint confiscats, però sempre reconstituïts, i finalment sobretot pel que fa a les vies de comunicació que en cap altre lloc necessiten més renovació que aquí.

Uns anys de tranquil·la república burgesa prepararien el terreny a Espanya per a una revolució proletària d'una manera que hauria de sorprendre fins i tot als treballadors espanyols més progressistes. En comptes de repetir la sagnant farsa de l'última revolució, en comptes de fer revoltes aïllades, sempre fàcils de reprimir, esperem que els obrers espanyols aprofitin la república per unir-se amb més fermesa i organitzar-se per a la revolució que ve, d'una revolució que ells dominaran. El govern burgès de la nova república només busca un pretext per aixafar el moviment revolucionari i afusellar els obrers, com van fer els republicans Favre i altres a París. Que els treballadors espanyols no els donin aquest pretext!



[1] Text publicat el març de 1873 al setmanari socialista alemany Volkstaat (n°18 de l'1 de març de 1873). Edicions Socials/Messidor, “Marx/Engels et la troisième république”, 1984. Traducció del francès i notes, Joan Tafalla.

[2] Mode ironia per part d’Engels. Al final de la guerra franco-prussiana 19 de juliol de 1870-10 de maig de 1871, amb el tractat entre el recentment creat imperi alemany i la tercera república francesa el rei de Prússia reconeixia la república francesa, després d’haver derrotat Napoleó III. 

[3] 11 de febrer de 1873. Abdicació del rei Amadeu I. Proclamació de la República per una assemblea nacional formada pel Congrés i pel Senat. La majoria parlamentaria (258 vots a favor i 32 en contra) que proclamà la república era monàrquica.

 

[4] El 4 de setembre de 1870, les masses populars de Paris marxaren cap a l’Ajuntament de Paris i varen proclamar la República. Era el prolegomen de la Comuna de Paris

[5] Batalla de Sedan entre les tropes prussianes i franceses, lliurada entre els dies 1 i 2 de setembre de 1870. La derrota de l’emperador Napoleó III, va originar la caiguda de la monarquia cesarista a França i la proclamació de la república.


dimecres, 22 de novembre del 2023

A benefici d'inventari: homenatge a Julio Anguita, Sabadell 21 de maig de 2020.

El 16 de maig de 2020 va morir Anguita. La notícia va commoure l'esquerra dels pobles d'Espanya i una part de l'esquerra sabadellenca. 

Cinc dies després, 21 de maig de 2020, un nombrós nombre de sabadellencs es van aplegar a la plaça del doctor Robert per retre-li homenatge. 

Estàvem en plena pandèmia. Vàrem prendre totes les mesures sanitàries. L’assistència fou àmplia i diversa com es pot veure al vídeo. La iniciativa va partir de la gent de Comunistes de Catalunya i en general va tenir una bona acollida. Volíem un acte unitari, en Julio era (i segueix sent) de tots. L'acte es va fer i hi va venir gent molt diversa: ia-ioflautes, gent de diversos moviments socials, gent jove de l'Obrera, persones de la Crida, d’ERC, del Casal Cubà de Sabadell. Faltaren alguns companys que no van considerar oportú unir-se a l'homenatge en aquell moment.

L’acte va ser planificat, organitzat, convocat i fet en temps record, i cal ressaltar la resposta emocionant i emocionada d’una ciutadania auto-organitzada, que amb una conducta exemplar i absolutament solidària vam plantar-nos a la plaça Doctor Robert a retre-li homenatge al company Julio Anguita,  un home admirable i respectat per tothom.

Vam pintar a terra marques per respectar les distàncies, dúiem alcohol per a desinfectar-nos les mans, tothom portàvem mascaretes i vam dur protectors d’un sol ús per posar-li al micròfon. 

Els companys Gerard Marin i l' Alicia Valencia van el manifest redactat. També van llegir el darrer artícle de Julio: "Decía Gramsci"Un article publicat només deu dies abans de morir. És l'article dels "interregnes i els monstres". Si  voleu llegir tant el manifest com l'article d'Anguita els trobareu més avall.



La premsa local i les xarxes socials en van deixar testimoni, així com la foto que molta gent va voler fer-se al costat de la imatge ampliada d’en Julio.

Cantar la Internacional i Els Segadors també va ser un moment intens i emotiu. 


En resum: un acte emotiu, combatiu i necessari en uns moments tant difícils com aquells, de pandèmia i d'angoixoses preguntes sobre el present i el futur.

Company Julio Anguita, present!



Manifest llegit a la plaça per Gerard Marin:

Homenatge a Julio Anguita

Bona tarda a tothom,

Ens hem aplegat aqui, sabadellencs de tota la diversitat de les esquerres, del sindicalisme de classe i dels moviments socials, per a retre homenatge urgent a la vida i a l'obra de Julio Anguita.

Alguns de nosaltres hauriem anat a Córdoba a acomiadar-lo. Però no vam poder.

Altres ens hauriem aplegat aqui el mateix dia de la seva mort per a donar compliment al deute que tenim amb ell. Però la pandémia i l'estat d'alarma no ens ho han permes.

Ho fem ara i aqui, tot complint amb tots els requisits d'horari, de distáncia fisica i de condicions de protecció de la salut pública.

Ho fem ara i aqui, des de la diversitat i la riquesa de l'esquerra i dels moviments socials sabadellencs. Perque Julio Anguita fou membre d'un partit, el PCE, i creador d'allo que es volia, un moviment politic i social, Izquierda Unida.

Però Julio Anguita va saber depassar els limits de la seva organització, per a transformar- se en representant d'una esquerra molt més amplia i diversa. En un moment o altre dels darrers trenta anys el company Julio ens va saber interpretar i interpel-lar a tots: comunistes, socialistes, Ilibertaris, ecologistes, feministes, sindicalistes, membres del moviment popular als barris ... varem trobar en el seu missatge, en les seves paraules un alè i una orientació en el transcurs de la lluita.

S'ha parlat molt aquests dies de la seva honestedat, de la seva coherència, de la seva pedagogia politica cimentada en l'exemple. Julio era aixo i era molt més que això: era l'analisi concret de la situació concreta per a proposar una programa de transformacio i per a cridar als treballadors i al conjunt del poble a posar els mitjans per a aconseguir la victòria i la aplicació d'aquell programa. I el mitjans no eren altres que la consciència, la organització social, popular i política i la determinació.

La seva defensa del repartiment del treball, la seva denuncia de la UE a partir del tractat de Maastricht, la seva política de "las dos orillas" , la denuncia de la corrupció, la seva defensa del dret d'autodeterminació, la reivindicació de la tercera república, la seva lluita per la pau i contra l’OTAN, la seva proposta de superar el régim imperant en el regne d'Espanya i d'avançar cap a la tercera república i els seus darrers advertiments contra la crisi de civilització i de supervivència de l'espècie sobre un planeta cada cop més amenaçat de col.lapse, varen fer d'ell un militant politic diferent, que interpel.lava tothom, més enllà de les adscripcions politiques o ideològiques de cadascú.

La Comissio organitzadora d'aquest homenatge ha considerat que una bona manera de retre-li podia ser llegir allô que podriem dir que és el seu testament. Es un text breu i clar que es projecta sobre el present i el futur dels nostres pobles i del conjunt de la humanitat.

Sabadell. 21 de maig de 2020.


El darrer article de Julio Anguita, llegit a la plaça per Alícia Valencia:

DECÍA GRAMSCI
Julio Anguita, 6 de mayo de 2020 Antonio Gramsci (1891 – 1937), filósofo y dirigente del Partido Comunista Italiano decía que: "El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos". Las crisis de toda índole que la pandemia ha agravado, nos traen al presente las palabras del político sardo y, desde luego, nos obligan a reflexionar. El orden político – económico mundial representado por la civilización industrial en su desarrollo capitalista, nació por la confluencia de dos hechos: la revolución científico – técnica de finales del siglo XVIII y la democracia representativa como desarrollo alicorto de la Revolución Francesa, también de esa fecha. Esa génesis llevaba en sí misma el embrión de una contradicción agravada desde mediados del siglo XX; a saber, la incompatibilidad entre unos derechos predicables para toda la humanidad y la búsqueda de la ganancia personal como motor único del sistema. La agudización de este conflicto tiene dos fechas: 1948, Declaración de Derechos Humanos y 1972 con la publicación de Los límites al crecimiento. En este sentido y desde la experiencia de las últimas décadas puede afirmarse que el viejo mundo, en su versión del neoliberalismo globalizado, se está muriendo. El neoliberalismo globalizado se está muriendo y con él se van nuestros hábitos de consumo Pero hay muertes y muertes. Y desde luego que ningún ingenuo piense que el óbito es sereno cual llamita que se extingue lánguidamente. El conflicto, las tensiones, los horrores incluso, son el cortejo que acompaña al moribundo. Y porque, también con él, se van nuestros hábitos de consumo y de valores con los que la cotidianeidad nos ha impregnado. Solamente la pronta aparición del nuevo mundo (si aparece) podría acortar el sufrimiento. Pero no nos engañemos, el nuevo orden no vendrá cual Nacimiento de Venus del pintor Sandro Botticelli. Será -es- un parto con dolor, con ansiedades, contradicciones y también sufrimiento. Pensemos históricamente cuánto esfuerzo y cuánta lucha han costado el acceder, siquiera medianamente, a las conquistas democráticas y sociales que una parte de la humanidad todavía posee. Tampoco está asegurada la venida del nuevo mundo; entre otras cosas porque no viene si no se le trae. Y desde luego, a fin de no instalarse en una parusía laica, el mundo que se desea nace en el seno de este viejo, y está concretado en proyectos, plazos, programas y renuncias, aunque sean transitorios. La tarea es ardua, aunque tiene la subjetiva recompensa de dar sentido al existir. Se necesitan muchas parteras y muchos comadrones. Y además, una multitud de los viejos topos que describía Karl Marx. Volvamos a Gramsci y a las palabras con las que comienza este artículo. Es posible, y hasta probable, que no se vea o no se quiera ver el fin de una época a pesar de los datos y evidencias de cada día. También es posible y probable que el nuevo orden o la nueva sociedad, sean considerados quimeras, delirios y ensoñaciones aunque la Historia nos demuestre cuántos cambios positivos para el ser humano fueron antes considerados locuras y disparates. Pero lo que es evidente para nuestros ojos y oídos es que, en este claroscuro de España, estamos rodeados de monstruos. Julio Anguita Excoordinador general de IU Decía Gramsci